Las tablas ecuatorianas están de luto por la muerte de Susana Pautasso, actriz argentina que sostuvo una significativa trayectoria durante 26 años en los escenarios ecuatorianos.
Eran los días del retorno a la democracia -a fines de los setenta- cuando Susana arribó al país, procedente de su Córdova natal. Ligera de equipaje, sin embargo traía consigo la mística y la experiencia de un teatro militante y contestatario de las dictaduras argentinas. En su país integró el Teatro Libre y fue alumna de María Escudero, como parte de un grupo crítico frente a la realidad social.
En Quito conoce al actor y dramaturgo argentino, Arístides Vargas, y a la actriz española Charo Francés, durante una presentación del grupo La Rana Sabia. Su encuentro estaba signado por un destino singular, se hicieron íntimos amigos, montaron obras colectivas y en 1979 fundaron el grupo teatral Malayerba, del que Susana formó parte durante 13 años.
Arístides evoca esos días con un dejo de nostalgia, y narra los inicios de Malayerba: “Malayerba nació entre 1978 y 1979, en ese periodo tuvimos las primeras reuniones en Quito. Eramos Charo, Susana y yo, luego se integran Lupe Acosta y Carlos Michelena. La primera aparición se hizo en Ambato, 1978, con fragmentos de una obra mayor compuesta de dos monólogos El loco y la muerte y Desbordaje, de Darío Fo. En 1980, Malayerba presenta en el teatro Prometeo de Quito su primera obra completa, Robinson Crusoe, una creación colectiva en la que actúan Susana, Charo, Carlos, Lupe y Arístides”.
Malayerba -refiere Arístides- es un grupo puente entre la teatralidad de los setenta, los ochenta y noventa. El grupo nace en un momento de “mucho apasionamiento político”, en el que cada colectivo teatral militaba o simpatizaba en organizaciones de izquierda. Era un tiempo de dispersión y en el teatro nacional había mucho maniqueísmo. Malayerba rompió con eso y cuestionó el acartonamiento y el panfleto en escena.
Susana Pautasso, que venía de un teatro político, se unió a Charo Francés, dueña de un saber más acabado en actuación como aprendiz de una técnica orgánica del método creativo que aprendió a William Leyton, discípulo de Stanilawsky. Carlos Michelena, en cambio, procedía de un teatro callejero y Arístides Vargas de un teatro barrial o comunitario. Esa diversidad hizo de Malayerba un colectivo con lenguaje propio en los escenarios ecuatorianos. Son voces diversas en una reunión de artistas diferentes: es una poética de la diferencia.
Susana aportó su talento a Malayerba, como “una mujer muy comprometida con ideas de izquierda y, a su vez, una gran artesana, manejaba muy bien la plástica de la escena -sin ser escenógrafa o vestuarista-, pero tenía condiciones para serlo y, de hecho, ella construía visualmente las obras, era la escenógrafa actriz y vestuarista”. Tenía mucho sentido del humor y un carácter fuertísimo -cuenta Arístides-, Malayerba “era un matriarcado marcado por muy buenas actrices y que legitimó la calidad de sus integrantes”.
Al cabo de 13 años, Susana se separa del grupo, sin embargo nunca deja de actuar y el grupo le asiste en sus presentaciones, a su salida en 1996. En lo sucesivo, actúa con Christopher Baumann y Tamara Navas, y comparte escenario con María Beatriz Vergara y Juana Guarderas. Trabaja en películas y para la televisión en el Ecuador y en otros lugares del mundo.
Más adelante fundará Rojoscuro, un grupo integrado por mujeres. De esa época se registran: Me duele la cabeza y Casa matriz. La venadita, fue una obra de su autoría en que actúa decantada por una línea teatral que indaga la cultura andina, a través del retrato de una mujer: “Es una obra en homenaje a este país, es el canto de amor a este pueblo que me acogió como a una de sus hijas. No soy la misma persona que hace muchos años. Me gusta como soy ahora, eso se lo agradezco a Ecuador”, dijo aquella vez Susana.
