En el argot popular comulgar con ruedas de carreta, es aceptar lo inverosímil por cierto. Algo similar le sucede al progresismo junto al gobierno. La primera rueda de carreta que se tragaron es la del diálogo abierto con todos los sectores, como sinónimo de gesto democrático, tolerancia política y apertura. Un primer bluf oficial, puesto que el conversatorio de gobierno fue selectivo y no con todos los sectores. Es más, se puso énfasis en aquellos representantes de los grupos económicos, banqueros, medios informativos tradicionales, gremios empresariales y brillaron por su ausencia los sectores laborales, sindicatos, asociaciones y actores políticos diversos o adversos a la partidocracia renacida en brazos oficiales.
Las ruedas de carreta rodaron por Carondelet y en el propio gabinete se las tragaron candorosamente. Y así se nos quiso vender la idea de la existencia un gobierno plural, amplio, integrado por un progresismo izquierdizante y una derecha camuflada, e integrada por conspicuos representantes de los sectores con visiones neoliberales que buscan destruir todo rasgo de progresismo. En esa dinámica, el mandatario, sonrisa en boca, nos tomó el pelo, como chiste de mal gusto: este es un gobierno de izquierda, pero tolerante con la derecha. Un suerte de neopopulismo social, -planes con nombres de canciones, rótulos vacíos de políticas sociales inexistentes, espejismos de una vieja oligarquía maquillada en sus rancias pretensiones de conservar el paternalismo social denigrante con el que han gobernado toda la vida.
Y al interior del gabinete se lo creyeron a piejuntilla aquello de ser amplio. Tan amplio mientras el tira y afloja por destruir un Estado de derechos e imponer un país al viejo estilo de las haciendas guasipungueras. En esta fanesca politica, algunos ministros miran de reojo a sus colegas, con esa mirada de sospecha, e incluso no saludan con naturalidad en en las reuniones, sino con aquellos de mayor confianza. No faltó quien recordó qué era ser progresista entre tanto conservadurismo oliendo a incienso.
En esa batea mecida de izquierda a derecha en la que se convirtió el gobierno, se fueron anunciando políticas públicas en abierta contradicción con derechos adquiridos en el campo laboral, institucional y político impulsadas, claro, por los ministros “derechosos”. En tanto, los “izquierdosos” hacían vista gorda y se lanzaron a promover medidas “sociales”, totalmente desalineadas con la voz campante del mandatario en el gabinete, en el peregrinó intento de proyectar la cara amable del régimen.
Nada más ingenuo -preferimos calificarlo de ese modo-, puesto que con la mano diestra, el gobierno da zarpazos a los intereses populares, mientras que con la siniestra trata de maquillar la entrega, o devolución, de privilegios a los sectores más favorecidos de una sociedad socialmente injusta como la ecuatoriana.
Se comprende que los progresistas busquen pasar desapercibidos en un gobierno de derechas, será por eso que no hacen mayor ruido, no levantan su voz en el gabinete y dejan hacer. A la final, todos somos amplios, tolerantes y democráticos.
Como todo tiene su límite, llegó la hora de las definiciones. El momento de tomar partido se viene y los que ingenua -o maquiavélicamente- creen que es compatible ser progresista en un gobierno derechizado, deberán hacer maletas o seguir de tontos útiles y utilizados.
Los ministros que se consideran de izquierda, progresistas o con “visión social”, deben renunciar por decencia y consecuencia, y dejar que el gobierno se depure hacia la derecha. ¿Quién dijo que es posible servir a dios y al diablo? Algunos deambulan por el gobierno como en casa ajena sin saber qué hacer y otros juegan a la supervivencia política al precio de su dignidad.
El pueblo llano, que solo quiere trabajo, seguridad social, salud, educación y derecho al esparcimiento, los juzgará en presencia o en ausencia. Los sentará en el banquillo, precisamente, por haberles negado esos derechos sociales y haber permitido que en sus narices los oligarcas pretendan pasar de agache, o mandar a sus emisarios al gabinete para defender sus rancios intereses. La mamada de gallo tiene su precio.
A la hora de las verdades plenas, el pueblo no comulga con ruedas de carreta.