La sombra de las dictaduras que asolaron Brasil se yerguen sobre el país carioca, ahora evocadas en la presencia del candidato ultra derechista, Jair Bolsonaro, furibundo admirador de las castas militares y que podría convertirse en el próximo presidente de la nación más grande de América Latina. La polarización de fuerzas tiene en la izquierda política a Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, heredero del contingente partidista de Lula, impedido de terciar en las elecciones de este domingo.
La población, no obstante el 40% de intención de voto en la encuesta de la empresa Datafolha, teme un triunfo del candidato Bolsonaro, capitán de ejercito retirado, considerado un político “machista y racista” que ha mostrado admiración y añoranza por el régimen militar de 1985. No es en vano la frustración política y social de los brasileros que ven resurgir el peligro de una violencia extrema en el país asolado por la corrupción. En un clima electoral esencialmente emocional, el pueblo brasilero está a punto de emular las victorias de políticos como Trump en los EE.UU, y procesos como el Brexit, o el fracaso de la paz en Colombia, caracterizados por la exacerbación de las pasiones populares. Estados anímicos que suben de tono e intensidad, por la ausencia de Lula y la evocación popular de un líder impedido de ser candidato, retenido en la cárcel por supuestos actos de corrupción.
La lucha electoral brasilera tiene un contexto suigeneris: un ex candidato está en la cárcel, otro llegó a las elecciones hace menos de un mes y a otro lo apuñalaron. A un candidato lo acusan de homófobo, racista, misógino y tiene un gusto por militarizar al país. El otro está rodeado de casos de corrupción. La contienda electoral con 147 millones de electores, en Brasil ha profundizado la fractura del país, que ante una recesión económica se vuelve ingobernable, y apela hoy a una nueva carta de la izquierda para enfrentar el riesgo de volver a ser gobernado por las oligarquías militaristas. Electoralmente, hay 13 candidatos presidenciales, pero si ninguno consigue más del 50% de los votos se tendrán que ir a una segunda votación a finales de este mes. La reñida campaña avizora una segunda vuelta electoral en la que se enfrentarían Bolsonaro y Haddad. La posición más moderada del resto de candidatos los obliga a tomar definiciones para el segundo round electoral. De cara a esa coyuntura, el silencio es considerado un apoyo tácito al candidato de la derecha, y ante el rechazo que genera Haddad, heredado de ciertos sectores contrarios a Lula, la izquierda llama a sumar fuerzas a todos contra el militarismo de Bolsonaro.
Mientras eso sucede, solo el 17% de las personas tiene confianza en el actual gobienro. En momento en que Brasil muestra signos de descomposición política y social, no es fácil la tarea que deber enfrentar el próximo mandatario. Un país dividido entre ricos y muy pobres, entre negros y blancos, que cohabitan una de las naciones más desiguales del mundo, plantea el reto de reconciliarse y enfrentar unido un incierto futuro. El último lustro ha definido a los brasileros en dos bandos peligrosamente irreconciliables, sin embargo difusos a la hora de decidir el destino de un Brasil que oscila entre la nostalgia militarista de derecha o el populismo estatista de la izquierda. La línea divisoria es una frontera difusa que los brasileños transitan a ritmo de samba y fútbol, dos pasiones populares que cada cierto tiempo les hace olvidar la política.