Fue la crónica de un recetario anunciado. La intervención del Presidente Lenin Moreno socializando las nuevas medidas económicas resultó previsible y reiterativa. El primer mandatario, luego de culpar de todos los males y de la crisis al régimen anterior, procedió a cumplir el guión comunicacional de un discurso en el que no estuvieron ausentes alusiones de tono propagandístico, con el nuevo slogan “el momento es ahora” y la apelación publicitaria “respiramos nuevos aires de libertad, clima de paz y de convivencia en armonía”.
Reiterativa intervención que puso énfasis en promesas temporales que ya habíamos escuchado en tiempos de la partidocracia, e incluso en este mismo gobierno, como “reducir el tamaño del Estado”, o “recuperar la confianza internacional”, propuestas que apuntan a fortalecer al sector privado y aumentar la deuda pública con nuevos préstamos solicitados a los acreedores internacionales, como el FMI y otros en esa línea.
Previsible intervención que ofrece “impulsar la inversión” (privada) sin mencionar específicamente los acuerdos concretos alcanzados con los inversionistas que, al menos si se trata de empresarios privados, éstos están en la obligación moral de aportar recursos, toda vez que les fueron perdonadas sus deudas y favorecidos con privilegios arancelarios. ¿Dónde están esos acuerdos concretos? Previsible en la promesa de “potenciar la industria nacional”, sin una estrategia concreta y agenda de actividades que apunten al cumplimiento de una oferta que suena bien, pero que no tiene asidero en la realidad.
Reiterativa intervención presidencial que incurre en el mismo asistencialismo estatal del régimen anterior al que critica. Asistencialismo de un Estado mesiánico y paternalista que financia de sus arcas públicas la economía de los pobres. Es decir, regala pescado sin enseñar a pescar. Reiteración de un discurso que busca dejar la consciencia en “paz y armonía” -como sugiere el presidente-, “porque sin paz interna no podemos tomar decisiones” y “el momento es ahora”, ratifica en tono de campaña persuasiva.
Una vez aplicado el anestésico comunicacional, el régimen anunció medidas que no son otra cosa que “ajustarnos el cinturón”. Y empezó por casa, como dice el mandatario: reducir el Estado a la mínima expresión de gestión. Y la fórmula ya la conocemos: reducir o fusionar entidades públicas, ministerios y secretarias en un régimen al que le estorba el propio Estado y sentiría más cómodo con corporaciones privadas, actuando sin mayor vocación y responsabilidad social. La lista de acciones es clara: eliminar el ministerio de Justicia, reducir 25 instituciones, fusionar delegar y optimizar Tame, CNT, Correos del Ecuador, etc., reducción de gastos ministeriales, reducción de subsidio a combustible, viáticos burocráticos, actualizar el precio del galón de la gasolina súper a USD 2,98. Medidas previsibles.
El discurso presidencial deja un sabor a crisis, sin soluciones efectivas. Por un lado el Estado sigue siendo prioritariamente asistencialista, como una entidad supra social que practica el paternalismo proteccionista, sin estimular en la práctica la recuperación económica por la vía de la generación de empleo, inversión privada y pública en proyectos estratégicos, financiación de programas sociales de emprendimiento económico masivo, etc. Con toda seguridad, el gobierno estima que no es el momento ahora de hablar de educación, salud, vivienda, economía solidaria, porque no lo hizo y dejó en suspenso qué va a suceder con esos sectores sociales claves para la convivencia nacional. El gobierno no logra consolidar la gestión de los sectores sociales bajo su campaña de Toda una vida: no se observa cumplimiento en planes de vivienda y empleo. El área de la salud se mantiene con la misma cobertura del gobierno anterior, y educación reduce diversos programas anteriormente planificados.
No se ve con claridad una política encaminada a lograr acuerdos firmes y concretos con el sector empresarial para generar empleo productivo. No hay reciprocidad de los empresarios, a quienes se les perdonó deudas y favoreció con privilegios arancelarios. Ellos deben invertir el dinero perdonado en generación concreta de empleo.
Tampoco el país observa una política oficial de alianzas estratégicas, entre el sector público y privado, para la intervención conjunta en el marco de una economía mixta, a fin de lograr mejorar la productividad privada y optimizar la eficiencia estatal.
El Estado reconoce la crisis y entra en una gestión de reducir gasto, en lugar de aumentar recursos por la vía de la producción y prefiere hacerlo por la vía del crédito internacional, que es como mantener un círculo vicioso.
El gobierno habla de “libertad, paz y armonía” en tono manipulador para atenuar el impacto de las medidas, y pone sedante al garrotazo cumpliendo una sugerencia de un aparato de comunicación que practica un permanente estado de propaganda.
El momento es ahora. De generar una real alianza con el sector privado en la creación de una economía mixta que supere el estatismo y la privatización a ultranza. De exigir un informe de gestión sobre el lobby internacional en la consecución de dinero productivo por la vía de la inversión internacional. Exigir informe sobre los acuerdos logrados con financistas internacionales en términos de nuevos créditos y bajo qué condiciones.
Ahora es cuando se debe sincerar el discurso oficial y bajar el tono propagandístico para volverse más analístico y propositivo. Es decir, inaugurar un auténtico liderazgo presidencial que nos diga a los ciudadanos para dónde vamos como país, bajo un esquema cierto de diagnóstico serio, estrategias viables y cronogramas posibles. ¡El momento es ahora!