Por Eduardo Contreras
Aquel glorioso amanecer del 1° de enero de 1959 y el ingreso de Fidel y las tropas rebeldes a La Habana no sólo iluminó la historia de Cuba, sino que fue una luz potente que hasta hoy alumbra el camino de los pueblos del mundo y en especial de los de nuestra América en su larga lucha por la libertad real y la construcción de sociedades más justas. Ese fuerte mensaje de unidad y lucha ha influido a nivel internacional por mucho tiempo.
Se cumplen ya 60 años desde entonces y en este tiempo, históricamente breve, Cuba no sólo dejó de ser la colonia que era de los EEUU, sino que hoy Cuba Socialista se alza con notables indicadores de mejoramientos notables de la vida de su pueblo y con aportes a la ciencia, la cultura, la salud, la educación, del más alto nivel mundial.
La Revolución Cubana dio y da muestras concretas de una solidaridad amplia, generosa, sin límites. Son más de 100 países de la tierra a la que llegaron los maestros y los médicos cubanos llevando educación, cultura y salud a millones de seres humanos.
Hasta el África llegaron los combatientes cubanos contribuyendo decisivamente a la liberación de sus pueblos.
La Revolución Cubana además construyó una forma de Socialismo que es producto de su propia experiencia histórica, como lo es también propia la existencia de un Partido único que conduce el proceso, un ente orgánico en que sin ausencia de las ideas del socialismo científico, está por sobre todo la impronta de José Martí y su propuesta de Partido Único de los cubanos.
Acabamos de visitar esa Cuba que en los años de la dictadura chilena nos abrió de par en par sus puertas al exilio chileno y somos testigos de su calidad de vida, de sus esfuerzos por progresar cada vez más, de su vocación internacionalista y de su contagiosa alegría de vivir. Una revolución sin duda al compás del Son cubano.
Lo más reciente que en la isla sucede, es que acaba de concluir uno de los procesos de participación ciudadana más real, auténtico e importante de los muchos vividos. Hablo de la consulta popular del Proyecto de Constitución que se inició el pasado 13 de agosto; un proceso que ha movilizado a millones de personas en todo el país. Se estima en una cifra que se aproxima a los 8 millones de cubanas y cubanos que debatieron largamente y con pasión todos los temas, Artículo por Artículo, del proyecto en curso.
Tenemos el privilegio de haber participado en un proceso histórico similar a éste. Hablo del debate previo de la actual y vigente primera Constitución Política de la Revolución Cubana del año 1976. En ese tiempo, como integrante de la Dirección Jurídica del Ministerio de Justicia en La Habana y junto a nuestros colegas cubanos y a otros colegas abogados latinoamericanos, entre los cuales estaban nuestros compatriotas Emilio Contardo, Héctor Behm y Alejandro Pérez, participamos en la asesoría técnica del proceso democrático de masas que dio lugar al primer texto constitucional de esta ejemplar Revolución.
Entonces como ahora, la opinión pública internacional puede conocer y comprobar el carácter abiertamente democrático y participativo que signa a la Revolución Cubana. Es en estos procesos en que el pueblo cubano construye de modo colectivo y en jornadas de trabajo intensas, un proyecto de nuevo orden jurídico institucional de carácter superior que permite a la nación seguir avanzando en justicia, desarrollo, equidad, y que se corresponde con las nuevas condiciones nacionales e internacionales del tiempo actual. No hay barrio, población, centro de trabajo, CDR (Comité de Defensa de la Revolución), escuela, universidad, instituciones y hasta en sus misiones diplomáticas, en que no se haya discutido, artículo por artículo, el contenido del proyecto cuya versión final ha de ser la que exprese de modo transparente la voluntad de todas y todos.
El texto fue debatido por la Asamblea Nacional del Poder Popular y se convocó a un Referendo para febrero, para que sea el pueblo, con su voto directo y secreto, quien decida en definitiva la aprobación o rechazo de la propuesta de nueva Carta Magna, que será la nueva Ley Suprema del país.
