Por Leonardo Parrini*
El periodismo es una pasión insaciable frente a la realidad, dejó escrito García Márquez. Y esa misma vocación -sin título- que practica Fander Falconí, lo convierte en un lúcido registrador de una realidad que asume con sentido analítico. En este quehacer, el autor de artículos y editoriales periodísticos difundidos durante un lustro en la prensa pública, perfila un compromiso asumido en el alegato por la defensa de principios sobre temas educativos, culturales, geopolíticos y de economía. Falconí es economista de profesión, y especialista en Economía Ecológica por convicción y formación. Como ciencia de la gestión sostenible, o estudio y valoración de la (in)sostenibilidad, esta disciplina permite al autor tomar en consideración diversas variables ambientales y sociales, asumiéndolas con una visión multidisciplinaria.
Desde esa dimensión, aborda temas de actualidad que, esencialmente, trascienden la coyuntura y se convierten en pequeños ensayos sobre asuntos de interés general. En la presente antología periodística de editoriales registrados durante cuatro años en diario El Telégrafo, Falconí va cincelando, a partir de una mirada humanista del entorno, la posibilidad de un país y un mundo socialmente más inclusivo, solidario y premunido de una mayor responsabilidad ambiental.
Falconí describe una suerte de mundo antinatural, atrapado en la economía capitalista el hombre no economiza, despilfarra; depreda fuentes de riqueza y se auto consume en la explotación laboral. El ser humano es una especie de especie en extinción, transeúnte en un hábitat que amenaza también con extinguirse junto a sus diversas formas de vida natural. De allí que en temas ambientales, Falconí asume la defensa de las poblaciones afectadas por el crecimiento económico, los recursos naturales, y en constante alerta sobre de la destrucción de la naturaleza, muestra preocupación por los problemas derivados del cambio climático, puesto que “desde ahora en el mundo habrá más eventos catastróficos relacionados con el clima y será más difícil frenar el calentamiento global”.
Su prioridad teórica está junto a los países de nuestro continente: “Los países del sur parecemos condenados a seguir dependiendo de los recursos naturales. La visión economicista del desarrollo contribuye a esto, pues impide visualizar los conflictos sociales y ambientales que genera este tipo de ‘estrategia’ sostenida en las exportaciones de materias primas y alimentos. Esta estrategia, llamada a satisfacer la necesidad energética de los países ricos, saturados de energía fósil, provoca severos impactos: crecientes conflictos políticos en todo el planeta, calentamiento global, acelerada reducción de la biodiversidad”.
Oportuna alarma que nos sitúa frente a la encrucijada de elegir entre una relación armónica con el ambiente natural o sucumbir a los efectos del agravante de la tragedia: las sequías producidas por alteraciones climáticas, como la causada por el fenómeno acrecentado estos años de la corriente de El Niño. Hablando en términos automovilísticos, -dice Falconí- si es que no damos el mantenimiento adecuado al planeta, “corremos el peligro de fundir el motor”. Pero el capitalismo salvaje es como un caballo desbocado que se acerca peligrosamente al precipicio, crece y crece.
Ese síndrome de crecimiento maquillado como sinónimo de desarrollo, es desmitificado por Falconí: “El crecimiento, la panacea del pasado, se está convirtiendo en la pandemia del presente. Sin embargo, tanto el crecimiento como el desarrollo descuidan los problemas ambientales”. Con solvente argumentación identifica dos variantes del mito del desarrollismo: “Ocurre que el crecimiento del PIB o un adelanto en el Índice de Desarrollo Humano IDH, incluso siendo positivos de año en año, pueden ser insustentables a largo plazo. La combinación de desarrollo y sustentabilidad produce el oxímoron ‘desarrollo sustentable’: idea absurda, como ‘la luminosa oscuridad’ o ‘un instante eterno’. La sustentabilidad es la capacidad de carga del medio ambiente, determinada por el nivel máximo de población que puede soportar, sin sufrir un impacto negativo importante. Esta idea permite distinguir la biología humana de la del resto de las especies animales”.
