El dicho popular sanciona a quienes se duermen en los laureles, es decir, los entontecidos por la fama que dejan de hacer esfuerzos por merecerla y seguir consiguiendo logros destacados. Los griegos coronaban con una rama de laureles a sus pensadores y hacedores notables, pero sabían la diferencia entre el saber pensar -episteme- y el saber hacer -tecné-, y en ambos casos laureaban con la corona de la fama a sus coterráneos. No se sabe de algún griego dormido en sus laureles; por el contrario, los helenos cultivaban el pensamiento y la acción al nivel paradigmático de convertir sus pasos por la historia en ejemplos clásicos. Sócrates dijo alguna vez: Alcanzarás buena reputación esforzándote en ser lo que quieres parecer, como una forma de marcar la línea divisoria entre el ser y el parecer, entre la esencia y la apariencia.
Cortázar dejó escritas su celebres historias de Cronopios y Famas, con la clara advertencia de que los Cronopios como él, son seres “marginales, poetas, aparentemente locos, sin miedos. Mientras que las Famas son “seres importantes que defienden el orden establecido, presidentes, jueces”. Y esa línea de pensamiento remite a Hesíodo, que decía que la fama es peligrosa, su peso es ligero al principio, pero se hace cada vez más pesado el soportarlo y difícil de descargar.
Idolos efímeros
En la actualidad las competencias deportivas, emulación de torneos helénicos, otorga fama a los vencedores y escarnio a los derrotados. ¿Pero, qué sucede cuando aquellos tocados por la fama sucumben vencidos? En el mundo del fútbol hay Famas y Cronopios, y en ambos casos el triunfo y la derrota los ha tratado por igual, con la diferencia y distancia del mundo griego que hoy la fama es un producto del marketing que amplifica logros humanos, sin medida ni clemencia. La fama esclaviza, no libera.
Si alguna lección aprendimos del torneo mundial Rusia 2018, es que el fútbol ha evolucionado y el esquema de figuras rutilantes es reemplazado por un planteamiento de juego colectivo en la cancha. Ese esquema futbolístico plural, practicado de los europeos, está dando resultados por sobre el fútbol individualista sudamericano, que ve caer del pedestal a sus ídolos. No es necesario ser “experto” en fútbol para darnos cuenta que se trata de un deporte de creación y coordinación entre once jugadores en la cancha, y no solo de una figura rutilante a la que el equipo debe rendir pleitesía y jugar en función suya.
El caso de los cracks Messi, Ronaldo y Neymar, así lo confirma. Este último declaró, luego de la eliminación de Brasil ante una poderosa Bélgica: “Puedo decir que es el momento más difícil de mi carrera. El dolor es muy grande… difícil encontrar las fuerzas para querer volver a jugar fútbol». Mientras que con lágrimas en los ojos, Messi y Ronaldo, abandonaron la cancha luego de ser eliminados del mundial de fútbol, ambos el mismo día.
¿Qué les falta y de qué adolecen los ídolos del fútbol creados por el marketing deportivo?
Sin duda, les falta leer la sapiencia de algunos pensadores que saben cuál es el precio de la fama. Y adolecen de la capacidad de aprender a vivir la fama con más inteligencia ¿emocional? La supuesta rivalidad entre Messi y Ronaldo, estimulada por una campaña publicitaria bien orquestada que obnubila la mente a empresarios y fanáticos, descubre a los dos jugadores que pretendían zanjar su “rivalidad” en este mundial 2018, brillando en la cancha sin conseguirlo. Ambos comparten la fama, los triunfos efímeros en sus clubes europeos, pero ninguno de los dos logró coronarse triunfador mundial con la divisa de su país natal, el máximo trofeo al que se puede aspirar un deportista profesional. Lio y Cristiano se han repartido Balones de Oro, títulos de la Liga española, de la Champions y del Mundial de Clubes, pero ambos fracasaron con sus selecciones nacionales. Por algo ha de ser.
Neymar es criticado por sus exageraciones y simulaciones en la cancha, Messi es observado por su frialdad y ausencia del campo de juego, Ronaldo es visto como el ídolo envanecido por la fama. Y ambos son señalados por sus “líos con el Fisco y su manera de cantar el himno del país”. El destino los une, más allá de su rivalidad mediática, cuando hace que ambos abandonen Rusia en medio de la misma decepción general.
Los ídolos inspiran a sus adláteres, el deportista profesional reedita la figura del héroe helénico, que como todo héroe -divino y mitológico-, sucumbe cuando no pone los pies en la tierra. No en vano Pericles les recordó a sus coterráneos: Los hombres famosos, tienen por sepulcro la tierra eterna.
Borges tenía razón: No he cultivado mi fama, que será efímera, dijo en alguna oportunidad. Un pensamiento de profundis que emerge de la sabiduría, humildad y experiencia en la vida. Una vivencia avalada por la sentencia del poeta Rabindranath Tagore, que los ídolos del futbol deberían tomarse un tiempo saludable de leer: ¿Qué quiere decir fama? ¿Siente el río la espuma? Pues la fama es espuma en la corriente de la vida.