Alguna vez el ex dictador Augusto Pinochet expresó que “el único marxista bueno, es el marxista muerto”. La intolerante afirmación -propia del ideario fascista- aludía a la necesidad de exterminar a todo aquel que profesara los principios ideológicos marxistas. Salvador Allende escapó a la sentencia pinochetista, del momento en que en vida fue tan ejemplar como en su muerte, en septiembre de 1973, en el palacio de La Moneda de Santiago de Chile.
Al conmemorarse este 26 de junio 110 años de su natalicio, Salvador Allende emerge como el paradigma del político latinoamericano consecuente e intachable, que dedicó su vida como médico y militante revolucionario a luchar por los derechos de los trabajadores y de las clases desposeídas. No obstante, para bien y para mal, Allende es olvidado en los anales de la historia oficial de la derecha latinoamericana como el referente de la liberación política y económica de la región. Se lo posicionó como mártir, -fijación de su figura entre quienes, apelando a la frase de Pinochet, aceptan recodarlo como “marxista bueno”, pero muerto.
Ese silencio histórico incluye el desconocimiento de la obra del gobierno de la Unidad Popular que encabezó entre el 4 de noviembre del 1970 y 11 de septiembre del 1973. Los mil días del “Gobierno popular, antimperialista y democrático” de Allende, es soslayado como proyecto político, propuesta revolucionaria y como alternativa gubernamental latina americana.
La derecha política latinoamericana, reconoce históricamente el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y el ascenso de Hugo Chávez a la presidencia de lo que luego sería la República Bolivariana de Venezuela, usualmente considerado como el segundo hito de la segunda independencia continental. No obstante, según el analista Atilio Borón, “pasa por alto una importantísima etapa intermedia, breve pero de enorme importancia: la que aportara el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular en Chile, entre 1970 y 1973 y que es imprescindible rescatar del olvido en que ha sido sepultada por el inmenso aparato propagandístico de la derecha tanto dentro como fuera de Chile”.
Salvador Guillermo Allende Gossens, entra en la pléyade de aquellos luchadores imprescindibles, como señalara en sus versos Brecht. Nacido en Santiago de Chile el 26 de junio de 1908, participó en política desde sus estudios en la Universidad de Chile. Fue sucesivamente diputado, ministro de Salubridad del gobierno popular de Pedro Aguirre Cerda en 1938, y senador desde 1945 hasta 1970, ejerciendo la presidencia en la cámara alta del Congreso chileno entre 1966 y 1969.
Fue candidato a la presidencia de la República en cuatro oportunidades: en las elecciones de 1952 obtuvo un magro resultado; en 1958 alcanzó la segunda mayoría simple tras el candidato de la derecha, J. Alessandri. En los comicios de 1964 obtuvo un 38 % de los votos, que no le permitieron superar a Eduardo Frei. Finalmente, en 1970, en una reñida elección a tres vueltas, consiguió la primera mayoría simple con un 36,6 % de los votos, siendo en definitiva ratificado por el Congreso Nacional. De ese modo, se convirtió en el primer presidente marxista del mundo en acceder al poder, a través de elecciones generales en un Estado de derecho.
El gobierno de Allende fue apoyado por la Unidad Popular un conglomerado de partidos de izquierda integrado por comunistas, socialistas, socialdemócratas y cristianos, que destacó por el intento de establecer un Estado socialista usando medios legales. La llamada vía chilena al socialismo, ejecutó proyectos trascendentales para el país de la estrella solitaria como la nacionalización del cobre, principal recurso natural del país, estatización de las áreas «claves» de la economía y la profundización de la reforma agraria, en medio de la polarización política internacional y de una grave crisis económica y financiera interna.
El gobierno de Salvador Allende fue tenazmente atacado por sectores privilegiados de Chile y del mundo, por su programa y obra que cumplió a cabalidad durante 3 años de intensa lucha por el poder. En ese periodo y en lo sucesivo nunca pudo ser acusado de actos de corrupción, genocidios, traiciones a la patria o algún argumento sacado de una leguleyada pseudo jurídica. El gobierno de la Unidad Popular fue derrocado, violentamente, por un golpe militar por echar andar una revolución socialista y popular que a un año de gobierno había alcanzado 43,6%, en votaciones seccionales, luego de ser elegido con el 36,6% de los voto en septiembre de 1970.
