Ejercer la memoria suele ser un acto de amor o de rebeldía. En ese avatar evocativo, acaso no hay amor sin rebeldía, ni rebelión sin la pasión con que reivindicamos lo justo. El arte, gestión esencial del ser humano, suele ser ese campo fecundo donde prevalecen vientos de lucha y germinan espigas de esperanza, a través del alegato cardinal del hombre que formula interrogantes en busca de respuestas que desaten el nudo existencial de la condición humana. Cuando los demás discursos sucumben en incertezas y las respuestas no son más que angustiosas interrogantes, el arte hace sentido a las cosas trascendentes de vivir.
El arte de Pavel Égüez es gesto verdadero en sensu stricto. Narra la realidad cotidiana del hombre y la mujer, afincada en su íntima condición humana. Da cuenta de la historia del ser social en lucha plural por los derechos colectivos. Dos momentos de una misma historia, dos instancias de una sola travesía. La obra de Égüez, es gesto creativo que va en sentido inverso a lo que Marx llama una fantasía desprovista de imaginación. Égüez es un creador de imágenes premunidas de imaginación con clara simbolización de las formas, en el acto de aprehensión de la realidad. En ese proceso creativo, el pintor apela a una experiencia vital pletórica de imágenes, en un ritual de iniciación que confronta al niño con originarios balbuceos y permiten al artista proponer una estética del mundo.
La infancia del artista fue generando el acervo de imágenes que durarían la vida entera, que saltan de la memoria en cualquier momento con naturalidad para que la creación de Pavel Égüez siempre sea una sorpresa.
-Me veo de niño y no me acuerdo cómo era, pero siento que el niño sigue vivo, sin él no podría ser feliz al pintar.
Y nuevas imágenes acuñadas desde la infancia convocan al pintor a la algarabía de recrear la realidad sublimándola o transformándola en nombre de una utopía inmanente que acompaña sus primeros descubrimientos del oficio de pintar.
Pavel adolescente, con quince años de edad, inicia su formación en el oficio de la pintura en el Colegio de Artes Plásticas de la Universidad Central, un refugio de jóvenes problemáticos que rotaban por varios colegios, sin mucha vocación artística. Égüez descubre los gajes del oficio con dos maestros que influyen en su aprendizaje plástico: Pilar Bustos, dibujante ecuatoriana formada en Cuba, dueña de un trazo fino y dulce; y Ulises Estrella, poeta y cineasta que enseñó al joven pintor el sentido del arte como una experiencia integral de vida, a través de la observación de las obras pictóricas más importantes creadas por la humanidad.
Complementariamente a sus estudios de arte, en 1976 el artista funda junto a Hugo Borja, Edgar Flores Pazos, Roberto Gomes, Francisco Zumárraga, Luis Fonseca, Macshori Ruales, Bismark Villacrés y Nancy Cerda el Taller Runapac. Un grupo para el estudio y la práctica plural que cuestionaba la enseñanza artística y tomaba en sus propias manos el aprendizaje y la búsqueda del arte. El Taller Runapac publicaba en mimeógrafo boletines didácticos que repartía entre los jóvenes estudiantes de arte.
En la pintura de Pavel Égüez emerge la imagen insumisa plasmada en un arte insurreccional que denuncia la injusta realidad de los excluidos y vilipendiados. Con los condenados de la tierra decide echar suertes el pintor, y levanta potente su voz de protesta y propuesta. Acreedor de esa plástica insurgente, la pintura de Égüez adviene en grito de esperanza en un mundo más justo y solidario, utopía esencial en la propuesta estética del artista.
Cuando asume la utopía, el hombre se propone siempre cosas posibles -dejó escrito Marx-, y Égüez inicia el camino cierto de realismo existencial y pictórico en el que sus anhelos de justicia social, respeto a los derechos y reconocimiento del ser humano serán la tónica de una obra profundamente entronizada en el destino de nuestra América morena. Múltiples son los factores que influyen en la toma de conciencia social que encuentra terreno fértil en la sensibilidad del artista.
-Son muchas motivaciones, de alguna manera hay varias influencias en mi formación artística, una es la de Ulises y Pilar, pero también está la relación con Iván, mi hermano mayor que siempre estuvo metido en la cultura y la política toda su vida. Creo que la formación es eso, descubrir como llegas a asumir al arte como parte fundamental de tu vida, como parte existencial que no puedes dejar, algo que está atado totalmente al significado de lo que haces, lo que buscas, y relacionas a todos los otros campos de la vida, de alguna manera intermediada por esa forma de hacer la pintura el dibujo. Inclusive cuando nos acercamos a ciertos temas de la política, es a través del arte.
