En tiempos medievales las mazmorras eran recintos seguros y fuertes de los castillos, que albergaban a los enemigos de la corte. Un encierro mayor de sujeción y castigo físico infringido a los enemigos del rey. En la actualidad el émulo son los pabellones de alta seguridad de ciertas cárceles destinados a la reclusión de presos de extrema peligrosidad.
El reciente traslado de Jorge Glas, ex vicepresidente de la República, condenado a seis años de reclusión por el delito de asociación ilícita, supone un símil de los calabozos feudales de alta seguridad para impedir fugas, motines, suicidios o crímenes entre los reclusos. ¿Será que el ex segundo mandatario de la nación representa, potencialmente, el riesgo de comportar una de esas conductas extremas? Cuesta creerlo.
La actitud de Glas, observada durante el tiempo que permanece detenido, confirma que se trata de una persona privada de libertad que responde armónicamente a los parámetros de conducta preestablecidos por el sistema penitenciario. Es decir, no ha mostrado actitud violenta, indisciplinada o sospechosa de subvertir las normas de seguridad carcelaria. Reiteradamente ha sostenido su inocencia -a falta de pruebas fehacientes- respecto de los delitos imputados, o de la presunción de ilegalidades cometidas como peculado, enriquecimiento ilícito, etc., apelando a los recursos legales.
Jorge Glas representa para unos observadores la víctima expiatoria de una persecución política, propiciada e implementada desde las altas esferas del poder mediante la instrumentalización del sistema judicial al servicio de la política. Para otros, Glas es el pez gordo del correísmo atrapado en la red que tendió el gobierno de Moreno a los ex jerarcas del régimen anterior. Y para cada vez menos personas, Glas representa el funcionario corrupto que perjudicó al Estado y se benefició del delito en connivencia con sus asociados ilícitos.
El cambio de locación carcelaria para Glas, ordenado por el gobierno y puesto en práctica bajo el argumento de que ante la fuga del ex funcionario del régimen anterior, Fernando Alvarado, él pudiera intentar una fuga, es una peregrina e hipotética situación que requiere ser demostrada en los hechos.
La reclusión de Glas en el Centro de Rehabilitación de Latacunga, supone una flagrante violación de sus derechos humanos en calidad de recluso, atención médica oportuna, regular visita de sus familiares y una normal comunicación con el entorno. No existe, en su caso, disposición alguna en sentido contrario que justifique el traslado desde la Cárcel 4 de Quito, bajo la presunción de un hipotético intento de fuga de ese centro carcelario
La respuesta del recluso de iniciar hace trece días una huelga de hambre en protesta por la violación de sus derechos, constituye una medida extrema que pone en riesgo su salud física y mental, con potencial apremio de muerte. Así lo señala la asambletísta Paola Cabezas, desde su cuenta de Twitter, quien manifestó su preocupación por la integridad del ex vicepresidente: “La vida de Jorge Glas corre peligro”, afirmó la legisladora al señalar que la huelga de hambre “deteriora aceleradamente su salud”.
Ante el evidente arbitrio que pone en riesgo la vida de un ser humano que no merece un trato de sanción exacerbada por odiosidades políticas o por vendettas circunstanciales, exhortamos a las autoridades a escuchar la voz de su señora esposa Cinthya Díaz, quien solicitó «misericordia» al régimen de Moreno, con el fin de obtener un trato más humanitario para su familiar, ya que su esposo es «una bomba de tiempo por las enfermedades de que padece, hipertensión y gastritis».
Quienes hacemos opinión pública a través de este medio periodístico, invocamos a los juzgadores y castigadores de Jorge Glas que observen un elemental sentido de humanidad, en virtud de su integridad personal. Que lo regresen, sin condiciones, a la Cárcel 4 de la ciudad de Quito, donde venía cumpliendo condena. No esperará el régimen cargar en la conciencia de sus representantes, un muerto por odio, venganza o impiedad. La justicia no es más justa por su severidad, ni es menos coercitiva por su clemencia.
Cuestión de humanidad.