Esta metáfora popular siempre produce sentimientos encontrados: de frustración y esperanza. En principio, dado que un ave tan promisoria pueda marcar el clima estival en el espíritu, como símbolo de un periodo de tiempo amable, y porque una vez que se va, retorna con una promesa de mejores días.
Algo similar acontece en el ánimo de los ecuatorianos interesados en seguir de cerca el rumbo de la politica pública. Una tentativa gubernamental que se proyectó promisoria el 24 de mayo pasado, con la ofrenda de superar una década perdida en la corrupción, el autoritarismo y la convivencia antidemocrática, anida hoy golondrinas de verano.
Hace un año, una ficha política sacada de la manga quedó expresada en la originaria frase presidencial pronunciada en el discurso inaugural de llegada al poder: Mi partido es el Ecuador. La frase sonó impactante, como una afirmación sacada de contexto y dirigida a todos y a nadie en particular. El presidente de los ecuatorianos posponía -en nombre del país-, los legítimos intereses de su movimiento político -AP- y se proclamaba gobernante de todos los ecuatorianos. Magnifico y loable, frente a la herencia de un lider que polarizó al país, en lugar de unirlo. Estupendo como convocatoria sin apellidos, genial como estrategia política para potenciar y revertir el liderazgo de su antecesor, a partir de una correlación de fuerzas cuasi empatada en las elecciones de abril del 2017.
Pero la promesa resultó temporal. Aquello que se posicionó como una politica de brazos abiertos, se convirtió en un diálogo unidireccional con prevalencia hacia sectores antes opositores -banca privada, prensa corrupta, empresaurios, indígenas marginales y auto marginados de los planes del Estado, según la percepción popular. En lugar de golondrinas, el gobierno saca palomas del sombrero de copa, prestidigitador de la politica, en un ilusorio momento creado y que duró poco, según la propia confesión de Mangas, un alto cuadro político del régimen que por su impertinencia perdió el puesto. El diálogo había sido una estrategia inteligentemente pensada para sumar fuerzas, pero se puso en duda su sinceridad. Y eso no fue lo peor. Del diálogo resultó un solo ganador: quien interlocutó con el Estado, que recibió sin dar mayormente nada.
Y la percepción ciudadana no es equívoca, el instinto popular tiene una extraña sabiduría: allí está el notable debilitamiento de la aceptación gubernamental, según las encuestas callejeras. La perdida de credibilidad y la caída en la confianza -según Cedatos-, es notable. El régimen aparece en sexto lugar como la institución más creíble, detrás de las FF.AA. 80,6%; Consejo de Participación Ciudadana 61,3%; Policía Nacional 60,6%; Medios de comunicación privados 56,5%; Medios de comunicación públicos 5i1,2% y Gobierno nacional con 39,5% de credibilidad.
Y las cifras registran el estado anímico poblacional, la percepción de cómo se están haciendo las cosas desde el poder. Si tomamos dos o tres componentes de la política pública veremos que la intuición popular es lúcida. Un frente político alicaído sin iniciativas, al punto de que al responsable del sector, Miguel Carvajal, se le acepta la renuncia. Una conducción de política interna al vaivén de los acontecimientos, sin empoderarse de estrategias anticipadoras de los escenarios posibles. Y la política siempre ha sido la capacidad de hacer que las cosas sucedan.
Un frente externo sin orientación internacional: no puede ser que los anhelos protagónicos de llegar a conducir la Asamblea General de la ONU sea más importante que la situación de la frontera en la que Ecuador no muestra iniciativa propia, obligado a sumarse a las estrategias geopolíticas foráneas de EE.UU. y Colombia.
Un frente social que pierde el liderazgo como la primera prioridad de un gobierno que dijo querer acompañarnos Toda un vida, con planes, programas y campañas por nuestros derechos a la salud, la educación, el agua, la cultura, entre otras promesas desteñida por la intensa coyuntura violentista que termina ocupando, lamentablemente, la primera atención gubernamental.
El primigenio diálogo con que inauguró el régimen una politica de alianzas, sonó auspicioso, al fin y al cabo, se quiso vender la idea de que éste es el gobierno de todos. La estrategia terminó como un buen gesto de candidez política porque del diálogo poco o nada se obtuvo, mientras que la contraparte bancaria recuperó entre otros negocios atractivos, el manejo del dinero electrónico, el control de sectores estratégicos como el aduanero y el energético, entre otras prebendas de carácter económico, la derogación de la ley de plusvalía, y promesas de reformas tributarias, revisión de condiciones laborales.
En territorio -como se les dice en el argot político a las provincias, cantones y parroquias- el desconcierto es notable. La falta de liderazgo central tiene cuasi paralizado al Estado en cuanto a la aplicación de sus politicas, y ahora interés está centrado en la obtención de puestos públicos y negocios privados. Errores reconocidos por el propio presidente, como el maltrato a los profesionales médicos oncólogos y el concepto errático a un mal considerado catastrófico como es el cáncer, segunda causa de muerte en el Ecuador, contribuyen al deterioro del proyecto político estatal. Es evidente el desacierto -a partir de los resultados- frente a los acontecimientos que tienen lugar en la frontera norte, en la que el país observa inexperiencia nacional para enfrentar una guerra de guerrillas y el terrorismo organizado, ausencia de estrategias correctas en lo militar para hacer presencia fronteriza soberana, según los expertos. Todo esto contribuye a un clima político, no precisamente de verano.
La ausencia de liderazgo claro en un país acostumbrado a ser gobernado con mano firme, -léase Febres Cordero, Rafael Correa, entre otros-, líderes “bien parados” como los identifica el pueblo, está conduciendo al Ecuador a una inercia política. Inercia a la que llaman transición, ¿desde dónde y hacia dónde? Cada régimen marca pautas, establece objetivos, estrategias, actividades, metas, hitos e indicadores propios. Todo lo anterior se debe traducir en políticas públicas priorizadas. Porque no es lo mismo asumir la guerra contra el narcotráfico, en lugar de dar la batalla decidida contra la pobreza, el desempleo, la falta de educación, salud, vivienda, cultura, derechos de género y de minorías sexuales, entre otras prioridades populares.
La educación es la última esperanza de la sociedad para reivindicarse a sí misma y señalar el rumbo hacia mejores días. Ésta aparece como la loable actividad de un Ministerio que actúa por iniciativa propia, con actividades que están marcando un referente de gestión a los otros sectores el Estado. La lucha por la inclusión educativa intercultural bilingüe, las mejoras en infraestructura y tecnología de escuelas y colegios, forman parte del plan. Cambiar la calidad de la educación, mediante el acompañamiento pedagógico y la capacitación docente continua, así como la dignificación del magisterio en la concreción de sus derechos laborales y salariales. El Programa de Acompañamiento Pedagógico se inició con el objetivo de acompañar al profesor en el aula, en el desempeño diario y en su interacción con los niños, con adolescentes y jóvenes para mejorar la calidad de la educación. El programa Todos ABC contribuye a terminar la existencia de 200 analfabetos hasta el año 2019, mientras que la institución educativa trabaja contra el rezago escolar que provoca la deserción estudiantil. Es otra meta impensada en los gobiernos anteriores, como el estímulo a la lectura escolar y los derechos inalienables de los niños y los adolescentes.
¿Será que una golondrina hace verano, augurando mejores días? Que así sea, presidente.