Una relación especial
El actor ecuatoriano, Jorge Matheus, sostuvo una buena amistad con Susana y una esporádica relación profesional. La conoció en Malayerba donde participó como luminotécnico, antes de convertirse en el actor de trascendencia en escenarios nacionales e internacionales, y en la academia como director de maestrías.
En su sala de teatro junto a la Plaza Belmonte, una tarde evoca a su amiga con afecto: “con Susana tuvimos una relación muy cordial y nunca llegamos a ser íntimos, pero teníamos una charla muy amistosa y divertida. Yo iba a desayunar en su casa y nos reíamos mucho, cualquier tema recurrente que no tenía que ver con el teatro, lo gozábamos. Casi nunca hablamos de teatro, tenía un tipo de distanciamiento, mantenía un margen. Susana fue una gran actriz, yo la admiraba mucho”.
En su actividad en el cine, Susana compartió el set con Matheus en una realización ecuatoriana: “Nosotros coincidimos como pareja en un cortometraje de Santiago Carcelén”, cuenta el actor. “Hicimos unas escenas amorosas en una casa antigua y nos tuvimos que besar, y su pareja de entonces se enojaba con cada repetición de la escena”.
Luego, el destino los encontró en un escenario final: “La última vez que la vi actuar, fue haciendo de abuela en La Casa de Bernarda Alba, de García Lorca, en el Teatro Sucre. Era una actriz muy creíble, muy orgánica en el escenario, tenía una gran presencia, era una excelente persona”, recuerda Matheus.
Susana Pautasso luchaba sus roles en la vida y en el escenario. Su temperamento y presencia escénica la proyectaban al público como una actriz de excepcional talento y una mujer comprometida con sus semejantes.
La actriz ecuatoriana residente en México, Estela Redondo, escribió en redes sociales: “Susana, gran actriz e impulsadora del teatro ecuatoriano nos ha dejado en este plano, ella una vez fue mi mamá, así la conocí y así la llevo siempre en el corazón, maternal, llena de luz”. Esa impronta de la Pautasso, fue nítida. De sus tiempos de teatro, sus colegas recuerdan con especial nostalgia los procesos de la obras. Tiempos “en que además de construir teatralmente, tenía la oportunidad de reflexionar sobre sí misma. Entonces el trabajo teatral era un medio para mirarse hacia adentro, revertir toda esa búsqueda en sus personaje y luego comunicar al espectador”.
Susana solía despertar a las cinco de la mañana y su única rutina era mojarse la cara con agua muy fría. Los domingos, en cambio, enciende su escarabajo VW celeste y maneja desde su casa en La Floresta hasta el parque de La Carolina. Allí practica Falun Dafa, una técnica milenaria de origen chino que significa, literalmente, Práctica de la rueda de la ley. Susana sentía al amanecer la energía recorriendo su cuerpo. Era la dicha de vivir.
Una crónica de prensa, reseña el hecho: “Cuando el Falun Dafa llegó a su vida, Susana estaba triste y apagada. Había tenido que dejar su casa en el Ecuador y volver intempestivamente a Córdoba: Gustavo, el primero de sus tres hijos, chocó en una carretera cerca de la capital y murió. Ella fue a despedirse, a lamer sus heridas, a vivir su duelo. Volvió a vivir en la casa de su infancia, que Gustavo habitó desde que volvió de Quito a Córdoba, y allí se encontró con Nicolás, el perro de su hijo: dos extraños que tuvieron que aprender a convivir y terminaron queriéndose mucho”.
El domingo 12 de agosto se apagó la luz interior de esta mujer notable. La muerte la venció regresando de Córdova y la derrumbó de un paro cardio respiratorio. Arístides Vargas, en póstuma sentencia, resume el significado de la partida de Susana Pautasso: “Sucede que cuando muere una actriz, o un actor, es como cuando muere una especie en la naturaleza. Esa identidad, esa forma jamás se va a reproducir con esa sensibilidad, ese apasionamiento, esa manera de estar en la vida, en el escenario, ese compromiso ya no se vuelve a repetir. Cuando un actor o actriz desaparecen es como una perdida ecológica relacionado con el teatro”.
Tomado de revista Babieca por el autor