Un espejismo nos remite a esa imagen que en el desierto y en la politica surge en el yermo terreno de los vacíos de la realidad. Un espejismo es aquella ilusión óptica, o política, en que las cosas parecen ciertas cuando no lo son. Esa refracción de la realidad que hace ver lo que no es, ha dado lugar a falsas expectativas en la política ecuatoriana y latinoamericana de las últimas décadas. Entre los espejismos de la politica resulta falso el hecho de creer que el llamado progresismo, revolución ciudadana o socialismo del siglo XXI, constituye una tendencia cíclica o un cambio estructural de las formaciones sociales capitalistas latinoamericanas.
El derrumbe del socialismo real, con la consecuente caída del bloque soviético, dio lugar a una ofensiva neoliberal internacional liderada por los EE.UU. y las potencias europeas que respondieron al llamado geopolítico norteamericano. El resultado fue una oleada de cambios políticos y económicos tendientes a consolidar el sistema capitalista en su fase superior imperialista. En términos prácticos, el mundo entró de lleno en la crisis del 2008, caracterizada por la contracción económica, la avidez de los monopolios y el empobrecimiento masivo de los países del llamado tercer mundo. En una década, las políticas neoliberales sorprendieron a la izquierda latinoamericana, sin que ésta haya dado una respuesta política programática viable y en capacidad de convertirse en alternativa de poder.
En su lugar, los sectores medios afectados por la crisis fueron asumiendo un rol cada vez más protagónico que generó el surgimiento de nuevos líderes, rupturistas con toda forma de gobernanza tradicional. En esa dinámica se conformaron procesos electorales que llevaron al poder a movimientos inorgánicos, es decir, al margen de los partidos tradicionales, en Brasil, Bolivia, Venezuela y Ecuador. Los procesos de cambios políticos latinoamericanos producido por “los disgustos de las clases medias” que accedieron al poder (Revolución ciudadana en Ecuador), produjeron el espejismo político de que los grupos de poder que representan a las burguesías locales, habían sido derrotados, estructuralmente, cuando en la realidad solo sus representantes políticos más dinámicos y visibles fueron desplazados del gobierno temporalmente.
Los regímenes progresistas fueron un reflejo de la política socialdemócrata de remozamiento del Estado y sus instituciones, que dio lugar a gobiernos auto determinantes y soberanos con respecto a los designios de la geopolítica norteamericana. Su presencia en el poder respondió a una exitosa estrategia de negar a la partidocracia tradicional -liberales, conservadores, reformistas, etc.- que fue relegada del poder. En eso radicó la virtud y falencia de los movimientos progresistas que surgen a comienzo del milenio: proclamar una revolución desde las bases electorales, con liderazgo protagónico de la clase media y apoyo de los “sectores populares”.
En términos generales, en esos procesos se vivió una dinámica movilizadora de los sectores reformistas con ausencia del sindicalismo de izquierda, de sectores indígenas y con la presencia condicionada de los partidos de la izquierda marxista clásica, socialista y comunista. En tanto, una “izquierda bancaria” -como la denomina Juan Paz y Miño- capaz de votar por el banquero Lasso, representada por sectores del magisterio que adhirieron al maoísmo chino, se convirtieron en oposición al gobierno de la revolución ciudadana. No obstante, en otro espejismo los grupos económicos relegados políticamente, se acomodaron a las nuevas circunstancias apoyando al gobierno de Correa, como es el caso de grupos comerciales de la sierra ecuatoriana. Los gobiernos que ese proceso eligió, además de aportar avances contra la pobreza y la inequidad, “dieron lugar a significativos adelantos en autodeterminación nacional y solidaridad latinoamericana”.
Luego de una década -ganada o perdida- por los sectores populares, se restableció la capacidad de respuesta “oligárquica” y tiene lugar hoy la “restauración conservadora” -que denunció en su momento Rafael Correa-, consistente en una estrategia global latinoamericana concebida en los círculos de poder norteamericano con el claro propósito de recuperar el poder de los grupos hegemónicos tradicionales, representados en el sistema político por la derecha continental.
La hora de la revancha había llegado. Y las estrategias no descartaron la judialización de la politica, valiéndose de actos de corrupción habidos en los gobiernos progresistas hasta el encarcelamiento de sus líderes, desplazándolos del panorama político electoral. Simultáneamente, las alianzas abiertas o encubiertas de sectores progresistas con viejos políticos resucitados de la partidocracia derechista, se pusieron a la orden del día en Ecuador.
Es natural que el imperialismo respondiera a la altura del momento histórico. Amenazado su poder hegemónico, los EE.UU. ponen en marcha a un plan de recuperación del poder de la derecha latinoamericana. En esa tentativa, a nivel local en cada país de América Latina el proceso tiene expresiones propias. Es muy ingenuo suponer que la ofensiva progresista de la década pudiera ocurrir sin motivar, a su vez, una contraofensiva del imperialismo estadunidense y las élites locales.
