Montalvo dejó escrita una advertencia libertaria de magnitud trascendental: desgraciado del pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo. La máxima montalvina bien encaja para reflexionar acerca del actual comportamiento del movimiento estudiantil ecuatoriano. A propósito de una manifestación de los estudiantes del Instituto Nacional Mejía de Quito, en apoyo a un “inspector” que los “castigó” a golpes de palos en las nalgas, en una escena insólita -que se viralizó en las redes-, en abierta contradicción con la defensa de sus derechos estudiantiles.
¿Dónde quedó la rebeldía del otrora combativo Patrón Mejía? Padres y madres de la institución quiteña justificaron la agresión, que no es concebida como tal, sino como “acción correctiva” del funcionario, cuyo título otorgado por los alumnos como “segundo papa” le concedería chipe libre para protagonizar actos de violencia contra “sus estudiantes”. La reacción del docente del Mejía concita el rechazo ciudadano, pero más aún, el estupor ante la defensa de la violencia naturalizada de quienes confunden el rol de un padre castigador o de un maestro agresor, conducta solo concebible en las viejas concepciones patriarcales reñidas, en absoluto, con los derechos de la juventud.
El añejo y equívoco principio de que la letra con sangre entra, no ha demostrado hacer mejores seres humanos, ni ha confirmado que la didáctica de la violencia garantice aprendizajes plenos de personas equilibradas y en capacidad de reproducir prácticas sociales armónicas en la sociedad. Una vieja concepción adultocentrista capaz de engendrar resentidos sociales, potenciales delincuentes juveniles que, más temprano que tarde, actuarán en venganza contra sus semejantes. Un auténtica escuela del delito que genera actores de la violencia reconocida como único mecanismo para resolver los conflictos.
Hace unos días, un titular de diario El Telégrafo, a ocho columnas en portada, destacaba que se “formaron grupos en las escuelas y colegios para combatir la violencia” ¿Qué noticia es esa? Acaso estamos en la sociedad del pandillaje, de la violencia organizada en patotas “justicieras”, la ley del ojo por ojo se ha impuesto en el ámbito educativo ante el fracaso del sistema para frenar el abuso, la violencia y, por tanto, ha claudicado como “rector y autoridad” de la educación del país. Hasta cuándo apagamos incendios, hasta cuándo el eufemismo de la calidad de la educación en medio de un clima de violencia -no aislada, sino institucionalizada por la complicidad de las propias autoridades que heredaron y reproducen un escenario educativo de violadores, acosadores y agresores a tiempo completo.
Si hay que agredir a palos a estudiantes “patanes”, quiere decir la pedagogía de los profesores fracasó a la hora de formar valores en sus estudiantes. Estamos de regreso a la época del oscurantismo a nivel de derechos humanos, a nivel de conocimientos, de ciencia, de arte, de espiritualidad. Desde la propia impronta del poder el moralismo y la doble moral, la hipocresía campean. Estamos viviendo en una sociedad enferma que deja pasar la violencia aprendida en los propios centros educativos, bajo el imperio del autoritarismo y la complicidad de rectores, profesores, y psicólogos que no dan respuesta al problema. Nuestra esquizofrenia es tal, que nos escandalizamos frente a los abusos sexuales perpetrados por profesores a las chichas y chicos, pero salimos a las calles a defender al inspector agresor. Hipocresía institucionalizada por el moralismo rampante que se ejerce mediáticamente desde el poder de la comunicación social convertida en burda propaganda.
¿Por qué los estudiantes del Mejía no salen a las calles a protestar contra tanto absurdo oficial, dónde quedó su otrora actitud combativa en contra de los gobiernos antipopulares? Cómo es que permiten un sistema educativo que contrata agresores de sus alumnos y compañeros que salen a las calles a lanzar piedras a la policía, mientras claman que el profesor que les pegó sea devuelto al aula. ¡Qué lamentable es que el colegio público más emblemático del país, fundado en valores libertarios y de justica social retroceda en sus principios! Más lastimero aún, que chicos y chicas formados en el pensamiento laico, de respeto a los derechos humanos, de rebeldía ante tiranías de tomo y lomo, hoy no protesten en las calles en rechazo a la violencia y represión estudiantil impuesta dentro de su propio colegio.
¿Acaso se trata de jóvenes manipulados por viejos militantes del gremialismo pseudo izquierdista que dominó el magisterio en épocas pasadas? En cualquier caso, se trataba de formas de politiquería trasnochada, añejas prácticas que acabaron con la dignidad de la educación ecuatoriana bajo una falsa defensa gremial y un nocivo espíritu de cuerpo.
Defender la violencia de inspectores que apalean a sus alumnos, a vista y paciencia de sus compañeros, es coincidir con ciertos modelos y sistemas educativos que fracasaron y ya no sirven para nada. Los estudiosos de la pedagogía en el Ecuador saben perfectamente que es así, y que lo «que corresponde al sistema y al modelo educativo ecuatoriano, es de lo peor». Acaso los jóvenes de este centro educativo no saben quién fue Juan Montalvo, si lo supieran entenderían un mínimo de lo que significa tener ideales libertarios.
Es hora de superar, en verdad, la mentalidad colonial, que debe remediarse desde un nuevo modelo y sistema educativo que no se cambia con medidas de parche. Hay que liquidar el modelo educativo vigente y retomar en serio la educación en la sociedad. Pero eso será posible con otro gobierno, con otras autoridades.
Ministro Falconi, en nombre de sus principios humanistas e “inclaudicables”, impóngase por sobre el afan de sembrar el caos en nuestra educación nacional o la falsa defensa de un docente agresor y clausure al Colegio Mejía, hasta aclarar mediante investigación qué tipo de “educación” se imparte en esa entidad. No hay calidad sin derecho, ni hay derechos sin protesta. Estamos prestos a reivindicar junto a usted los auténticos derechos estudiantiles que proclamó Montalvo: el derecho a la rebeldía, madre de toda dignidad humana.