Allende -señala Borón- no demoró un segundo en aplicar el programa de la Unidad Popular, que adopto trascendentales medidas como “la nacionalización de las riquezas básicas de Chile: la gran minería del cobre, hierro, salitre, carbón y otras, en poder de empresas extranjeras -entre ellas los gigantes de la industria cuprífera: la Anaconda Copper y la Kennecott- y de los monopolios nacionales. Luego de una inversión inicial de 30 millones de dólares, en 42 años de explotación cuprífera, Anaconda y Kennecott remitieron al exterior utilidades superiores a los 4.000 millones de dólares.
El gobierno de Allende emprendió la nacionalización del sistema financiero del país, incluida la banca privada y los seguros y a la estatización de la International Telegraph and Telephone, IT&T, monopolio de comunicaciones que había organizado y financiado, junto a la CIA, una campaña terrorista para frustrar la toma de posesión del presidente socialista. Allende también emprende la recuperación para el Estado de la gran empresa siderúrgica, que inicialmente había sido estatal y luego privatizada.
Uno de los grandes logros sociales del gobierno de Allende, fue la profundización de Reforma Agraria que se planteó como limite expropiar latifundios superiores a 10 hectáreas que pasaron a manos de cooperativas campesinas. La economía de Chile durante el gobierno revolucionario se organizó en áreas de propiedad social que incluyó empresas estratégicas y vitales para el desarrollo del país como “el comercio exterior, la producción y distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario, aéreo y marítimo; las comunicaciones; la producción, refinación y distribución del petróleo y sus derivados; la siderurgia, el cemento, la petroquímica y química pesada, la celulosa y el papel”, que pasaron a la administración estatal. En el campo de la cultura el régimen contó con la presencia de artistas e intelectuales que hicieron renacer las artes populares, y sembraron al país de libros con la cultural nacional y universal, bajo el sello y la producción de Editorial Quimantú.
El gobierno revolucionario de Salvador Allende, desde el primer momento fue blanco del odio, el boicot y la desestabilización por las fuerzas políticas reaccionarias criollas e internacionales. El mandatario norteamericano Richard Nixon ordenó, el mismo 4 de septiembre de 1970, “sabotear a cualquier precio al inminente gobierno de Allende”. Días antes del ascenso de la Unidad Popular al poder, la oposición derechista chilena se jugó la primera carta violenta asesinando al general constitucionalista René Schneider. Ese fue el primer eslabón de una tétrica cadena que con la dictadura de Pinochet sembraría muerte y destrucción en Chile.
La geopolítica norteamericana fraguó desde el primer momento el golpe de Estado de septiembre de 73. No perdonó jamás la solidaridad chilena con la Revolución Cubana y con la lucha antimperialista de los pueblos del mundo y la política internacional de soberanía y dignidad nacional de Chile. Atilio Borón recuerda un hecho simbólico de la solidaridad y consecuencia chilena con la lucha revolucionaria latinoamericana: En 1967, y en su calidad de Presidente del Senado de Chile, Allende había acompañado en persona a Pombo, Urbano y Benigno, los tres sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia, para garantizar su seguro retorno a Cuba.
El desastre norteamericano en Vietnam, el incremento de la lucha por la liberación nacional de los pueblos en el Medio Oriente, el alineamiento latinoamericano con el Chile socialista de Allende expresado en las Naciones Unidas, sacaron de quicio al imperio yanqui que financió, organizó y participó en el golpe militar del 11 septiembre del 73, como lo demuestran los propios documentos “desclasificados” de la Central de Inteligencia Americana, CIA. El gobierno de EE.UU. no dudó un momento en destruir lo realizado por Allende en Chile, país del “patio trasero” latinoamericano que empezaba a emanciparse del yugo imperialista.
Salvador Allende, el presidente indemne. Inclaudicable en sus principios ideológicos, pagó con la muerte, su vida consecuente con los ideales revolucionarios. Un marxista sin fisuras, en la vida y en la muerte. El luchador imprescindible que auguró, en sus minutos finales, que volverá a transitar el hombre libre por las anchas alamedas. Un ejemplar ciudadano chileno y del mundo que en su natalicio 110, permanece siemprevivo.