Por Felipe Vega de la Cuadra
Nadie sabe su nombre, ni su edad, ni si sus padres murieron con él, es apenas un bebé ahogado frente a las costas de Libia, en brazos de un rescatista. Uno de los 700 muertos de aquella semana, uno de los 3.500 del año 2014, uno de los 3.800 del año 2016, uno de los 11.000 ahogados en el Mediterráneo en estos últimos años.
El mar entre Europa y África es un inmenso cementerio, no como el “Cementerio Marino” de Paul Valery; este no tiene un “techo tranquilo surcado de palomas” ni es un “mar dotado de delirios”. Es sí una “hidra absoluta, ebria de carne azul”, ebria de niños, repleta de mujeres, henchida de cuerpos hinchados por sus aguas aspiradas, inundados de muerte, perdidos de anhelos, azules, blancos, lavados por el mar ominoso.
Las orillas del Mediterráneo también son un cementerio, en sus playas se suele encontrar, regados como sargazos, cuerpos arrastrados por el oleaje. Aylan Kurdi tenía tres años de edad y apareció en Bodrum, en el suroeste de Turquía, cerca del cadáver de su hermano de cinco años y del de su madre. Su cuerpo sin vida fue retratado a principios de septiembre de 2017 por la fotógrafa Nilufer Demir y conmocionó al mundo.
“Conmocionó” es un decir, porque la foto no cambió la realidad feroz de la migración por el mar hacia Europa. Tal vez nos erizó, quizá nos avergonzó un poco, posiblemente nos indignó un rato. Pero nada más.
¿Cómo aproximarnos a este naufragio, a estos miles de naufragios, donde se hunde nuestra condición humana?… ¿Desde el horror estereotipado que nos produce la crudeza de las redes sociales y la impúdica manera en la que nos comparte los lados más brutales de la realidad? Aquella realidad que más parece ficción de tan cruda, aquella pos verdad que dibuja, para el consumo mórbido de nuestro lado masoquista, un mundo horrendo y escandaloso en una fábula lejana que no nos alcanza ni nos conmueve.
¿Cómo nos acercaremos a ese mar―cementerio en el que hemos inhumado a los más vulnerables?… ¿Desde la geopolítica que justificará la guerra, causa de otras muertes, de otras miles de muertes, en la huida, en el afán de preservar la vida?… ¿Desde la teoría de las migraciones que dará por sentada la condición de movilidad de un constante e invariable tres por ciento de toda la humanidad, escapando del hambre, de la pobreza, de los conflictos y de la muerte; como si aquello fuese natural; como si la realidad de nuestra sociedad incluyera, lógicamente y por principio, un porcentaje de víctimas: daño colateral de un sistema inhumano que cobra el mayor precio a quienes menos tienen?
¿Cómo abordar la travesía de los sacrificados, su viaje por un mar de muerte?… ¿Desde lo “políticamente correcto” y justificable, que es el discurso que se vende Europa y que obliga, a los países de su frontera, a los que forman el “Frontex”, a repeler a las familias de subsaharianos, de sirios, de libios, de marroquíes que buscan, precariamente, alcanzar las costas de España, de Italia, de Grecia, de Turquía, dejándolos morir en las aguas?
Ninguno de esos caminos nos acercará siquiera a la realidad completa de lo que sucede en el Mediterráneo, es más, apenas servirán de descargos para lo que no tiene justificación alguna.
¿Qué recurso nos queda, entonces, para mirar, verdaderamente mirar, aproximarnos, a los naufragios y a sus trayectos?… El arte, solamente el arte. El arte que trasunta al otro el desgarro propio, que trasmite, sin banalidades, el profundo sentir del espíritu humano.
Pavel Égüez, en esta exposición: “Travesías y naufragios”, nos aproxima a ese mar terrible, al viaje sin regreso, al agua que traga los cuerpos. Gracias, Pavel, por dejarnos entrar en la esencia, en la verdad, en la realidad de las miles de muertes en el Mediterráneo. Gracias por trazarnos un camino para que nuestras almas toquen a las almas de los que naufragaron; y lo hagan desde la sensibilidad y desde la emoción más pura y más humana.