Parodiando a Marx, diríamos que el hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma. No obstante, cuando no lo hace, la naturaleza y sus cambios catastróficos se encarga de ser una alarma de su propia conciencia intranquila. Ese panorama está bien pincelado por la pluma de Falconí. Cuestionando la posibilidad de sostenibilidad urbana en sociedades desarrolladas, constata que “cuando pasó el ser humano de cazador recolector a una sociedad agroalfarera, todavía mantenía un hábitat natural…Por definición, la ciudad está separada del campo y, sin embargo, depende de él… En el aspecto económico, el campo entrega productos agropecuarios a la ciudad y recibe a cambio bienes y servicios, pero también desperdicios. La verdad es que es muy difícil creer que una ciudad, peor una megaciudad como Shanghái, Nueva York o México, DF, pueda alcanzar un verdadero nivel de sostenibilidad”.
En otro acápite de su reflexión ambientalista, en el contexto de las cumbres internacionales sobre cambio climático, Falconí cita al Fondo Mundial de Vida Silvestre y plantea que la manera en la que consumimos los recursos del planeta es insostenible. Por tanto, “si es que no cambiamos este rato los sistemas alimentario y energético, ya nada frenará el cambio climático y se acabará con la biodiversidad. Desbordamos los límites de CO2 en la atmósfera y rebasamos la capacidad de resiliencia (adaptación) de la naturaleza. Está en juego la continuidad de la civilización”.
La alarma se enciende cuando el autor detecta síntomas de mercantilismo destructivo en los propios hábitos de consumo de lo que llamaríamos la sociedad de la saciedad: “El consumismo no solo es alienante en sí mismo, dentro de la misma lógica del mercado; además es autodestructivo, si se considera los impactos de largo plazo que infringe en el ambiente”. A mayor consumo humano, mayor autoconsumo planetario: “El hecho concreto es que resulta fundamental abordar el calentamiento global como un problema civilizatorio, y evidentemente como un tema geopolítico, en un momento como el presente, que hemos rebasado los límites de las 400 partes por millón de la concentración promedio de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera”.
El ser humano, diría Falconí, es un acreedor de sí mismo. La deuda ecológica, su mayor asignatura pendiente: “Las naciones del Sur tenemos una deuda financiera con el mundo rico, pero, al mismo tiempo somos acreedores de la deuda ecológica, que es ‘una deuda que nos adeudan’ los países del norte. Es decir, se trata de una especie de débito que nunca cobramos y que ellos nos deben, pero que simulan desconocerlo…Una manera de procesar la deuda ecológica es promover la creación de un nuevo orden internacional”, concluye.
Falconí se adentra en los temas económicos con profunda vocación ambientalista y sensibilidad social. Al denunciar injusticias pone en su lugar posturas apologéticas de las inequidades económicas y sociales, como la privatización y concentración de la riqueza. En ese ejercicio teórico, el autor rescata la utilidad de la economía para el mejoramiento del bienestar humano: “La Economía Ecológica. Esta disciplina, que une la economía y la ecología, pretende limitar el crecimiento económico descontrolado que amenaza con destruir el planeta, debido a la codicia de los países ricos y a su miope visión, que no coloca como debiera a la naturaleza y al ser humano por encima del mercado”. La Economía Ecológica es una de las pocas disciplinas que conjugan la investigación académica con la militancia social, convirtiéndose así en una economía útil, reflexiona el autor en uno de sus editoriales.
Con lucida mirada, Falconí sale al paso de postulados de moda y nos advierte de ciertos remozamientos teóricos: “La ‘economía verde’ propuesta por los organismos internacionales más parece un lavado de cara del capitalismo global, que una alternativa significativa de sostenibilidad ambiental. En 2008, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) presentó la ‘Iniciativa Economía Verde’. La economía verde es sinónimo de capitalismo verde, dice con mucho acierto el profesor mexicano Alejandro Nadal, en un artículo titulado ‘¿Qué es el capitalismo verde?’. Según Nadal, el capitalismo verde tiene dos contrafuertes. El primero consiste en una serie de mercancías, a la par de procesos de producción, que son menos
dañinos para el medio ambiente, como el reciclaje y la mayor eficiencia tecnológica. El segundo, es el mercado como herramienta para reparar los problemas ambientales”.
Volviendo la mirada a Ecuador, Falconí, emprende denuncias amparadas en investigaciones acuciosas a los acontecimientos financieros y económicos de su país: quienes pronosticaron la crisis y se aprovecharon de ella obtuvieron ganancias excesivas, al manipular la predicción. “Es un retrato fidedigno de los banqueros que se apropiaron del dinero de los depositantes. Sueño que algún cineasta ecuatoriano haga un cortometraje sobre el feriado bancario de 1999, un episodio macabro, pero olvidado por unos y desconocido por los más jóvenes”, concluye Falconí.