¡Cómo contrastan estos notables procesos de ejercicio democrático con la deplorable realidad de Chile, que sigue rigiéndose por la Constitución Política que impuso Pinochet!
Fidel Castro, un inmortal
Hace 2 años que el máximo líder de la Revolución Cubana dejó de existir. Cuando ello sucedió, el escritor español Ignacio Ramonet dijo: “Fidel ha muerto, pero es inmortal. Pocos hombres conocieron la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es uno de ellos”.
Desarrollar en un breve espacio algunas ideas acerca del pensamiento político de Fidel es empresa desmedida, inalcanzable tal vez, por la enorme dimensión de sus ideas y sus obras. Temas como Fidel y el Estado, Fidel y el Derecho, Fidel y la solidaridad internacional. ¿O acaso hablar de su pensamiento y su obra en cuando a Educación, Arte, Literatura, la Historia, la Cultura en general?, ¿Fidel, la Salud y la ciencia médica?, ¿Fidel y la ciencia militar?, ¿Fidel y los avances tecnológicos?
¿Fidel y el Deporte?, ¿Fidel y la ingeniería, la arquitectura, las matemáticas, la agricultura, la ganadería?, ¿Fidel y la Economía internacional?, ¿Fidel y la juventud?, ¿Fidel y la defensa de la independencia nacional?, ¿Fidel y la política internacional?, ¿Fidel y el bloqueo imperialista?
Optamos por expresarnos de modo más sencillo, desde el simple punto de vista de un testigo de la época para apreciar cómo el pensamiento de Fidel y los logros de la Revolución Cubana influyeron y siguen influyendo en la vida de varias generaciones de chilenas y chilenos. Recordar, por ejemplo, cómo eran América Latina y Chile en la década del 50. El atraso, la miseria, las luchas. El “bogotazo” de 1948 en Colombia y el asesinato de Eliécer Gaitán que tanto marcó a Fidel.
El golpe en Guatemala del año 1954 contra Jacobo Arbenz, en que nuestro Agustín Edwards y El Mercurio, ya en connivencia con el Gobierno de los EEUU, tuviera activa participación.
A su turno, en Chile culminaba la dictadura de González Videla y se libró en esa década la primera y la segunda campaña presidencial de Salvador Allende, en 1952 y en 1958.
Todo cambia cuando triunfa la Revolución Cubana. Todo es alegría para los pueblos del continente, renacen el optimismo y la posibilidad real de ser. A poco andar se descubre además que se trata de la frescura de un Socialismo nuevo.
Desde Chile viajan a la isla a aportar su experiencia y capacidad decenas y decenas de jóvenes profesionales comunistas; sólo a modo de ejemplo recordemos a Björn Holgrem, Ciro Oyarzún, Alberto Martínez, Elena Pedraza, Charles Romero, Leo Fonseca, Alban Lataste, Betty Fischman, tantas y tantos.
Desde allá nos empezaron a llegar, casi clandestinamente, los discos con las grabaciones de los discursos de Fidel y las canciones de Carlos Puebla. O se viajaba a buscarlos a Uruguay en cuyas tiendas se vendían públicamente. En Chile era imposible, gobernaba la derecha.
Y entonces se fortalecieron las izquierdas del continente, incluyendo el surgimiento de destacamentos armados; miles de personas ingresan a las filas de los partidos revolucionarios. Se hace visible la posibilidad de otras formas de lucha. Se registra avances en Argentina, Brasil, el alzamiento de Caamaño en República Dominicana el 65, y vendrán más tarde el triunfo en Chile el 70 y la victoria en Nicaragua el 79. En otras latitudes, se produce el movimiento de mayo del 68 en Francia, la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974. Nada es ajeno a la influencia de la Cuba de Fidel
En nuestro país la correlación de fuerzas existente hacia finales de los años 60 hacía posible pensar en conquistar el poder para el pueblo y derrotar a la burguesía sin necesidad del uso de la violencia.
Luego de la victoria electoral y la asunción del Gobierno por Salvador Allende y la Unidad Popular, Fidel visitó el país, recorrió su territorio, escuchó a la gente, captó el momento que se vivía y advirtió sobre los ya visibles riesgos. En efecto, teníamos el Gobierno, no el Poder.
