A pocos días de asumir el actual gobierno de Lenin Moreno, en mayo del año anterior, conversábamos con el entonces flamante Ministro de Cultura y Patrimonio, Raúl Pérez Torres en una entrevista sobre su futura gestión. En esa ocasión, el escritor ecuatoriano reconocía que “se han olvidado de la cultura y ahora es momento de remediarlo”. Sentado en su nuevo despacho de la avenida Colón, Pérez Torres, generaba así gran expectativa sobre su quehacer en el ministerio que se había mostrado aletargado durante una década de siesta cultural. Y la mayor esperanza que posicionó el ministro de Cultura, entonces, fue declararse codeudor de una deuda cultural que, malaya suerte, para muchos aún sigue impaga.
Al menos, ese sentir y pensar comparte un centenar y medio de escritores, artistas, gestores culturales y gente vinculada al mundo de la cultura, que rechazaron en carta pública del 9 de octubre, el discurso que el ministro Pérez Torres compartió en el marco de la Feria Internacional del Libro de Uruguay, en representación de Ecuador, país invitado.
Lo deleznable de la conferencia del ministro Pérez Torres -según el escritor Eduardo Varas, suscritor de la carta- “radica en que es un texto que presenta una versión absolutamente desactualizada de la literatura del Ecuador. Una en la que literariamente el país solo ha sido territorio masculino; en la que se ignora el rol de escritoras como Dolores Veintimilla, Aurora Estrada y Ayala, Elysa Ayala, Lupe Rumazo y Alicia Yánez Cossío… Una literatura que no pasa de los años setenta, que de manera consciente ignora el gran momento actual que viven las letras de Ecuador gracias a autoras como Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero y Sabrina Duque. Ignora el trabajo de editoriales independientes que están apostando por otro tipo de autores y generando otras dinámicas de mercado para nuevos lectores”, señala el autor y concluye, “la del ministro es una literatura que solo importa en función de un compromiso ligado a circunstancias políticas e ideológicas”. La conferencia dictada por Pérez Torres, que lleva por título Breves apuntes sobre la literatura ecuatoriana “puede verse también como una ofensa a autores y autoras invitados por el Ministerio a Uruguay…como una nueva prueba de que la deuda del Estado con el tema cultural y artístico seguirá siendo insalvable.”, afirma Varas.
Sandra Araya, -joven escritora acreedora al Premio La Linares de Novela Breve-, una de las firmantes de la carta, manifestó que “más allá de la omisión de las escritoras en la ponencia del Ministro, es inconcebible que su visión de la literatura ecuatoriana llegue solo hasta los años setenta. Para él, lo que viene luego de esa década no existe para la historia literaria del país. Creo que existió una negligencia que se hubiera podido evitar con la inclusión de dos párrafos que den cuenta de lo que ha pasado en estas décadas”.
Sorprende y entristece, sinceramente, que el Ministerio de Cultura y Patrimonio acuse en declaración pública sobre literatura nacional, una amnesia anterógrada en la que los nuevos acontecimientos no se los guarda en la memoria cultural para consignación de los ecuatorianos. Causa desazón, por el propio ministro nuestro dilecto autor, que se omitan personas y acontecimientos de corto plazo, y que esta información no se consolide en la memoria colectiva, que es la cultura del país.
La omisión va más allá del olvido temporal, y refleja las ausencias de una política cultural acorde con los tiempos, más incluyente con las nuevas manifestaciones culturales, literarias o artísticas. Y, al tenor de mi tristeza, evoco las propias palabras de Pérez Torres en nuestra entrevista como flamante ministro: “La cultura de nuestro pueblo es la continuidad de su proceso espiritual, material, es la carga de manifestaciones lúdicas, religiosas, políticas, económicas. La cultura es la generadora de valores insustituibles, identificables de tradiciones sobrellevadas con amor, con sacrificio, con denuedo a través de los siglos para hacerla digna de la vida, de su maravilla y de su tragedia. He caminado todo el país y sé de esos contenidos y valores culturales. Primero hay que visibilizarlos para todos” .
Entonces ¿por qué no se lo visibiliza, consecuentemente, en representación internacional de ese país que -no cabe duda- usted conoce en sus valores culturales, señor ministro?
Nuestros cantares no pueden ser, sin pecado, un adorno, dice el poema. Y no queremos pensar que en el Ministerio de Cultura no han leído ese verso. No estamos insinuando que, como antaño en la década de la siesta cultural, consideran a la cultura ornamental, miscelánea, adosada parásitamente a otros quehaceres humanos con fines de promoción política. No hay en esa visión un cabal reconocimiento al sentido ontológico de la cultura como forma de ser de un pueblo; aquellas manifestaciones diversas, libres y existenciales que denotan y connotan identidad, reconocimiento del pasado y vocación de futuro.
La omisión a toda una generación de creadores de dichos valores que dice reconocer, le pasará factura al ministro Pérez Torres, y es una pena por lo innecesario y absurdo de la situación, en su calidad de ministró obligado a visibilizar ese trabajo generacional. El repaso por la historia de la literatura de su país, Ministro, debió ser generosamente representativa de todo lo que ocurre culturalmente en el terruño, y en particular en la literatura, género en el que usted ha destacado con justo reconocimiento de causa. La cultura es el oficio de la memoria, como bien sabe el señor ministro, memoria que perenniza contra la memoria olvidadiza.
Precisamente, porque compartimos su afirmación de que “la literatura y el arte siempre estarán para contradecir, para polemizar, subvertir y revalorizar” a la dignidad humana, es que nos permitimos abordar este tema cultural con el ánimo de que, al margen de sus disculpas públicas por las omisiones en el discurso, es saludable refrescar la memoria y recordar que es hora de satisfacer la deuda de sus antecesores ministeriales. Débito cultural que debe ser saldado, más allá de un compromiso ligado a circunstancias políticas e ideológicas transitorias.
Fotografia El Comercio