En su certero diagnóstico, el autor nos sitúa frente a una realidad insoslayable registrada con sobria objetividad periodística: “Son los países pobres, precisamente, los que más necesitan capitales en su interior, los que más sufren por la evasión de capitales y la consecuente evasión fiscal; cualquier programa social y cualquier intento de redistribución de la riqueza deberá ser suspendido o dependerá de préstamos externos. El 30% de la riqueza africana está en paraísos fiscales y el 22% de la riqueza latinoamericana tiene igual destino; casi la totalidad de esas proporciones se refieren a capitales no declarados, es decir, se trata de evasiones de impuestos. El capitalismo de casino y la evasión de impuestos van de la mano”.
El análisis emprendido por Falconí da cuenta de la situación de la economía mundial bajo la crisis del 2015, “un frenazo anunciado”, caracterizado por “la baja de los precios de las materias primas y grandes salidas de capital. Los perjudicados han sido los países empobrecidos del Sur, en particular los latinoamericanos y africanos, y los beneficiados, los países desarrollados”. La inequidad social no es una suerte de fatalismo histórico, o un determinismo geográfico, contrariamente Falconí identifica las causas de este fenómeno que “proviene de la carencia de empleo de calidad, de la ausencia de oportunidades y de la falta de pago de impuestos, incluyendo los dineros lícitos o ilícitos depositados en paraísos fiscales”. Falconí se pregunta: ¿Es lícito hablar, individual o colectivamente, de un exceso de contaminación o del uso excesivo de recursos naturales o, lo más polémico, existe tal cosa como demasiada e intolerable riqueza?
Y la respuesta no se deja esperar, el progreso regresivo es una cuenta inexorable: “Mientras millones de personas viven al borde de la miseria en el mundo, muchos ya no tienen que luchar por subsistir… Así, varios países ricos encabezan la lista de las mayores tasas de suicidios, mientras Haití está al último… El problema político, sin embargo, es evidente: el capitalismo no va a desaparecer sin dar una batalla final… La codicia no es un simple deseo, es un deseo vehemente, es decir, irreflexivo. Si la codicia es indeseable en una persona, es peor en un grupo social. Mientras más poder tiene ese grupo guiado por la codicia, más peligro corre la sociedad entera y hasta el planeta. Porque la codicia no se detiene ante nada, es tan irreflexiva como la ira y es igual de destructiva, o peor si vemos lo que ha causado en la Tierra”.
En un acápite de sus artículos, Falconí apunta que “hace 400 años, el dramaturgo inglés William Shakespeare escribe El mercader de Venecia, caricaturizando a un usurero de la época. Shylock sufre con la idea de perder una sola moneda y, si le toca perder, quiere escarmentar al deudor. Ciertas corporaciones del siglo XXI se comportan como Shylock. La ciencia demuestra que el crecimiento económico no puede continuar, que si no lo detenemos nosotros será la naturaleza la que nos detendrá. Un capitalismo inconsciente no quiere detener el crecimiento, pase lo que pase”. Para ese capitalismo irreflexivo – dice Falconí- la codicia es su motor. Tal codicia suele disfrazarse como plusvalía o manifestarse descaradamente como corrupción en desfalcos, peculados y sobornos. Esas formas invisibles de ‘ganancia’ también mueven la economía capitalista.
Falconí identifica la marca de ese capitalismo monstruosamente inconsciente: “La bancocracia. En el mundo capitalista, la falta de regulación y supervisión del sistema financiero ha generado monstruos bancarios que, al ser demasiado grandes para quebrar, alcanzan una situación de tanto poder que les permite hacer operaciones, cada vez de mayor riesgo, porque saben que el Estado y los habitantes de un país serán, en última instancia, quienes tendrán que pagar por su quiebra para evitar que todo el sistema económico colapse”.
Las fuerzas progresistas deben tomar partido frente a esta situación, insta Falconí: El desafío económico de la izquierda latinoamericana, en esta hora, consiste “en no dejarse tentar por las sirenas neoliberales, que no están en nado sincronizado sino dando patadas de ahogadas”. Esos cantos de sirena entonan la desgastada melodía de que “la distribución social viene luego del crecimiento económico”, o que “el Estado debe ser humilde y pequeño”. El neoliberalismo va más allá del mercado y busca la privatización de todas las esferas de la vida. Frente a “ese modelo obsoleto que la derecha sigue maquillando, más como servicio funerario, la izquierda debe ofrecer una opción realista. Eso implica reducir la pobreza y combatir la desigualdad”.