Entre 1970 y 1973 se desarrollaban en nuestro continente dos procesos, el cubano y el chileno, con diferencias políticas sustantivas aunque con propósitos semejantes. El debate acerca de las formas era franco, intenso, abierto. En rigor, lo pertinente es no dejar nunca de lado el estudio de la situación histórico-concreta y la formas posibles de avanzar, si aspiramos como fin último abrir paso a una nueva sociedad.
Fue Lenin quien, tras la derrota de la revolución en 1905, había escrito su artículo “La guerra de guerrillas”, en que afirma que “El marxismo, que rechaza incondicionalmente todo lo que sean fórmulas abstractas o recetas doctrinarias, reclama que se preste la mayor atención a la lucha de masas en marcha que, con el desarrollo del movimiento, el crecimiento de la conciencia de las masas, con la agudización de las crisis económicas y políticas, engendra constantemente nuevos y cada vez más diversos modos de defensa y ataque.” “De ahí que el marxismo no rechace incondicionalmente ninguna forma de lucha sino que reconoce la inevitable necesidad de formas de luchas nuevas, desconocidas para quienes actúan en un período determinado y que surgen al cambiar la coyuntura social dada.”
El mismo Lenin dirá luego en un artículo, publicado el 30 de septiembre de 1906 en el número 5 de la revista “Proletaria”, que “El marxismo exige que el problema de las formas de lucha se enfoque históricamente. Plantear este problema al margen de la situación histórico concreta es tanto como no comprender los rudimentos del materialismo dialéctico”
Uno de los tantos méritos de Fidel es haber actuado siempre, en todas las circunstancias, con apego irrestricto a la realidad concreta de cada momento de la historia. Y uno de los grandes problemas de la Unidad Popular en Chile fue no haber tenido una percepción más rigurosa respecto de la vigencia de los factores del poder real en nuestro país, dispuestos a impedir a cualesquier precio la transformación social que encarnaba Allende.
Es decir, cómo resolver acertadamente la relación dialéctica reforma-revolución. Porque, si bien se demostró que un Gobierno popular con un programa de cambios de fondo podía instalarse mediante caminos legales y respetando la organización política dada por la vieja sociedad que había que cambiar, ello no podía significar de modo alguno que también por ese camino se podía conquistar el poder político real, dando por supuesto que los institutos armados, los dueños de los medios de comunicación y el gran empresariado nacional y transnacional aceptarían de buena gana entregar sus privilegios y aceptar una forma absolutamente distinta de organización política, social y económica de la sociedad.
Por ese tiempo Fidel da a conocer documentos fundamentales como fueron las llamadas Primera y Segunda Declaración de La Habana. Esta última es de febrero del año 1962 y surge después de dos grandes acontecimientos que marcan de modo contundente lo que han sido las relaciones de nuestra América con el imperialismo.
Uno fue la Conferencia de Punta del Este, que expulsa a Cuba de la ya podrida OEA, con la solitaria oposición de México, misma Conferencia de la que nace la mal llamada Alianza para el Progreso de tan breve duración. El otro acontecimiento fue la invasión mercenaria a Playa Girón de abril de 1961, llevada a cabo en su totalidad por Washington y que tan heroicamente fuera derrotada por el pueblo cubano en memorables jornadas.
Esa histórica Segunda Declaración fue aprobada abrumadoramente por la inmensa multitud que en una abierta Asamblea General Popular repletaba hace 55 años la inmensa plaza de la revolución de La Habana. Entre el público estaban personalidades como Salvador Allende. Fue allí donde Fidel plantea: “¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?…A fines del siglo pasado y comienzos del presente, un puñado de naciones económicamente desarrolladas habían terminado de repartirse el mundo, sometiendo a su dominio económico y político a las dos terceras partes de la humanidad, que, de esta forma, se vio obligada a trabajar para las clases dominantes del grupo de países de economía capitalista desarrollada”.
