Ha transcurrido casi medio siglo desde que los países no alineados reunidos en Nairobi en noviembre de 1976, en la XIX Conferencia General de la UNESCO, proclamaron la “urgente necesidad de crear un nuevo orden informativo internacional”. La pequeña ciudad africana de Nairobi, capital de Kenia, fundada por los británicos en 1899, cuyo nombre significa “el lugar de aguas frescas”, se convertiría en el símbolo del clamor del tercer mundo por refrescar las relaciones de la comunicación mundial.
La lucha de los países dependientes por lograr emancipación y autonomía respecto de los países capitalistas “desarrollados”, tiene expresión en una batalla diplomática cuyas conclusiones fueron olvidadas en los archivos de la UNESCO. El encuentro de Nairobi de hace ya 42 años marcó el derrotero, en cuanto a concebir un mundo más equilibrado en materia informativa, no obstante sus precursoras conclusiones y sugerencias, quedaron en letra muerta. Al calor del reciente encuentro que tuvo lugar en La Habana, Cuba, en el contexto del Foro de Sao Paulo, bien vale el ejercicio de correlacionar Nairobi del 76 y La Habana del 2018, y constatar que el clamor por un nuevo orden informativo internacional sigue más vigente que nunca.
En Nairobi, las naciones periféricas -como se las llamaba en ese entonces-, establecieron en 1976 una plataforma reivindicativa en materia de comunicación que se resume en los acuerdos de “revertir la dependencia cultural, revisión de tarifas de cables de prensa, medidas para el aprovechamiento y uso de satélite e intercambio de realizaciones mutuas entre países desarrollados y sub desarrollados”. Para lograrlo, plantearon las estrategias de desarrollo de la educación, cultura y comunicaciones, reconocimiento y respeto a la diversidad cultural, estimulo de investigaciones científicas sociales y eliminación del desequilibrio entre países industrializados y el Tercer Mundo.
El propósito quedó plasmado en el llamado Informe McBride, que recoge las “críticas a países industrializados y occidentales”, y hace “visible el monopolio en la comunicación”. El documento concluye en el NOMIC, Nuevo Orden Mundial de la Información y Comunicación, cuyos postulados fueron “la eliminación de desigualdades, facilitar la libre circulación y difusión de la información, pluralidad de fuentes de información, libertad de prensa e información, ayuda de los países desarrollados al desarrollo de los sub desarrollados y respeto a las identidades culturales y a informar a la opinión públ ica”.
La respuesta de las transnacionales de la información fue declarar un bloqueo al NOMIC, modificándolo en sus partes esenciales bajo la postura de los monopolios defender “la libertad del flujo informativo”. Acto seguido, acusaron a la UNESCO de “autoritarismo en instrumentos de comunicación”, y consecuentemente, EEUU sale de UNESCO, “por defender posiciones de empresas trasnacionales”.
En resumen, lo ocurrido en Nairobi, refleja “la falta de apropiación de las recomendaciones del Informe McBride luego de su publicación y aprobación en la ONU. El sociólogo Armand Mattelart, lo expresa señalando que «se ha tejido una leyenda negra alrededor del Informe y del tema NOMIC e incluso hoy, dentro de la propia UNESCO, pocos se atreven a recordar estos antecedentes». El anhelo de multilateralidad fue sepultado tras la ofensiva neoconservadora de los años ochenta, y el Informe McBride no logró incluir “la participación activa de la sociedad civil como recomendación de diseño y ejecución de políticas de comunicación”. Así como no previó la radical fragmentación mundial que, como señala García Canclini, es un rasgo inherente e inalienable de los procesos globalizadores. El Informe McBride trazó una hoja de ruta para la comprensión de los problemas culturales que asignaba la prioridad a la interacción social y concebía a las tecnologías como herramientas al servicio de políticas.
¿Qué ha cambiado desde Nairobi a La Habana, en materia de construcción de canales de cooperación internacional y una mayor autonomía? Muy poco o nada, en cuanto a la gestación de nuevos flujos informativos autónomos locales, latinoamericanos y mundiales. Así lo confirma la plataforma levantada en La Habana en julio del 2018.
La cita continental en La Habana, demuestra la preocupación de volver a cauces críticos en un continente dependiente en materia comunicacional. El temario del análisis regional versó acerca de “la soberanía de los medios y las políticas comunicacionales, la mediatización de la política y el escenario de Internet como una de las plataformas en que se soporta y expande el poder cultural, económico y político de la derecha y de Estados Unidos”.
Una de las aproximaciones concluyentes en La Habana, es que ya no podemos ver el poder solo en términos de economía, de organización política, sino en términos de poder simbólico, y este determina en las sociedades contemporáneas la configuración de gobiernos y sistemas políticos, de la relación entre gobiernos y opinión pública. El poder simbólico radica hoy en “la norteamericanización, la personalización, la comercialización en un mundo donde se han impuesto los patrones de comunicación política norteamericanos”, y eso tiene consecuencias en los modos de configurar y hacer la comunicación, y en la configuración económica del sistema mediático global.
De las primeras 88 firmas de informática y telecomunicaciones a nivel mundial, 40 son de EE.UU. Casi el 90% de la información electrónica de la región es administrada, directa o indirectamente, por ese país. Las cifras indican que entre 70 y 80% de los datos que intercambian internamente los países latinoamericanos y caribeños, también van a ciudades estadounidenses donde se ubican diez de los 13 servidores raíces que conforman el código maestro de Internet. Entre los rasgos de la impronta comunicacional del continente impuesta por los norteamericanos se advierte un discurso que sobreestima, privilegia, jerarquiza la lógica de ganar audiencia por encima de la lógica de establecer una relación culta con la audiencia, falta un discurso público de calidad con la audiencia para tratar de formar ciudadanos participativos.
En ese contexto, la comunicación se caracteriza por una baja credibilidad en los medios y una percepción negativa de las audiencias, respecto de las empresas mediáticas que tienden a jugar el papel de los partidos políticos, en países como Venezuela y Ecuador. Lamentablemente la región latinoamericana no cuenta con estrategias propias que permitan a los sectores progresistas desafiar e intervenir las políticas públicas, y generar líneas de acción y trabajo definidas para construir un modelo verdaderamente soberano de la información y la comunicación
El nuevo orden informativo internacional es hoy, más que nunca, una necesidad urgente. El mundo haría bien en volver al espiritu de Nairobi, en cuanto a asignar prioridad a la interacción social y concebir a las tecnologías como herramientas al servicio de políticas. Un principio de acción que garantice la pluralidad y diversidad de voces en un mundo cada vez más interconectado. Existe la necesidad de sostener esa inspiración ante los desafíos actuales, convocando a respuestas renovadas que pongan fin a la trasferencia tecnológica colonizadora y permitan superar la dependencia comunicacional.
Un nuevo orden informativo internacional, sigue siendo el clamor actual por un mundo más equitativo.