LO QUE NO SABEN LOS ALCALDES
Por Maria Eugenia Paz y Miño.
Detenerse en el instante mismo del granizo.
La ciudad amada se atropella ante tus ojos.
Así es desde tiempos inmemoriales. Desde la ceniza del volcán Pichincha opacada en la vista de los pueblos Kitu Kara, cuando nos poníamos las máscaras.
Granizó en el momento exacto de la Pachamama, en la era más allá de lo atómico, cuando el kuriquingue se fue despacito a investigar los nortes, los sures, los abismos.
Eso no saben los alcaldes. No este. Ninguno.
Pareciera que sus genes despotricaran contra sí mismos.
No quisieron ver al taita Inti. No quisieron seguir al Cristo.
Ni les importó Kitumbe, la familia original, descendiente de los que hoy son Manteños y Guancavilcas. Se creyeron más que sus ancestros porque dizque estudiaron en las Europas, en los Yunaited.
Alcaldes de consciencia colonialista, atrayendo el cemento como sinónimo de desarrollo. Como si el adobe (o sea la propia tierra) les apestara.
Es que nacieron con el plástico de la división social, del tradicionalismo.
Cuando el ecologismo no existía no había el voto nulo.
Todos con el cuento del desarrollo, del progreso.
Queriendo parecerse a las capitales del vanidoso mundo del consumismo y de monarquías que engendran anorexia y caza de animales “salvajes”.
¿Salvajes?
Así dijeron del cóndor, del cuy, de la lechuza blanca que ahora se ahoga entre las luces de neón y se niega a atravesar la noche. Por eso las aves no logran obtener el sueño de la inocencia.
Y negada también la piel negra, la piel que reluce en este granizo y se esparce por los barrios con ritmo de marimba.
¿Cuál ha sido pues el mejor alcalde?
¿el peor?
Mejor que todos escondan su cabeza de señores. No son señores los que niegan el granizo.
La estatua de Sebastián de Benalcázar sonríe. Aunque no parezca a simple vista, siempre sonríe, a pesar del granizo. Allí está. El fantasma de sí mismo lo acompaña y no atina a encontrar a sus hijos e hijas porque no quiso ver los rostros de las niñas violadas.
El granizo no discrimina. También lo lava de culpas. Él no entiende. ¿Entenderá algún día?
Sí. Cuando a la estatua se le dé cristiana sepultura y pueda la herencia descansar en paz.
No hay basura tras el granizo.
La ciudad convertida en paisaje, en postal, en fotografía de concurso, en video y noticia.
La tibieza del Whatsapp. En lo frío del espacio.
Mis dedos sienten el sabor del cielo y luego la boca se intoxica.
Con el granizo para limpiar, para purificar.
Para armonizar las ordenanzas, las cadenas, el caos vehicular.
El dios granizo en su comarca de piel de colibrí.
¿Por qué nadie dijo nada cuando fueron negando grano a grano el maíz ancestral, el que nació en Valdivia con las Venus?
Los molles majestuosos que había en los caminos, fueron cortados por contratos para sustituirlos con veredas, con bordillos.
Todo lo oculta el granizo, como un juego virtual hasta que salga el sol, hasta que la alcantarilla recupere su curso entre las quebradas internas que nadie respetó porque “olían a indio”, a cholo a longo que somos, aunque lo niegues cuando leas. Preferían el olor a consumismo. Era esa la ruta a seguir.
¿Nos dimos cuenta?
Después del granizo siempre viene el Diablo.
¿Recuperará el tesoro de Atawalpa?
¿Reconstruirá para Kantuña el templo de la Killa Madre Luna?
¿Le dará al alcalde la visión del subterráneo, del submundo, del metro/ni/da/sol?
¿Logrará que el granizo se eternice en la plaza de San Francisco?
¿O despertará a la Bella Aurora y al toro barroso para la corrida de toros, donde la sangre solo es el reflejo de la otra sangre del español que no amó?
¡Que el pasado averno se limpie en el dios granizo, hijo de la Madre Agua/Luna/Killa!
Solo el presente existe.
Aquí me limpio las culpas, los atrasos, el amor que no existió.
El aire al fin me ayuda a levitar como santa Marianita, la loca, la bruja