En Ecuador, el gobierno de Lenin Moreno es el ejemplo del paradigma propuesto en esta nueva etapa de la politica sudamericana. La derecha ecuatoriana reconfigura imagen, reactualiza métodos y recupera iniciativa política, a instancias del gobierno, para volver a Carondelet y emprender un roll back más ambicioso: “revertir asimismo las conquistas ciudadanas obtenidas desde los años 50”.
¿Qué hace posible la restauración conservadora? Una nueva correlación de fuerzas políticas internacionales, la ausencia de claros principios ideológicos en los movimientos llamados progresistas, el descuido de la formación de nuevos cuadros dirigentes en capacidad de conducir la politica en terrenos movedizos, el oportunismo de ciertos líderes y la traición de otros que, aupados al poder por las fuerzas progresistas, comparten el sillón de mando con sectores reaccionarios.
Allí emerge otro espejismo. Creer que el diálogo, sin beneficio de inventario, es posible con todos y todas; asumir que dialogando se amplía la base de apoyo y esperar concesiones más allá de lo ofrecido por los interlocutores dialogantes empresariales, banqueros y medios informativos alineados a sus politicas. A ello se suma otro espejismos. Pensar que es posible un cambio social profundo, sin la participación activa y real de los trabajadores organizados, sectores étnicos, juventud y minorías sociales.
En el terreno de la formación ideólogica, el movimiento progresista ecuatoriano camina a tientas con principios e ideales nacionalistas, populistas, pero sin referentes claros de una teoría política que señale el camino a seguir. No se advirtió el paradigma chileno del gobierno de Salvador Allende, que llegó a gobernar también por la vía legal de la democracia burguesa, pero desafió al poder de la burguesía criolla con un proceso antimperialista, popular y revolucionario que puso en jaque el poder económico y político de las clases dominantes chilenas. Estatización de la riqueza estratégica de los recursos naturales, reforma agraria con expropiación del latifundio, creación de un área económica estatal planificada, política internacional soberana, cambios profundos en las políticas culturales, generación de un nuevo modelo de “socialismo a la chilena” que, por sus características revolucionarias estructurales, motivo la respuesta violenta del golpe de estado pinochetista del 11 de septiembre de 1973 en Chile.
Así surge el otro espejismo político en Ecuador: creer que la izquierda había accedido al poder y había instaurado un camino hacia el socialismo, o que el pueblo estaba en el poder; eso fue lisa y llanamente ingenuo. Sin menoscabar la enorme importancia del movimiento de la revolución ciudadana, éste se caracteriza por reformas socialdemócratas llevadas a efecto desde y al aparato del Estado, en términos políticos e institucionales, que no se tradujeron en cambios estructurales del aparato productivo ecuatoriano. Es decir, en una década no se alteró el régimen de propiedad privada, ni se conformó una economía planificada central en capacidad de revolucionar el modo de producción capitalista ecuatoriano. En una década se implantó el reformismo de Estado pero no se avanzó en la construcción de una sociedad socialista como reclama la historia de nuestros pueblos.
En el poder, la felonía política dio origen a otro espejismo. La premisa engañosa de la confusión entre el concepto de diálogo con el de participación ciudadana. Un espejismo mediático que goza de prestigio en nuestro país, como vía de participación democrática. La confusión se traslada a cualquier afirmación en la que esté incorporada la palabra democracia. De ahí la creación de un omnipotente consejo de participación ciudadana transitorio que hace de las suyas con personajes periclitados que son revividos en una resurrección política patética y escandalosa.
Hoy día -y coincidimos con el analista panameño-, Nils Castro, “el asunto radica no en si los procesos progresistas, de liberación nacional u orientados al socialismo democrático han menguado o concluido, sino en cómo toca liderar su próxima oleada, para que esta sea más eficaz y concrete objetivos sostenibles de mucho mayor alcance”.
Buen síntoma es lo que ocurre en México con el triunfo electoral de López Obrador y las expectativas que genera Lula en Brasil. Sintomático es lo que ocurre en Chile y Argentina, toda vez que la derecha en el gobierno está naufragando en sus intentos de consolidar un poder legitimado por el pueblo en sus expectativas de un país democrático en lo político y próspero en lo económico. Así la derecha latinoamericana vuelven a exhibir el fracaso de sus políticas.
Espejismo es pensar que el retorno de la derecha al poder, será momentáneo. El regreso reaccionario, por el camino de la restauración conservadora, es un propósito a largo plazo. Se trata de un proyecto que devuelva y fortalezca el poder de la burguesía latinoamericana, coludida con los intereses norteamericanos en la región. Esa es la mayor contracción política de este momento histórico. No caben allí más espejismos, deberán agudizarse en la realidad las contradicciones políticas, económicas y sociales del capitalismo. Se impone construir una alternativa viable de poder popular, en capacidad de forjar un gobierno que devuelva a la nación su soberanía y justicia social, en una esperanza cierta de construir otra sociedad más democrática sin espejismos.