Poco tiempo antes de culminar sus estudios en el Colegio de Artes, Pavel frecuenta el taller de Oswaldo Guayasamín y recibe el influjo del maestro como su aprendiz en el taller de gráfica que dirige su hijo Cristóbal Guayasamín, artesano y diseñador formado en México. Iniciados los años 80, Égüez instala un modesto taller en el en valle de Los Chillos, cercano al atelier del maestro Eduardo Kingman con quien traba una fecunda amistad. Por las tardes Pavel repica la campana de entrada de la Posada de la Soledad de Kingman y es recibido por un ser humano inmenso, pequeño de estatura, de enormes manos, testimonio absoluto de porqué sus manos desproporcionadas estaban en todos sus cuadros, generoso y amable.
El impacto que recibe Égüez al enfrentar por vez primera al maestro Guayasamín, resulta memorable. En su taller del barrio Bellavista, el pintor llevaba a cabo su obra Los Mutilados (1976). Sobre el fondo del atelier había seis telas alineadas donde se apreciaban bocetos a tinta de dibujo enérgico de una obra ya con cuerpo, junto a una paleta llena de espátulas, óleos, óxidos y grandes pinceles. Guayasamín había trazado un políptico de nueve fragmentos cuadrados y la idea de él era que esos fragmentos se vayan moviendo y conjugando en una especie de cinetismo expresionista que sin ser el cinetismo del figurativismo, buscaba que sus figuras se vayan moviendo en una dinámica.
La influencia pictórica de Guayasamín en la obra de Pavel Égüez es un punto tratado por la crítica de dominio público. No obstante, no es el único influjo que reconoce Pavel en su paleta donde es posible hallar rasgos de un arte anterior que puede remontarse a Picasso, o los muralistas mexicanos, aun cuando Égüez reconoce que la continuidad de su formación en la academia de arte fue Guayasamín. Cercano al expresionismo, el artista quiteño manifiesta que pueden existir rasgos de motivación en la plástica ecuatoriana -y él no es una excepción- provenientes del maestro Camilo Egas, construido en fuerte raíz de la pintura criolla.
Sin embargo, no es dable atribuir a irradiaciones exteriores aquello que en Égüez es un proceso de creación muy personal. Su postura frente a la tela o el mural es la de un creador nato, cuya vorágine creativa tiene más de gesto natural y espontáneo que de una sofisticada elaboración plástica. Pavel cuando pinta lo hace escuchando música de Bach que lo lleva a la pintura como un reflejo condicionado adquirido en la travesía de años, ora como pintor, ora como el conductor de la propia orquesta del músico alemán. Una vez instalado ante el caballete, Égüez vuelve a reconocer su impronta lúdica del niño que emerge para recrear lo vivido.
-Yo paso la puerta de mi estudio y es como volver a ese momento de iniciación. Al minuto estoy dibujando, estoy pintando. No necesitas inclusive entrar con alguna idea o teoría, sino que es una cosa que se ha vuelto natural. Es decir, paso la puerta y empiezo a pintar que es algo que se ha conseguido también con los años, porque es un ejercicio que está de alguna manera en la piel, pero tienes que recuperar ese instante de los primeros dibujos de las primeras formas, donde el ejercicio es al final único, porque lo más interésate de la pintura, tal vez, es el proceso cómo vas trabajando la obra.
Las imágenes vitales
Pavel Égüez es uno de los creadores de imágenes más solventes de la plástica ecuatoriana, al mismo tiempo él es el fruto de las imágenes que simbolizan una vida entregada a bregar por la dignidad humana. Son diversos los hitos que provocaron su sensibilidad individual y forjaron su conciencia social.
Nacido en el año de inicio de la Revolución Cubana, 1959, el proceso político de la isla caribeña fue un acontecimiento que marcó la vida del joven Égüez como un referente y un aliento. Pavel visita Cuba con 20 años de edad, invitado a un encuentro de jóvenes por el No pago de la deuda externa, que incluyó un saludo con Fidel Castro de quien Égüez conserva el recuerdo de un gigante de verde olivo, con enormes manos y una mirada de siglos.
Posteriormente, la muerte de Salvador Allende, Pablo Picasso, Pablo Neruda y Pablo Casals, marcaron su adolescencia. En el seno familiar, la estrecha afinidad con su hermano, el escritor Iván Égüez, también constituye un influjo poderoso en la formación humana e ideológica del artista. El novelista lo relaciona con los hechos, personajes y militantes más destacados de la izquierda criolla, entre otros, Euler Granda (1935), José Ron (1937), Raúl Arias (1944), Humberto Vinueza (1944), Simón Corral (1946) y Antonio Ordóñez (1946), que conformaron el grupo de los Tzántzicos, colectivo fundamental de la literatura ecuatoriana en la poesía de ruptura y vanguardia, a partir de los años sesentas. Posteriormente, surgiría el grupo La bufanda del Sol integrado por los intelectuales Iván Égüez, Raúl Pérez Torres, Raúl Arias, Iván Carvajal, Agustín Cueva, Guido Díaz, Ulises Estrella, Alejandro Moreano, Francisco Proaño, Carlos Rojas, José Ron, Fernando Tinajero, Abdón Ubidia, Humberto Vinueza, Pablo Barriga y Antonio Correa, considerados iconoclastas y parricidas de clara influencia en el joven pintor revolucionario.
