Cuando éramos niños pensabamos que saber leer era descifrar letras, palabras, frases y tratar de entender lo que decían las oraciones. Con el tiempo, esa perspectiva de la lectura se fue ampliando hasta comprender -tardíamente en algunos casos- que saber leer era algo mucho más entretenido. Aprender a leer era, ni más ni menos, que adentrarnos en el corazón y el pensamiento de otros que escribían libros, poemas, cuentos, relatos, en fin, historias referidas a millones de personas que desfilaban en las páginas en sus travesías vitales. Y allí estaba Julio Verne y sus Veinte mil leguas de viaje submarino; El último grumete de la Baquedano, del chileno Francisco Coloane, La casa tomada, del maravilloso Cortázar, el Aleph del intrincado Borges y, obviamente Neruda y sus poemas de amor y lucha, Mistral cantando a los niños de piecesitos azulosos de frio, Ernesto Cardenal con sus Salmos populares. Toda una promesa al alba de nuestra adolescencia.
Con el tiempo, descubrimos otros horizontes de la lectura. El rol social de los autores que denunciaban lo viejo y anunciaban lo nuevo de la vida. Sus tertulias sobre el sentido de vivir en un mundo carente de sentido. La posibilidad de un constructo de país nuevo y, dentro de esa opción, la construcción de un sentido de ciudadanía popular.
Entonces, leer era mucho más que una fuente de placer. Era también manantial de conocimientos, de aprendizaje y saberes misteriosos que, a la luz de un texto bien escrito, nos abría una ventana al mundo y cerraba una puerta a la ignorancia.
En ese avatar entendimos que la responsabilidad de leer era no solo nuestra. También había que exigir al profesor un encanto literario, mucho más allá de medir versos alejandrinos. Y en esa tentativa se ensanchó nuestro espíritu crítico y buscamos, no solo la dulzura de los libros, sino su luz cenital bajo la verdad más descarnada. Y surgió Sartre con La Náusea, Henry Miller y sus Trópicos reveladores, Norman Mailer y su desencanto lúcido y Romain Gary, con su Promesa al Alba. Y la Beauvoir y su Mujer Rota, entre tantos escritores necesarios. En la línea equinoccial traspasamos el límite del placer con las novelas de Abdón Ubidia, los cuentos de Pablo Palacios, los textos de Iván Égüez y la combativa letra de Pedro Jorge Vera y Jorgenrique Adoum. O la sabiduría de un Benjamín Carrión, que prometió la potencia cultural para el país.
Planes de lectura
En el transitar de libros y luchas, de encanto y desencantos, aprendimos que la lectura también se la puede estimular, fecunda y profusa, desde las políticas de Estado. Delineando el pensamiento estatal, concordamos con la declaración del MinEduc que habla de que es vital “tener bibliotecas escolares con un adecuado fondo de libros, y contar con mediadores de lectura (docentes y bibliotecarios) bien capacitados y que practiquen con regularidad la lectura”, es vital para nuestros saberes. Pero, sin maestros lectores no habrá lectura en el país y tampoco tendremos estudiantes ni familias que tengan el hábito de leer en el futuro, se cuestionan las autoridades. La lectura debe ser una práctica, un hábito que se construya en un proceso de corto, mediano y de largo plazos, impulsado por fases y con sostenibilidad económica y técnica, señala un comunicado oficial.
Es, sin duda, un largo camino. Y el Ecuador comienza a dar el primer paso, aunque relativamente pequeño, con el Plan Lector -coordinado por el Ministerio de Educación y el Ministerio de Cultura y Patrimonio-, como el componente inicial del Plan Nacional del Libro y la Lectura José de la Cuadra, que en este año está ya ejecutándose en el sistema educativo fiscal y fisco-misional.
El Plan Lector -según el MinEduc- ha logrado en este primer año la inclusión de 16 acápites de lecturas escogidas en los textos escolares de Lengua y Literatura, desde Educación General Básica hasta Bachillerato General Unificado. Los libros fueron entregados el pasado abril, por primera vez, a las instituciones educativas fiscales y fisco-misionales del régimen Costa, en el inicio del año escolar 2018-2019. El plan beneficia, en su origen, a 1’759.214 estudiantes de esa región. Para el año lectivo 2019-2020, los acápites se multiplicarán por cuatro, pues serán incluidas 16 páginas de acápites de lectura en los textos de Matemáticas, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales y Lengua y Literatura, lo cual beneficiará a un total de 1’999.955 estudiantes. Para iniciar el régimen de estudios de la Sierra y la Amazonía -año lectivo 2018-2019-, se incluyen también 16 páginas de acápites. En total, se publican 224 lecturas que beneficiarán a 1’511. 977 estudiantes. Esta es una primera fase del trabajo que proponen los dos ministerios, Educación, y Cultura y Patrimonio, dentro del Plan Nacional del Libro y la Lectura José de la Cuadra.
Con esta diversidad de lecturas -dispuestas en las diferentes asignaturas-, se favorecerá la competencia lectora de los estudiantes y la apropiación del gusto por leer dentro del sistema educativo, lo cual fortalecerá el trabajo que se realiza en la actividad de los 30 minutos diarios de lectura en la escuela.
No en vano, estamos convencidos: Saber leer es una forma placentera de aprender a vivir.