De la extensa obra marxista referida al estudio de la formación económico social capitalista, el célebre Manifiesto Comunista de febrero 1848, – escrito por C. Marx y F. Engels- acaso sea el texto más explícito de una verdad mil veces negada y otras tantas comprobaba por la historia: “la historia de todas las sociedades hasta nuestro días, es la historia de la lucha de clases”. Con diversas motivaciones la célebre afirmación marxista ha sido considerada añeja, violenta y sin visos de realidad. No obstante, la negación es en sí misma una afirmación clasista que refleja la defensa retórica de los intereses de la clase que se niega a si misma: la burguesía. Réplicas, en el sentido de que el enfrentamiento irreconciliable de clases ha sido superado por la democracia burguesa y sobrepasado por la historia, son el fruto de un pensamiento hegemónico que niega la contradicción existente entre burgueses y proletarios, entre los dueños de los medios de producción y del capital y los dueños de su fuerza de trabajo.
Ampararse en el hecho histórico de la caída del muro de Berlín, o el “derrumbe del socialismo” para negar la lucha de clases como un hecho cierto constituye, precisamente, un paradójico argumento que desconoce que ambos hechos son fruto de la contradicción histórica entre la burguesía y el proletariado, que se resolvió a favor de “las fuerzas políticas reaccionarias burguesas”. Y como resultado de ese logro histórico, es el aglomerado de la población que se produce en el capitalismo, la centralización de los medios de producción y concentración de la propiedad en manos de unos pocos.
La Organización no gubernamental Oxfam, estableció en año 2017 en un estudio que “solo un pequeño grupo de ocho personas poseen la misma riqueza que 3.600 millones de personas a nivel mundial”. Esto implica que acumulan una riqueza igual a 50% de la población mundial. A esto se suma, los 1.810 millonarios que figuran en la lista de Forbes poseen 6.500 millones de dólares, lo que equivale a la riqueza que ostenta 70% de la población más pobre en todo el mundo. En términos de propiedad de empresas para el 2017, las corporaciones más grandes del mundo (Walmart, Shell y Apple entre otras) facturaron ingresos superiores a 180 países en conjunto, según el estudio de Oxfam. Dicha estadística confirma que la concentración de la propiedad y sus beneficios en manos de la burguesía, sigue siendo verdadera.
La tesis del Manifiesto Comunista acerca de que “la condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital”, constituye otra verdad histórica innegable. Los creadores de riqueza son los trabajadores que venden su fuerza de trabajo al capital. Esa es la máxima contradicción que subyace en la base del modelo capitalista, injusto en si mismo, puesto que quien produce la riqueza, no se beneficia de su trabajo.
Esta contradicción no ha sido resuelta por la democracia representativa y formal del sistema capitalista. Lejos de aquello, cuando la clase trabajadora consciente de su rol clasista plantea el cambio político revolucionario, la burguesía -derecha, oligarquía, como se la quiera llamar- contra ataca por medio del uso de la ilegalidad y, en última instancia, de la fuerza. América Latina es el escenario donde esta verdad histórica se ha comprobado con las sangrientas dictaduras de Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, entre otras; y, ahora con la restauración conservadora en marcha que se plantea el “derrumbe del socialismo del siglo XXI”.
Pero en esta contradicción irresoluble no existen blancos y negros sino matices grises. La burguesía, clase dominante, derecha política -o como se la prefiera llamar-, ante sus crisis de gobernabilidad, como se dice actualmente, concede espacios políticos a la clase proletaria y a los “sectores progresistas”. Eso explica la formación de frentes políticos en capacidad de llevar adelante reformas políticas, económicas y sociales que, de fondo, dejan intacto el modelo social imperante. La derecha concederá hasta cuando perciba que comienzan a socavar las bases de su poder. Por eso en Ecuador la derecha se ocupa de recuperar privilegios y no ceder en otorgar más derechos laborales y sociales. Dificulta todo lo posible su avance. En el caso actual, las pretensiones de regresar a la flexibilidad laboral, mientras se pretende reducir el sindicalismo a una visión conservadora, solo reivindicativa de carácter salarial y no política.
A modo de corolario, frente la alusión al Manifiesto Comunista que acaba de cumplir 170 años de haber sido escrito, amerita reconocer su vigencia teórica. Bástenos decir que en uno de sus postulados, “educación pública y gratuita de todos los niños…”, continua siendo el leiv motive de la lucha por una educación socialmente incluyente, ante la cual, la derecha política y los sectores progresistas sostienen uno de los capítulos de la lucha de clases que hoy se pretende negar. Unos por la privatización de la educación, y los otros por la defensa de ese derecho inalienable de millones de niños, niñas y adolescentes ecuatorianos.
Por eso amerita la lectura crítica del Manifiesto Comunista, un clásico de la literatura política y social revolucionaria, en un país como Ecuador, tan venido a menos en la defensa de los principios progresistas. Un texto válido, no solo para interpretar la realidad, sino para transformarla. A fin de cuentas, -como dice el propio manifiesto de 1848- «muchos no tienen nada que perder más que sus cadenas…y en cambio, tienen un mundo que ganar”.