Mea Culpa es una expresión latina que se traduce, literalmente, “por mi culpa”, usada como un acto de contrición religiosa acompañado del gesto penitencial de humildad de golpearse el pecho en señal de autocastigo expiatorio.
Recientemente el comunicador Andrés Carrión, ante las cámaras de un espacio televisivo conducido por el periodista Carlos Montero, confesó las culpas cometidas por el periodismo ecuatoriano en décadas pasadas. Carrión, ante la indagación de su interlocutor acerca de qué sucede cuando el periodista se convierte en protagonista de la noticia, respondió: “Ese fue el error que cometimos. De alguna manera lo que ocurrió en el Gobierno anterior fue producto de los errores que cometíamos. Los periodistas y la comunicación en general se convirtieron en protagonistas, se convirtió en actor de los sucesos. Nosotros dictábamos sentencias desde los micrófonos, desde las cámaras. Nosotros resolvíamos qué era lo bueno y qué era lo malo. Nosotros interveníamos en política, éramos actores políticos y al mismo tiempo éramos periodistas, de modo que tenemos culpa en nuestra tarea”.
¿Por qué?, repreguntó Montero, y Carrión afirmó: “Porque nosotros somos un poder, y al ser un poder, en tal virtud, en esa condición creemos que el hecho de tener una tribuna y un espacio, nos da la categoría para poder resolver esos temas que no nos corresponden y ese es el error que cometimos”. A confesión de partes revelo de pruebas, dice el adagio. Si junto a la presunción de inocencia que se diluye con el mea culpa de Andrés Carrión, conferimos el beneficio de la duda, cedemos un punto a su sinceridad.
Prohibido olvidar. Fueron incontables las ocasiones en que el ex presidente Rafael Correa calificó al periodismo ecuatoriano -salvo excepciones- de “prensa corrupta”. Tal vez no fue del todo exacta la definición; y, por tanto, preferimos quedarnos con el de prensa mercenaria, que actúa por encargo y descargo en nombre de terceros. Es ya un hecho consignado por la historia del país que a fines del siglo pasado, cuando tuvo lugar el feriado bancario decretado por el gobierno de Yamil Mahuad en beneficio del sistema financiero, muchas entidades del sector -por no señalar la lista de las más importantes-, asomaron vinculadas a un medio de comunicación audiovisual o impreso que silenció o tergiversó el hecho periodístico calificado como el peor atraco perpetrado al país.
El valiente reconocimiento de Carrión, supone reconocer que, a falta de profesionalismo, los periodistas -“en general”, según la afirmación de Andrés- tuvieron injerencia interesada de comunicadores investidos de activistas políticos. Este solo hecho, permite colegir una merma de objetividad periodística, con la consecuente pérdida de credibilidad que diversos medios vienen enfrentando en la opinión del público. Al calor de la confesión de Carrión, el mea culpa debe ser extensivo a toda la prensa, a los monopolios de la información, a los mercenarios de la pluma, a los agoreros del desastre que en décadas pasadas auguraban cada día peores días, y que hoy callan ante la debacle política, social y económica por la que atraviesa el Ecuador.
¿Estamos acaso a tiempo de corregir los errores cometidos por los periodistas reconocidos en su mea culpa por Andrés Carrión?
Si bien es cierto que la valiente confesión de Carrión desbroza un terreno tupido de dudas, negaciones y justificaciones esgrimidas por parte de la prensa frente a su responsabilidad informativa, no es menos cierto que para el efecto es insuficiente la confesión de partes. En este caso no se debe relevar las pruebas que conduzcan a establecer justicia para aquellos comunicadores que sí hicieron bien su trabajo, con objetividad, profesionalismo y ética. Las pruebas relevantes y no relevadas, permitirán identificar con nombre y apellido al medio, al anchor y al periodista que hizo de “su poder” un arma de escarnio institucional o personal en desmedro del prestigio de entidades, procesos y personas. Carrión puso el dedo en la llaga de cuya cicatriz aun sale pus. Si bien el mea culpa es un golpeteo de pecho, estamos a tiempo de impedir que solo se quede en un acto de contrición mediático que requiere reparación a los afectados.
Como Carrión están llamadas a un mea culpa las “vacas sagradas” del periodismo de opinión e informativo que, sueltos de cuerpo y de boca, juzgaron y sancionaron en una pantalla, a través de una señal de radio o en un editorial impreso a personas que la vida les ha devuelto el derecho a la presunción de inocencia. El acoso moral que ejercieron los medios tiene capítulos vergonzantes. No en vano el régimen anterior, con errores o no, demostró en las instancias judiciales la mentira de ciertos comunicadores que creyeron que su versión era la verdad. Algunos permanecen en Miami -vivitos y coleando- disfrutando el caviar del exilio; otros, cabezagacha, guardan silencio vergonzante, porque la ley los encontró culpables, y afectados -como el propio ex mandatario Rafael Correa- les perdonó indemnizaciones millonarias que ganó en justa lid jurídica.
La historia se repite una vez como tragedia y otra vez como farsa. Lo que ayer fue un drama con graves daños a terceros, hoy en una simulación que se colude con el olvido, se pretende dejar todo en la nebulosa para que no se conozca la dimensión de ciertos hechos que avergüenzan al periodismo nacional. Basta mencionar el acoso moral y mediático del que fue víctima la ex ministra de Educación, Sandra Correa, perseguida por una prensa implacable, juzgada y encarcelada por una justicia influida por la opinión que la condenó a priori, al aire en vivo y en directo, antes de que los tribunales y la sociedad pudieran exhibir alguna prueba fehaciente en su contra, en los casos de presuntos plagio de un texto académico y peculado en la adquisición de implementos escolares.
La historia es larga y la memoria es corta. El mea culpa de Carrión remueve viejas y malas prácticas periodísticas. Evoca reiterados abusos mediáticos y juzgamientos injustificados de la prensa, que aún no tienen clara explicación ante el país, ni sanción de sus responsables que hicieron del micrófono una guadaña. Aunque tardía, valga la confesión de un colega como Andrés Carrión, que en su mea culpa abrió la llaga de un debate urgente y necesario.