El tema del aborto no es algo tan simple como conocer el ciclo menstrual y llevar un calendario en papel o en digital para tenerlo presente. No pasa porque una mujer deba andar a llevar una caja de preservativos para pedirle (¿rogarle?) a su pareja casual o fija que le haga el favor de ponérselo cuando van a tener sexo (para que después ELLA ‘no marche desnuda pidiendo que le autoricen la muerte de un bebé’). No se trata de irresponsabilidad ni de calentura, y menos de cargar las tintas solamente a uno de los miembros de la pareja, pues por lo general un embarazo es cosa de dos personas, aunque una de ellas sea un donador de semen.
No es que se esté a favor del aborto. Y, en mi caso particular, no se trata de que defienda el aborto per se. Se trata de obrar de acuerdo con la realidad, con los hechos. Y la realidad es tan simple como que la mayoría de mujeres que aborta generalmente lo hace por uno de tres motivos (aunque no se descarta que a veces se combinen):
* pobreza
* soledad/abandono
* violación
La pobreza conlleva en sí también cierto tipo de desconocimiento. ¿Cómo pedirle a una mujer que conoce mejor el pene de su pareja que la estructura de su propio cuerpo, que comprenda la complicada abstracción de su ciclo menstrual y lo aplique en su vida sexual y afectiva? ¿Y si tiene un ciclo irregular? ¿Y si su ciclo no es de 28 días sino de alguna de las posibilidades de la vasta gama de variantes entre 21 y 35 días que la misma biología presenta como rango de variabilidad? Con frecuencia estas mujeres también sufren violencia doméstica, maltrato, y como lo conté en un episodio anterior, muchas veces son sus propios maridos o convivientes quienes les obligan a practicarse el aborto, o incluso quienes se lo provocan.
Por otro lado, me atrevería a decir que no es tanto la pobreza como el abandono y la soledad lo que empuja a muchas mujeres a tomar esta decisión. Generalmente el abandono más doloroso en este caso es el abandono del otro miembro de la pareja, y con frecuencia también incide el abandono de la propia familia de la mujer. Pero también está un abandono social, pues si en lugar de estigmatizarlas, criticarlas o tratarlas como a estúpidas enrostrándoles de muchas maneras posibles lo que es un preservativo (que debe usar un hombre) o humillándolas con la descripción de su ciclo menstrual, si en lugar de esas veladas agresiones ellas encontraran comprensión para su situación, contención para su angustia, y algún tipo de acompañamiento respetuoso y solidario, tal vez se lo pensarían un poco antes de decidirse.
Y en cuanto a la violación, tan frecuente en nuestros pueblos… ¿piensan que a un violador se le puede obligar a ponerse un preservativo? ¿Creen que si la víctima le dice, en una de esas: «por favor, señor violador, tome en cuenta que estoy en mis días fértiles», él tendrá la bondad de retirarse y acechar para atacar en una fecha más adecuada?
Si tan pro vida son, si tanto protegen al producto de una unión sexual entre dos personas, tal vez es bueno que comiencen a darse cuenta que desde hace mucho tiempo muchísimas mujeres vienen abortando por el miedo que les causaba precisamente eso: la humillación, el escarnio, la acusación de deshonra. En el momento en que los hombres y mujeres instruyan a sus hijas e hijos sobre el funcionamiento de su organismo en particular y el organismo humano en general, en el momento en que pensemos a la mujer gestante como un receptáculo de vida, como alguien que entregó su amor con pasión y fuerza, o como la víctima de actos que laceran su intimidad y la esencia de su ser… en el momento en que dejemos de verla como a una pobre ignorante, una idiota que no sabe ni siquiera lo que es un preservativo, o como a una ninfómana seductora y calenturienta, además de irresponsable, que no tiene idea de lo que hace ni de lo que quiere… en ese momento tal vez hombres y mujeres sean capaces de defender la vida, responsabilizarse plenamente de sus acciones y tomar decisiones que no vengan del miedo ni de la angustia, sino de la responsabilidad y la madurez.
Pero creo que todavía faltan otros veinte siglos para que algo parecido suceda en este planeta repleto de jueces y juezas gratuitos, ávidos de reas (que no reos) a quienes condenar.