Cuando un artista auténtico compadece ante los medios informativos, lo hace con la sinceridad que le dicta la honestidad de su quehacer ante la vida. Sin vender nada, sin comprar mercancía ajena. Enfrentado a sí mismo, Pavel Égüez responde con la frontalidad con la que frentea un lienzo, un muro o una pantalla digital donde plasmar la ira y la esperanza, como vital respuesta ante los signos de nuestro tiempo. Muralista, dibujante y militante del arte comprometido, enfrenta una entrevista con la agencia Andes y lo hace desnudando el alma de cuerpo entero. Ser esencialmente político, Égüez rechaza el apoliticismo, puesto que “ningún ciudadano debería ser apolítico y un artista es un ciudadano que debería ejercer a plenitud sus derechos”.
El fundador de Casa Égüez, -junto a su hermano el escritor Iván Égüez-, boga porque el artista tiene que estar dispuesto con “ese faro iluminado en buscar la equidad”. En consecuencia, Pavel se reconoce artista “vinculado con el ser humano fundamentalmente con las inquietudes sociales de América Latina, de reconocernos en un país donde existían enormes inequidades”.
Cuestionando su rol social como creador de imágenes, Égüez se platea cómo podemos estar ajenos a la incorporación de este mundo en la vida social, política y cultural del país. Y el manifiesto emerge desde el pintor, cuya obra “siempre estivo inspirada por esas motivaciones sociales y por una militancia, desde muy joven con la izquierda ecuatoriana”.
La obra de Égüez ha sido un constante alegato por los derechos humanos, prueba de ello es el mural El Grito de la Memoria, que denuncia el oprobio de dictaduras militares y gobiernos civiles represivos. Su sensibilidad de artista y ciudadano lo llevó a interpretar el drama de los migrantes forzados por las guerras en el mundo: No podemos aceptar que miles de migrantes que huyen de las guerras tengan que naufragar en el Mediterráneo, dice Pavel en referencia a su muestra Travesías y Naufragios, que se exhibe en forma permanente en Casa Égüez, como una protesta humanista en favor de las víctimas de las guerras europeas y asiáticas. Una imponente muestra de un mar convertido en “un gran cementerio, de una deshumanización de las grandes potencias que puedan saber que un barco lleno de 500 migrantes está pidiendo auxilio”. Es una tragedia donde realmente naufraga nuestra posibilidad de seres humanos; no son las víctimas, es nuestra condición humana la que está naufragando, denuncia Égüez.
La memoria individual del artista, fundida a la memoria colectiva, es un ejercicio recordatorio de protesta y propuesta. Una lucha contra la amnesia política: La memoria tiene que ser un instrumento de cambio social, porque sin ella vamos a cometer errores terribles como sociedad. Y en esa tentativa infinita del arte y la cultura, el compromiso del artista supone “un trabajo de inteligencia donde está la memoria, está lo que somos, está lo que queremos ser, dice Égüez.
Pero el artista reconoce que no todo arte está comprometido con la sociedad, también hay un arte coludido con el mercado: Cuando el mercado nos vende estos globos de ensayo, el arte se transforma en cualquier cosa donde no está presente la inteligencia ni la preparación.
El llamado de Égüez es a prevalecer la libertad creadora en un país como ecuador, rico culturalmente, pero que no siempre “muestra toda la libertad y la diversidad de los artistas”, Casa adentro se ha impuesto una moda de que los museos y las entidades oficiales solo les interesa la corriente que está dictada por las grandes metrópolis. La otra cara del arte, es su rostro pacifista -insinúa Éguëz-, en la medida que lucha para que cambien estas formas de inequidad que son las que producen violencia y ruptura de la paz.
Basado en entrevista orginal de Agencia Andes
Fuente El Telégrafo
Fotografía L. Parrini