Cuando Marx escribió la significativa afirmación: el hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma, aludía al carácter de pertenencia ontológica de la especie humana al entorno natural. Es decir, el hombre no es un ente separado de la naturaleza, entelequia abstracta, sino que forma parte de ella en un todo complejo estructurado al ecosistema. El hombre es la naturaleza en sí, y ésta se expresa a través del hombre. Este punto de arranque debe servir para situar debidamente las relaciones de la especie humana con el entorno natural. Del mismo modo con que el hombre entra en contradicción consigo mismo a través de la autoexplotación laboral, – hombre deshumanizado, primera contradictio in terminis-, la segunda gran contradicción existencial del hombre es con la naturaleza, a la que depreda en nombre de su propia subsistencia.
Estas aseveraciones alcanzan su plena significación en el sistema capitalista. Nunca hasta el desarrollo pleno del capitalismo, el hombre había sido objeto de lucha contra su propia condición humana, y nunca antes se enfrentó de manera tan contradictoria a su hábitat natural. De modo que, la autodestrucción del hombre en el capitalismo muestra dos fases: la lucha de clases expresión de la explotación del hombre por el hombre; y la catástrofe natural a la que condujo al planeta. Una irracional manera de explotar los recursos naturales y la deshumanizada manera de explotar su fuerza de trabajo en el proceso de transformación de la naturaleza para uso de sus recursos materiales y energéticos, son en nuestra formación social dos caras de la misma moneda capitalista.
Se trata de una dinámica que hace evidente otro hecho de por sí alarmante: en el sistema capitalista es imposible superar ambas contradicciones del hombre con el hombre y de éste con la naturaleza. La constatación es dicha, en otros términos, por Fander Falconi, economista ecológico que insinúa que el desarrollo sostenible es imposible en el sistema capitalista: “cuando pasó el ser humano de cazador recolector a una sociedad agroalfarera, todavía mantenía un hábitat natural…Por definición, la ciudad está separada del campo y, sin embargo, depende de él…En el aspecto económico, el campo entrega productos agropecuarios a la ciudad y recibe a cambio bienes y servicios, pero también desperdicios. La verdad es que es muy difícil creer que una ciudad, peor una megaciudad como Shanghái, Nueva York o México DF, pueda alcanzar un verdadero nivel de sostenibilidad”.
Dicha sugerencia queda expresada en su libro Solidaridad sostenible. La codicia es indeseable, que aborda temas con respecto a la economía ecológica y la necesidad de enfrentar el cambio global climático que -para Falconi- es un fenómeno geopolítico. La hipótesis medular del planteamiento de Falconi oscila en torno a los problemas con respecto al cambio climático y que “responden a diferencias en el consumo, ingresos y acceso de tecnologías entre países, teniendo así una desigualdad alrededor de los temas ambientales que son la principal preocupación de las políticas internacionales”. Los países y ciudadanos de mayores ingresos están contaminando al resto del planeta. Asistimos a una especie de fiesta de contaminación de los ricos. La pesadilla ambiental que vivimos ha permitido constatar que el sendero de la codicia capitalista conduce directamente a la extinción, concluye Falconi. El Día de la Tierra conmemorado ayer, es un buen motivo para leer este libro revelador y reflexionar sobre sus afirmaciones sacadas como de un cuento de terror: está en juego la continuidad de la civilización.