Serigrafias rebeldes.
Un compromiso asumido sin ser fachada para su pintura. Égüez ha sido activista de diversas causas para que América Latina rompa con la tragedia de su pasado y llegue a su definitiva independencia. Para él, su trazo de dibujante y pintor es una búsqueda interior, por la propia naturaleza de una actividad humana silenciosa y solitaria, pero al mismo tiempo profundamente vinculada a los destinos colectivos de la gente.
-Yo admito que la pintura es una tarea donde se construye una cueva, la cueva que todo ser humano lleva adentro, desde Altamira, pero hay artistas que salimos afuera de la cueva y volvemos llenos de espanto.
En el devenir del proceso de formación y consolidación de Égüez como artista plástico su adhesión al muralismo es un hecho significativo que define el sentido de su obra plasmada como un medio de comunicación social al servicio de las causas populares. El carácter público del muralismo confiere a la obra de Pavel un espacio singular, irradiador de mensajes plurales y conjugados con una postura ideológica definida que se transparenta en cada ramalazo de pintura sobre el lienzo. Su mensaje colectivo, destinado a las grandes mayorías, no soslaya el sentido interior de la pintura que lleva a la máxima emoción personal del espectador, en un instante de acercamiento con su propia incógnita como ser humano.
En una declaración de principios, Égüez se formula diversas cuestiones que atañen al sentido profundo de vivir en sociedad y a la opción íntima de sobrevivir la individualidad del hombre como sujeto social.
-Creo que vivimos un momento en que debemos replantearnos en América Latina muchos de los conceptos y actitudes frente al arte, la educación y formación artística, la crítica, la historia y sociología del arte, la curaduría. Con varias preguntas fundamentales para este nuevo momento histórico. ¿Cómo construimos nuestro proceso de independencia cultural y artística? ¿Cómo generar nuestro propio acervo artístico?
Y de regreso al punto de arranque de esta historia, la utopía es una vivencia cotidiana en el acontecer vital del pintor en la búsqueda de su propio acervo pictórico.
-El sentido de la utopía es fundamental para el arte. Creo que no solo la utopía política, sino la misma utopía del propio ejercicio artístico que está reflejada en la vida de los artistas. Cómo conquista la imagen Vicent van Gogh y cómo su vida es parte de su relación para producir ese tipo de pincelada, cómo esa forma utópica de verle al mundo en la propia obra. Pero también el arte tiene esa virtud de llevarnos hasta el infinito para seguir recorriendo; veo como una continuidad todo lo que ha hecho la humanidad.
La utopía, como metáfora que reivindica al ser humano en la memoria insumisa del artista, es condición sine qua non de su obra comprometida con los destinos de la humanidad. En la trayectoria vital del artista, su obra no es un fin sino el medio de plasmar un grito en la pared, la tela o el papel, recuperando los acontecimientos en la memoria insumisa y trasladando imágenes a la obra conclusa, como el gesto insurrecto acuñado en la persistente rebeldía.
-De alguna manera el artista asume ese papel de construir su imagen con los otros. En este caso, mi relación con el movimiento social es muy fuerte y eso crea compromisos con la pintura y con la vida.
En definitiva, la íntima conexión de Pavel Égüez con los otros, inspira su vocación a seguir pintando. Confirma su condición de creador de imágenes insumisas en una pintura que deja de ser el gesto formal, para devenir en simiente germinal que conmueve a la acción. Confirma que, en un sentido vital, esa obra está sirviendo para cambiar el mundo.
Pavel Éguëz presenta una nueva obra. Esta vez se trata de un conjunto de serigrafias que recoge las imágenes de su serie Naufragios. Un alegato por la vida de los migrantes que huyen de las guerras imperialistas y sucumben ahogados en los mares del mundo. El lanzamiento es el jueves 17 de mayo, a las 19h00, en Casa Éguëz.
La íntima conexión de Pavel Égüez con los otros, seres humanos golpeados por la vida, inspira su vocación a seguir pintando. Confirma su condición de creador de imágenes insumisas en una pintura que deja de ser el gesto formal, para devenir en simiente germinal que conmueve a la acción. Confirma que, en un sentido vital, esa obra está sirviendo para cambiar el mundo.