Un dato certero ilustra este panorama: “Pocas manos concentran la riqueza y la acumulación desigual se puede representar como una figura piramidal. Dentro de ese grupo, 128.200 personas tienen una riqueza de más de $ 50 millones, 45.200 poseen más de $ 100 millones y 4.300 personas tienen más de $ 500 millones. El 70% de las personas -que apenas poseen el 2,9% de la riqueza- está en la base de la pirámide. Norteamérica es la región con mayor participación de la riqueza (34,7%), seguida de Europa (32,4%), países del Asia- Pacífico -sin China e India- (18,9%), China (8,1% con el 21,4% de la población mundial adulta), América Latina, India (1,4%) y África (1,1%)”.
El panorama económico y ambiental descrito en los artículos de Fander Falconí, muestra como escenario a un ordenamiento geopolítico de nefastas repercusiones para la sobrevivencia humana. En una aproximación a los conflictos del mundo contemporáneo denuncia que “el terrorismo es el deliberado uso de la violencia para causar terror en el enemigo (interno o externo) y puede venir del Estado (como acostumbraba proceder la Alemania nazi) o de un grupo subversivo. La respuesta occidental, que debería ser reconciliadora y reflexiva, es extremista. Se exige mano dura contra los musulmanes y se ataca a gente inocente, simulando que se está respondiendo a los terroristas… cuando se está sembrando más terror”. Una extensa revisión a diversos sucesos internacionales, dan pábulo al autor para realizar un análisis pormenorizado de los principales conflictos incluidos en la agenda periodística internacional. La amenaza y actual geopolítica de los EE.UU., bajo el mandato de Trump, los conflictos religiosos y políticos del Oriente Medio, la guerra de Irak, el enfrentamiento civilizatorio de Occidente contra el mundo musulmán, el drama de Siria, la guerra interna de Colombia, situación de los migrantes, los cambios políticos en Latinoamérica, el festín de los paraísos fiscales y las denuncias de Assange, son tratados con solvente pluma por el editorialista.
Falconí va cincelando una postura de hombre de paz y transparencia informativa: “Bienaventurados los que destapen el conocimiento, de ellos será el reino de la justicia”, se dice a sí mismo. Todo vale si contribuye a difundir la verdad, concluye. Pero, al mismo tiempo, está consciente de que frente al conflicto colombiano “la paz no sería completa si no se termina la negociación con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y si no se asesta el golpe definitivo contra Uribe y sus secuaces, los abanderados del neoliberalismo. Solo la justicia social hará permanente la paz”.
En uno de los más graves conflictos del continente, el autor reconoce en el contexto del Plan Condor, que “la conspiración internacional del capitalismo se comprueba en la calificación que nos dan a los países latinoamericanos desde organismos capitalistas oficiales, como el FMI, hasta instituciones privadas, cobijadas por la misma bandera”. Al mismo tiempo, la caída de Brasil “nos mueve el piso a todos; las implicaciones geopolíticas de tal suceso son muy graves”. Ante esta realidad, Falconi insta a que “los países del Sur y los movimientos progresistas deben unirse para exigir una nueva métrica de la economía, la justicia social y ambiental, la eliminación internacional de los paraísos fiscales y el respeto a las normas de convivencia pacífica, sin injerencia de las grandes potencias”. Y esgrime la consecuente alerta: “Esta derecha a la que nos enfrentamos está más unida que antes, se ha preparado y conoce las debilidades de una izquierda que ya ha conocido el desgaste del poder. Hasta en forma tecnológica está mejor preparada, pues usa las redes sociales a su favor y aprovecha los mensajes de los medios de comunicación, mayoritariamente de su línea”. Muchos de estos principios, Falconí pudo echarlos andar bajo una política internacional del Ecuador en su rol de Canciller de la República. Con la mirada en perspectiva, aborda temas geopolíticos con solvencia inherente a un analista premunido de un marco teórico sustentado en los principios de soberanía, libre determinación de los pueblos y respeto a la convivencia internacional; experticias adquiridas en el mundo de la diplomacia que acompañaron su paso por la representación diplomática del país.
