La frontera sur nos hizo olvidar siempre la frontera norte. Las invasiones, las escaramuzas militares, las lógicas de demarcación territorial, la instalación de hitos y la conservación de puestos militares icónicos como Tiwinza, entre otros, coparon nuestra atención. El conflicto territorial con Perú creó un síndrome fronterizo de cerrar la entrada al país el vecino -considerado endémico enemigo-, a diferencia de haber implementado una politica de puertas abiertas, de cooperación y mutuo control de las actividades ilegales propias de toda frontera.
Mientras eso sucedía en la frontera sur -inestable y movediza-, en la frontera norte teníamos un vecino ausente. El Estado colombiano -durante seis décadas- no hizo presencia militar en el borde fronterizo con Ecuador. La franja de frontera, en un grosor de casi medio centenar de kilómetros, estuvo siempre ocupada por guerrilleros, paramilitares y, posteriormente, por bandas de narcotraficantes adscritas a los carteles internacionales.
A modo de entendimiento de la actual crisis, amerita considerar que Ecuador es un país con un transitar histórico muy conflictivo “que giró básicamente alrededor de la delimitación territorial”, frente a su vecino sureño. Esta dinámica desarrolló -desde la invasión peruana de 1941-, una doctrina y estrategias de seguridad nacional orientadas a la conservación de territorios bajo un instintivo sentido de soberanía. No obstante, las exigencias del conflicto generado en la frontera norte, a partir de la década de los sesenta, puso sobre la mesa nuevas exigencias que los aparatos armados del Estado no lograron sintonizar.
A partir de las alianzas narcoguerrilleras, primero como protección militar prestado a los cultivadores ilegales de coca, luego como custodios armados de pasadizos de la droga en la vía colombo ecuatoriana, recrudecen los enfrentamientos militares en la zona. El territorio fronterizo colombiano se vuelve altamente inseguro para las partes en conflicto y, los cultivadores de coca deciden trasladar sus plantaciones a territorio ecuatoriano. Nuestro territorio, además de tránsito y bodegaje de droga, adviene en productor de coca. Esta migración se debe a lo que los observadores llaman «el efecto globo»: se presiona en un lado y se expande el problema por otro.
Entrado el nuevo milenio, Ecuador adopta el dólar como moneda “nacional”, y la existencia de la moneda dura fue caldo de cultivo para el lavado de dinero procedente del narconegocio. Proceso que se dio paralelo al Plan Colombia, geopolítica que internacionaliza el conflicto en la búsqueda de conseguir socios latinos para las pretensiones estadounidenses de controlar el tráfico de dogas.
A la par del escalamiento internacional de la lucha anti narcotráfico, Ecuador asoma como plataforma ideal para el tránsito del producto con destino mundial por su situación geográfica estratégica, infraestructura portuaria y facilidades de traslado de los narcoembarques. Corolario de este fenómeno, es la inserción de Ecuador en el negocio internacional de la droga.
En definitiva, somos anfitriones de la droga, facilitadores de su tránsito vía EE.UU. y Europa. Un puente indispensable e impensable de sustituir. Este hecho nos convierte en terreno propicio para la presencia activa de 23 carteles procedentes de México, Colombia, Brasil, Italia, España y Rusia. La complejidad multidimensional de esta realidad nos obliga a dar tratamiento global al tema. Brindar respuestas militares unilaterales no solucionará el problema.
Hay que considerar el componente paramilitar del narcotráfico que va más allá de la presencia de Guacho, punta del iceberg de un asunto mayor: la disidencia guerrillera está llamada a ser custodio del tráfico de drogas por mutua necesidad de sobrevivencia, incluso después de la desaparición de Guacho. Las disidencias actúan en el territorio que el Estado colombiano dejó abandonado, luego de firmados los acuerdos de paz con las FARC. Un Estado que no cumplió reorganizando la vida civil en zonas antes militarizadas. Tierra de nadie, esas zonas son ahora botín de disputa de paramilitares y ex guerrilleros que se rearman y reagrupan allí para asegurar con las armas en la mano el negocio del tráfico de drogas.
Ecuador está en la encrucijada de declarar una guerra selectiva contra disidentes que violentan su frontera norte y, al mismo, tiempo dar respuesta pacifica a poblaciones fronterizas como San Lorenzo, Mataje, entre otras, tradicionalmente olvidadas de los servicios estatales básicos. Esta dual politica de control y promoción social, de combate al narcotráfico y colonización de la frontera, debe ser ejecutada con sabiduría, sumando fuerzas internas y externas.
Solo un gobierno y un Estado estable puede ejercer soberanía frente a las fuerzas que amenazan con disputarle presencia vital en su propio territorio. Si frente al conflicto de nuestra frontera sur mostramos sentido de unidad que nos dio estabilidad, en la frontera norte, con mayor razón debe prevalecer un inteligente sentido integrador. Una lección que debemos aprender sobre la marcha de los acontecimientos, al calor de la relación con nuestros vecinos.