Las realidades políticas cambian y con ella los símbolos que las representan y, que en el devenir del tiempo, se “desgastan”, como diría Barthes. La crisis institucional que vive UNASUR, como reflejo del cambio de voluntad política de sus miembros, no es puro simbolismo, sino una realidad tangible que marca el principio del fin de la organización subregional. Los procesos integracionistas responden a la geopolítica regional del momento, y ésta irradia la correlación de fuerzas existentes en un territorio y momento histórico dado.
Ante la crisis institucional de UNASUR que dejó de funcionar hace algunos meses, el gobierno ecuatoriano solicita la devolución de la sede donada al organismo subregional por el régimen ecuatoriano anterior. El fin de la “donación”, coincidente con el término de las funciones del edificio, significa expulsar de su propia casa a un proceso integracionista estancado. Constituye la estocada final a un intento de unidad regional, con soberanía y autonomía respecto de los intereses hegemónicos imperialistas que han campeado en la región durante décadas como patio trasero. Primero fue el “macartismo” de los años cincuenta en pleno auge de la ”guerra fría”; luego, la llamada Alianza para el Progreso en los años sesenta, y ahora el Plan Colombia. Unasur era la respuesta frente a los intentos hegemónicos de potencias norteamericanas, europeas y asiáticas de alinearnos a sus visiones estratégicas con miras a convertir a su “aliado sudamericano” en mercado consumista de sus productos, base de apoyo para operaciones militares y reserva política de cara al predominio de sus intereses. En ese sentido, UNASUR nació con el propósito de constituirse en una alternativa a la OEA.
UNASUR fue fundada cuando comenzaba a consolidarse el «giro a la izquierda» en América Latina, liderado por Lula da Silva en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela. En ese momento, la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, tenía el objetivo de la creación de una ciudadanía regional para escapar de la histórica influencia de Estados Unidos, muchos de los nuevos gobiernos acordaron convertirla en el principal bloque continental, vaciando de poder a la Organización de Estados Americanos (OEA).
Pero con el cambio del tono político regional, algunos gobiernos deciden abandonar UNASUR, porque la organización entró en crisis y en parálisis total desde el 31 de enero de 2017, cuando el colombiano Ernesto Samper concluyó su mandato como secretario general. En esa línea de acción en el mes de abril, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú anunciaron que suspenderán por tiempo indefinido su participación en el bloque regional Unión de Naciones Suramericanas.
La cuna de UNASUR está en Brasil, cuando Lula con proactiva actitud política, echó las bases de una nueva proyección regional, coincidente con la visión de Chávez de “reconstruir una patria grande” latinoamericana. La crisis de UNASUR se desencadena porque “no logró promover un diálogo efectivo entre el gobierno venezolano y la oposición” y a esto se sumó la crisis política en Brasil. Además, la imposibilidad de acordar quién es la persona encargada de conducir el bloque hizo que fuera casi inevitable rediscutir la necesidad misma de la organización.
El tema de fondo no es puro simbolismo: la falta de una institucionalidad claramente normativizada como para que estos procedimientos se resuelvan por una vía formal, sin pasar por la construcción de consensos, en un momento en que los miembros de Unasur tienen posiciones ideológicas distintas. Y la causa de peso es que resulta oneroso para los miembros desembolsar 800 mil dólares de membresía en tiempos de vacas flacas. El canciller de Chile sentenció: “No podemos estar lanzando ese dinero a una institución que no funciona, porque hay disputas feroces entre sus funcionarios y en la que no hay integración”.
En el agónico devenir de la institución subregional, el gobierno ecuatoriano ha decidido reorientar el uso del edificio de 20 mil metros cuadrados -inaugurado en el 2014- que, simbólicamente, se yergue a pocos metros de la línea equinoccial en el sector de la Mitad del Mundo en Quito. Moreno afirmó que ese edificio en la actualidad por una serie de razones se ha convertido en “nuevo elefante blanco”, y que hay que darle un nuevo uso, “si no está haciendo nada, ese edificio salió sobrando”. Moreno, junto con la decisión de solicitar al organismo subregional la devolución del edificio, dijo que “por fantasmas ideológicos no se ha cristalizado” el funcionamiento de UNASUR. Como decisión presidencial, Moreno anunció que el edificio será destinado a la Universidad de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas del Ecuador.
El ex Vicecanciller de Ecuador, Kintto Lucas ha declarado que “si el gobierno de Ecuador se transforma en sepulturero de uno de los proyectos integradores más importantes como Unasur, quedará en la historia de la vergüenza y la infamia de América Latina. Todo el gobierno, no solo el presidente”. Una voz de protesta que ya no hace eco en el imponente edificio de UNASUR -en la Mitad del Mundo- que subyace como un símbolo de vaciedad política y de ausente integración en una dimensión del colosal abandono regional a sus propias politicas soberanas y de libre determinación territorial.