Cuando Jorgenrique Adoum escribió su libro Señas Particulares, valeroso retrato del ser nacional, me impresionó la valentía de decirnos que los ecuatorianos nunca tuvieron vocación de futuro, que siempre culpamos al otro por nuestras cuitas y errores, en fin, que nuestra impronta corresponde a la de un país acomplejado. El autor de Entre Marx y una Mujer Desnuda, nos quitó los atavíos para vernos en la exacta dimensión de nuestra desnudez como pueblo tercermundista, sentimental y agrario.
Tenemos nuestras propias señas particulares. La historia de los últimos meses está plagada de regresiones representativas. Somos tan disimulados, que nunca lo admitiremos: este es un país que se autoengaña, que proclama mentiras como verdades. La prensa no miente, dice la verdad en el engaño. Los políticos no defeccionan, huyen de la responsabilidad de cumplir lo prometido. Son nuestras relaciones de poder, corrompidas por el poder. De estos valores estamos hechos, de una sola pieza difícil de desagregar. Nuestra propias creencias aúpan a los gobernantes para gobernar sin escrúpulos. Entonces, la perfidia fue naturalizada desde las altas esferas del poder.
El poder corrompe al poder
Nuestras relaciones de poder son injustas y desiguales, siempre lo fueron, hoy más que nunca. El que ejerce el poder, abusa de él contra sus propios connacionales. Tenemos algo de masoquistas, nos mentimos en elecciones y sufragamos engañados hasta encumbrar en el poder a un impostor. Cuando parecía ser cierto el discurso que consolidaría el cambio político y social, la felonía cambió el curso de la historia y nos regresó al pasado.
Desconocer en el presente nuestro pasado, es la forma más retorcida de no tener vocación de futuro, como nos dijo Adoum. Preferimos autocastigarnos, negando que alguna vez fuimos menos sumisos frente a nuestros amos, que de vez en cuando eramos un país organizado, que empezamos a transformar la historia. Cuando el país ya había cambiado -y avizorabamos ser distintos-, decidimos dar una vergonzosa vuelta atrás, proclamando el eufemismo de que estamos “saliendo del abismo”.
¡Vaya ironía! Así titula la disertación que dictó el presidente Lenin Moreno en España. “Saliendo del Abismo”, una metáfora desaforada, más cuando una retahíla de políticas oficiales nos ponen al borde del precipicio. Políticamente damos un paso atrás, y lo que se ha impuesto es el proyecto de las élites que habían sido desplazadas en su orgánica partidocrática, y que hoy resucitan de la muerte súbita que les había propinado el correismo. La política se impone al servicio de la economía privada y los negocios a la orden de la concentración de la riqueza en pocas manos. El modelo toma el rumbo de la pauperización de las mayorías. La propuesta de empresarios retrógrados que se autoconvencen y reviven reciclando engañosos fundamentos del libre mercado y fórmulas privatizadoras.
Vivimos una involución histórica. Una tendencia reaccionaria que nos llevará al inevitable deterioro social de las condiciones de vida y de trabajo de la población. Sobran excusas para tapar las verdades y simular lo contrario. Declaraciones de prensa sibilinas, cifras oficiales contradictorias, chistes presidenciales sin mayor gracia, mensajes oficiales surrealistas y comunicados de la Secom, tapando el sol con un dedo. Todo se vale en la nación del equívoco.
Otro eufemismo presidencial busca convencer a 300 empresarios españoles de que Ecuador se convierte hoy en destino de inversiones. “El mejor país del mundo para invertir”, dijo Moreno a los europeos. No obstante, el país maravilla, exhibe una caída del pleno empleo, entre junio del 2017 y junio del 2018, en 161.689 puestos de trabajo. La pobreza, en el mismo período, aumentó de 23,1% a 24,5%; y la pobreza extrema registra un alza del 8.4% al 9%, según cifras del INEC.
A la final, son nuestras señas particulares. “Somos un país único en el mundo!”, les dijo Lenin Moreno a los españoles. Y en eso tiene razón. Pero los eufemismos presidenciales no sirven a la hora de decir la verdad plena. Son apenas un artilugio del discurso, un volador de luces para distraernos de la opacidad en que vivimos.