Sin duda este año la Feria Internacional del Libro Quito 2018, trae un abreboca más sustancioso que el menú ofertado en su catálogo de mano. La invitación al escritor japonés Haruki Murakami -superstar de las letras contemporáneas- ha concitado la atención del mundillo cultural quiteño. La FIL Quito arranca con una intervención del célebre autor, junto a su anfitrión el ministro de Cultura, Raúl Pérez Torres, hoy en la CCE.
Murakami no requiere mayor presentación, no obstante, permítaseme reseñar que nació en Kioto en enero de 1949, hijo de un sacerdote budista y una comerciante de Osaka, y vivió la mayor parte de su juventud en Hyogo. Es aficionado al deporte, y practica maratones y triatlón, aunque no empezó a correr hasta los 33 años.
Aclamado por las actuales generaciones de lectores, Murakami es objeto de veneración entre la juventud y criticado por la literatura tradicional japonesa. Un extraño al país nipón, dirán sus detractores que miran de reojo su tendencia literaria surrealista, enfocada como una lente fija en el fatalismo.
En honor a la obra de Murakami, habría que decir que sus páginas están matizadas de un universo alejado de los clichés surrealistas, para asimilarse visual y estéticamente con las imágenes producidas por fotógrafo japonés Yutha Yamanaka que nos sumerge en un mundo en el que los cuerpos, los elementos y la naturaleza interactúan para superar los límites de la realidad.
En el centro de la línea divisoria que polariza a sus lectores, su obra exalta valores de la cultura occidental, como ningún otro narrador japonés, habiéndose hecho merecedora a sonados palmarés. Literatura pop, humorística y surreal que refleja “la soledad y el ansia de amor”, en un modo que conmueve a lectores tanto orientales como occidentales, ha sido galardonada con notables premios. La crónica destaca el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri, el Franz Kafka, el Jerusalem Prize o el Hans Christian Andersen. En España, ha merecido el Premio Arcebispo Juan de San Clemente, la Orden de las Artes y las Letras, concedida por el Gobierno español, y el Premio Internacional Catalunya 2011.
La obra prolífica de Murakami incluye las novelas Escucha la canción del viento y Pinball 1973; La caza del carnero salvaje; El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas; Tokio blues. Norwegian Wood; Baila, baila, baila; Al sur de la frontera, al oeste del Sol; Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; Sputnik, mi amor; Kafka en la orilla; After Dark; 1Q84, Los años de peregrinación del chico sin color y La muerte del comendador. También los libros de relatos El elefante desaparece, Después del terremoto, Sauce ciego, mujer dormida y Hombres sin mujeres. Además, los ensayos De qué hablo cuando hablo de correr y De qué hablo cuando hablo de escribir, y el relato ilustrado La chica del cumpleaños.
En torno al singular fenómeno literario Murakami, se tejen algunas interrogantes. ¿Es el escritor japonés un potente acreedor del Nobel? Amerita decir que sus novelas Tokio Blues, La muerte del comendador y Kafka en la orilla, son algunos de los argumentos para nominarlo varias veces al premio Nobel de literatura. La disyuntiva radica en reconocerlo como un autor de libros importantes o fruto exitoso de una operación de marketing literario del momento. E identificar cuáles son los libros de Murakami que lo encumbran en la cúspide de las letras mundiales.
La crítica especializada no ha sido complaciente, muchas veces a contracorriente con su legión de lectores. Se ha dicho de sus escritos que “chocan con frases que pisotean la línea roja entre lo cursi y lo sublime”, Y que, sin necesidad de plantear artificialmente grandes dilemas morales, “Murakami presenta un mundo en el que la resolución de los conflictos internos (soledad, miedo, desamor) se materializa a través de epifanías oníricas y símbolos que se vuelven tangibles”.
En el criterio crítico de Rodrigo Fresán, confeso adicto de Murakami, se lee: “pura intuición y, al mismo tiempo, cuando todo parece a punto de venirse abajo, una firme precisión para afectar al lector de maneras siempre impredecibles, haciéndole sentir que aquello que se le cuenta no está escrito sino que está sucediendo en el acto, para que sea él quien termine de convertirlo en íntima trama».
No obstante, entre los críticos hay coincidencia en que la literatura de Murakami, “merece un Nobel no por la belleza formal de su lenguaje (sus propios traductores comentan que su prosa es sencilla y directa), sino porque logra un acceso inmediato al inconsciente colectivo de medio mundo usando herramientas tan aparentemente banales como la simplicidad, la intriga narrativa y las referencias pop que exasperan a sus detractores”.
Murakami es algo similar a un profeta sin tierra. En Japón se lo acusa de “batakusai” (apestar a mantequilla), por estar demasiado americanizado. El crítico Masao Miyoshi sostiene que Murakami no muestra a Japón en sus libros. Importante es que Murakami, luego de darse una larga mirada a sí mismo, parece satisfecho con lo que encuentra. Un autor que se las trae, premunido con verdades universales que proyecta mucho más allá de los límites de la realidad.