El texto se extiende respecto del desarrollo capitalista y su expansión internacional, la dominación imperial y cómo las burguesías concretan el proceso de concentración económica en pequeños grupos, un proceso ajeno por completo al concepto de “libre competencia”. Son los carteles, los trust, cuyas inmensas ganancias les llevan a la distribución del mundo en función del excedente de capitales.
Así lo explica este documento: “¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de dólares? Sencillamente, de la explotación del trabajo humano. Millones de hombres, obligados a trabajar por un salario de subsistencia, produjeron con su esfuerzo los gigantescos capitales de los monopolios. Los trabajadores acumularon las fortunas de las clases privilegiadas, cada vez más ricas, cada vez más poderosas. A través de las instituciones bancarias llegaron a disponer estas no solo de su propio dinero, sino también del dinero de toda la sociedad….Así se produjo la fusión de los bancos con la gran industria y nació el capital financiero. ¿Qué hacer entonces con los grandes excedentes de capital que en cantidades mayores se iba acumulando? Invadir con ellos el mundo”.
Hay pasajes del texto que hoy podemos calificar de exagerado optimismo, como hablar de “crisis final” del sistema subrayando el papel de la URSS y de China, que no se condice con la realidad actual, una época además en que ya no existe lo que llamamos el “campo socialista”. Pero nada de ello le resta mérito a esta Declaración que sin duda tuvo una amplia influencia en el devenir político del continente.
Decía la Declaración: “El imperialismo, utilizando los grandes monopolios cinematográficos, sus agencias cablegráficas, sus revistas, libros y periódicos reaccionarios, acude a las mentiras más sutiles para sembrar el divisionismo, e inculcar entre la gente más ignorante el miedo y la superstición a las ideas revolucionarias, que solo a los intereses de los poderosos explotadores y a sus seculares privilegios pueden y deben asustar”.
Y continuaba: “ El divisionismo -producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras- el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos…Son vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar atrás…En la lucha antiimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población, y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos, por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante marxista, hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yankis y los señores feudales de la tierra”.
Y advertía que: “Allí donde están cerrados los caminos de los pueblos, donde la represión de los obreros y campesinos es feroz, donde es más fuerte el dominio de los monopolios yankis, lo primero y más importantes es comprender que no es justo ni es correcto entretener a los pueblos con la vana y acomodaticia ilusión de arrancar, por vías legales que no existen ni existirán, a las clases dominantes, atrincheradas en todas las posiciones del Estado, monopolizadoras de la instrucción, dueñas de todos los vehículos de divulgación y poseedoras de infinitos recursos financieros, un poder que los monopolios y las oligarquías defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de sus ejércitos”.
Por cierto que, como ya señalamos, el mundo, el continente y nuestro país no son los mismos de 1962. Hay diferencias profundas, pero los grandes lineamientos subsisten. Es más, vivimos un tiempo de reempoderamiento del poder político y económico de las derechas latinoamericanas y un retroceso de las fuerzas populares.
En tal situación estamos convencidos que en las condiciones del Chile de hoy la política de unidad de todas las fuerzas democráticas partidarias del cambio social es la correcta y que por ese camino pueden lograrse importantes reformas estructurales. Sin embargo, los elementos centrales del poder real están donde mismo y sin afectarlos no habrá cambios de fondo, cambios revolucionarios. Hablo de las FFAA, del gran capital nacional y exterior, y del control absoluto de los medios de comunicación por esos sectores. De consiguiente, no debemos perder esa perspectiva y, al contrario, plantearnos políticas que vayan también en esa dirección.
¿Ganar sectores de las FFAA es algo posible? ¿Influir en el control de los medios de comunicación, regularlos, es posible? Morigerar el poder económico de las grandes transnacionales, ¿es posible?
Son, sin duda, temas abiertos al debate. Por cierto, cada pueblo los abordará y resolverá conforme su historia y sus características particulares. Pero la experiencia de la Revolución Cubana y las lecciones que derivan del pensamiento y la acción de Fidel Castro, seguirán siempre presentes.