Un fantasma recorre el continente: el neoliberalismo remozado que está implantando la restauración política conservadora que vive la región. Frente a esta realidad, la reacción de las fuerzas políticas de izquierdas enfrentan el gran reto de levantar una plataforma programática que apunte a la superación del modelo reaccionario de restablecimiento neoliberal. En la tarea, la tendencia progresista ha comprometido un necesario consenso social, sin el cual no habría la posibilidad real de superar las inequidades en Latinoamérica, “el continente más desigual del mundo”. Una contradicción económica y social que tiene que ver con la superación del hambre, de la miseria y de la exclusión política.
Una región latinoamericana en retroceso y que había conseguido entrar en un cauce de superación de sus desigualdades con regímenes que -para bien o para mal-,comenzaron a inaugurar el cambio social en sus respectivos países. Líderes como Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, se convirtieron en los más importantes referentes de la izquierda mundial. Esa izquierda debe enfrentarse a la causa de la tendencia conservadora que propone un proyecto de “descalificación del Estado, de la política, de los derechos, de los partidos, de las soluciones colectivas a los problemas de las personas y de la sociedad”.
Hoy, en la evocación política de esa izquierda progresista se reconoce a la década pasada como “los años más virtuosos en la historia política” de países como Brasil, Bolivia, Argentina, Ecuador, y Venezuela -en mejores momentos-, en los que disminuyeron las desigualdades, hubo menos índice de miseria, se vivió un clima de inclusión social y la imagen de estas naciones mejoró notablemente en el contexto internacional, en materia de defensa de los derechos ciudadanos.
No obstante, líderes de los procesos de cambio -como Rafael Correa- advirtieron en su momento la reacción del amo, -el gobierno de los EE.UU.- obsesionado en poner fin a las transformaciones sociales y al desplazamiento de las fuerzas políticas y económicas, afines a sus intereses hegemónicos. Esa reacción fue explicita e inmediata: la derecha política logró desarticular los consensos de la izquierda -sumado a los propios errores de la tendencia-, al punto de orquestar una gran campaña de recuperación del poder. Una cruzada conservadora que se basa en evidenciar la corrupción de los gobiernos progresistas, crisis económicas que los dejó sin recursos para viabilizar proyectos sociales, incapacidad de controlar la inflación y diversos grados de despotismo en el poder; todo un panorama que construyó el actual imaginario del fracaso de dichos gobiernos.
Los aliados naturales de la reconstrucción conservadora son, sin duda, los medios informativos manejados por empresas de enorme potencial económico. Las compañías mediáticas, si bien no lograron imponer su visión de la realidad durante la década de progresismo en América Latina; hoy, sin embargo, son los principales constructores del desprestigio de la izquierda en la región.
La batalla por la hegemonía social, la pugna ideólogica por imponer una visión de la realidad, en los últimos años se inclinó a favor de la derecha política, por falta de capacidad de convencimiento y persuación de la izquierda, tanto de sus líderes como de sus estructuras partidarias en la militancia cotidiana. Un fenómeno típico por falta de promoción de cuadros dirigentes, de educación ideológica de las bases, de renovación generacional de líderes y un nuevo proyecto político acorde con los tiempos.
Allí radica el mayor desafío de la tendencia: recuperar la fe en sí misma, la práctica unitaria, la dinámica movilizadora de masas, la claridad en la conducción política, la flexibilidad para lograr alianzas y la creatividad programática de hacer nuevas y atractivas propuestas en la región.
Los escenarios de la lucha ideológica son múltiples. La cultura y sus diversas manifestaciones y expresiones recreadoras del imaginario colectivo. La economía y los derechos de inclusión y equidad. Y, obviamente, la política en sus concretas y cotidianas formas de participación ciudadana.
La izquierda tiene tarea para la casa: comenzar a recuperar fuerza política al calor de las contradicciones sociales, proponiendo alternativas y soluciones a los acuciantes problemas de los trabajadores y de los sectores medios. Erguirse como la renovada opción de poder popular y conducción de un proceso de cambios sociales profundos, justos y urgentes.