La educación libera o condena a la ignorancia, a la sumisión, a la moderna esclavitud del analfabetismo cultural que impide leer los diversos códigos de la realidad. Esta verdad de Perogrullo, es asumida por Falconí bajo preceptos que guían su vocación de educador. Falconí se aproxima al proceso educativo con una visión moderna, diríamos, utilitaria en el mejor sentido el término: la educación tiene un rol esencialmente formativo. Cree en una educación de calidad, premunida de una excelente cobertura y un claro ejercicio de derechos, privilegiando el interés superior de la niñez y de la adolescencia. Todo ese componente se conjuga en un proceso que tiene por misión crear ciudadanía, formar al ser social.
Valiéndose de su afición por el cine, Falconí descubre en diversos documentales o ficción, realidades que le motivan reflexión. Analizando el documental Starving the Beast: The Battle to Disrupt and Reform America’s Public Universities, se asombra de que “el país más rico del mundo carezca de cobertura médica gratuita, por ejemplo, es inaudito; no hablemos de los demás países ricos del mundo. Otra escandalosa contradicción es el sistema educativo. Mientras existen universidades de excelencia, en otros casos la educación superior pública en Estados Unidos parecería dirigida por Trump”. La tesis del documental -señala Falconi- es que el ideal de la educación superior como bien público, pretende sustituirse por una visión de la educación superior como mercancía. Esta pretensión tiene el auspicio del capitalismo, por supuesto, pero se presenta como un inocente movimiento pro reforma de estudios y, de paso, reforma de la base presupuestaria.
En educación, Falconí sugiere que “las intervenciones son, por lo general, positivas. Las realiza el Estado y la comunidad educativa (docentes, madres y padres de familia, estudiantes, trabajadores), dentro de su propio territorio. No obstante, no se puede generalizar y pensar que toda intervención educativa es buena, es decir, da buenos resultados de aprendizaje. Por eso es recomendable referirse a estudios académicos”. Y esa intervención suele aportar, en tanto retome la experiencia positivas de otros países. Falconí confronta dos sistemas educativos diametralmente opuestos y que son, respectivamente, el paradigma de lo que se debe y no se debe hacer en educación: “si usted visita el colegio secundario fiscal Central High School, quedará impresionado, al ver ventanas rotas y paredes despintadas. El 74% de estudiantes vive bajo el nivel de pobreza y sus calificaciones están entre las peores de Estados Unidos (informa Global Citizen). Claro que quienes tienen bastante dinero pueden enviar a su hijo al Salisbury School en Connecticut, por $ 49.000 al año (según Business Insider). Frente a este tipo de formación que fomenta y perpetúa la desigualdad, aparece el modelo finlandés de educación. En Finlandia es ilegal cobrar pensiones. Además de ser gratuita, la educación básica incluye atención médica, almuerzo, libros, materiales, excursiones, y salidas recreativas y educativas. Si es necesario, se cubre también alojamiento para quienes viven en lugares alejados”.
Entre otros tópicos educativos, Falconí apunta diversos aspectos del proceso educacional. “Además de la conveniencia de métodos tradicionales de enseñanza-aprendizaje, hay otras aristas en los aspectos pedagógicos. Por ejemplo, el número de estudiantes en un aula. Hablemos de la enseñanza universitaria, en especial en posgrado.
También forma parte de su preocupación “la importancia que tiene la tecnología en la educación, más allá de los fríos números”. En esa línea de pensamiento, Falconi pone un especial énfasis analítico en la calidad educativa: La educación de calidad beneficia a toda la sociedad, concluye. El estudio internacional Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (2017), Factores que inciden en el desempeño de los estudiantes: perspectivas de América Latina, Washington DC, McKinsey and Company, nos da nuevos conceptos y señala una alerta: La investigación muestra que la motivación de los alumnos es un factor clave en sus logros académicos.
Falconí pone especial énfasis en denunciar y prevenir aquellas lacras enemigas de la educación, como “el consumo de estupefacientes -drogas prohibidas- que es más que un problema de salud pública”. O la perversa realidad del acoso, violación y abuso sexual perpetrado al interior de unidades del sistema educativo fiscal y privado. Realidades delictivas, frente a las cuales en su calidad de Ministro de Educación, declaró cero tolerancia y total transparencia en el manejo de la información. El periodismo es una pasión que no decrece con los años de práctica, cambia de intensidad y de grados de ímpetu. Fander Falconí ejerce ese oficio -del que habla García Márquez-, sin título, con la serena pasión que le otorga un denodado sentido humanista de la vida