Un mural (Travesías y naufragios), que llora de azul con gotas de mar, las paredes centrales de la Casa Égüez, con cuerpos flotantes que se aferran a una superficie inalcanzable, se vuelve radical en la estructura del Centro Cultural, radical y central como el corazón. Es el leiv motiv y la síntesis de la obra restante que hoy se nos presenta y que Pavel entrega al público.
Una colección de oleos, llorados, velados, mojados de agua salobre, se desprende desde el muro central, constituyendo una red expresiva, una crónica desmenuzada de las travesías y de los naufragios en altamar. Isla humana; La separación de los continentes; Mapa del desencanto; En la orilla después de la muerte que espantó el camino y Mapa desintegrado, son obras que traen, para el espectador, la persistencia de la tierra en medio de las aguas, la tierra como esperanza, como ruta, como salvación que no se alcanza… La barca; El diluvio; Madre de la lluvia; El principio de la angustia, el mar; Noche donde la humanidad se mira; Migrantes caminando sobre las aguas; En el camino hay dolor y La noche es la luna, nos convidan a sentir las horas de precaria navegación, de miedo a la noche y al abismo.
Naufragio; Corrientes marinas ; Llevados a la profundidad del amor; Noche donde la humanidad se mira y La destrucción del amor, narran el momento de los desastres, el instante en que el agua cunde y moja los cuerpos, tragándoselos, metiéndoselos en su humedad profunda.
El dolor tiene ríos; Huellas de las corrientes marinas; Solo me queda el azul; La madre de las algas; El final; Seremos peces que nunca dejarán de gritar; La intensidad del último suspiro; Aguas tristes y Donde está ya no hay fronteras, nos traen a los ahogados, a los que mueren en la travesía y se dejan hundir en el lecho acuático con sus anhelos destruidos.
Sin encuentro, sin llegada, los brazos se quedan abiertos; Sobreviviente; Migrar hasta encontrar el mar y El náufrago, dibujan a los sobrevivientes, a los que escaparon, también, del mar.
Finalmente, dos obras, que cierran la muestra de óleos con la polaridad de los que se quedaron en el agua y los que llegaron a la tierra: En la orilla después de que la muerte espantó el camino y El fondo del Mediterráneo está habitado de lágrimas.
Pavel Égüez nombra a sus pinturas con nombres que las contienen; porque la muerte espantó el camino de los migrantes de un Mediterráneo en cuyo fondo habitan las lágrimas.
Esta muestra se completa con una hermosa colección de obra gráfica: “Naufragios”, 36 serigrafías facturadas en papel de algodón con maestría, en el taller del impresor colombiano Jairo Agudelo. Son como los ecos monocromos de toda la obra plástica que hoy podemos mirar, son partes, fragmentos, recuerdos parciales de toda la estructura sistémica que copa las paredes de la Casa Égüez.
Los tres soportes (muro, lienzo y papel), las tres técnicas, se interconectan en una sola muestra, presentada por Pavel, para darnos vías diversas de aproximación a una de las más tristes tragedias contemporáneas. En ello Pavel es también generoso con nosotros, sus espectadores; es dadivoso como otros mares que no se convierten en celadas, sino en proveedores de peces y alimentos, de sustento para la vida de los humanos que dependemos de ellos.
El mar es una alianza o un sarcófago, decía Benedetti, y sostenía que el mar no se avergüenza de sus náufragos. Cierto lo primero, porque el Mediterráneo se convirtió en sarcófago dejando de ser alianza de los pueblos que lo circundan; y cierto lo segundo, porque la vergüenza no puede ser del mar, pertenece a los hombres y mujeres de nuestros días, nos pertenece por entero a nosotros, los impávidos ante la tragedia que lo vuelve un sepulcro.
Fotografía portada Leonardo Parrini – Casa Égüez