La tarde de domingo que los primos Luis Chimbo Pichasaca, de 16 años, y Marco Pichasaca Guasco de 17, salieron de la humilde localidad de Cachi, cantón El Tambo, Cañar, su familia jamás imaginó el desenlace de lo que, según los muchachos, sería un viaje a una localidad cercana para ver una corrida de toros.
Mochila al hombro enrumbaron, en cambio, a la ciudad de Guayaquil y, a las pocas horas de arribar, ingresaron al aeropuerto José Joaquín de Olmedo, superaron los controles de seguridad y treparon al compartimento del tren de aterrizaje de un avión de la compañía Latam. La familia no sospechaba que iban a subirse a ese avión con la intención de viajar a Estados Unidos, aunque alguna vez soñaron con migrar. El sueño concluyó abruptamente cuando los dos muchachos cayeron del avión de Latam, en maniobra de decolaje, y perdieron la vida en el asfalto de la pista del aeropuerto.
De todas las historia de migrantes, la más triste es la de Luis y Marco. Hijos de la miseria y de la marginalidad rural del país de la revolución ciudadana, que un día aciago decidieron migrar a los EE.UU. para “ganar más dinero”, según testimonio de su amigo Pedro Lazo. En las aspiraciones de Marco estaba la idea de mejorar las condiciones de vida de su mujer y de su pequeña hija, residentes en Nueva York. Luis, en cambio, quería ayudar a sus siete hermanos, luego de aprender el oficio de albañil y concluir el bachillerato en el colegio nacional El Tambo.
Su funesta aventura se inició sin apoyo económico de sus padres, debido a su humilde condición campesina. La pobreza material de la familia de Luis y Marco quedó en evidencia el día que sus padres recibieron ayuda económica de sus vecinos para comprar de los féretros en los que darían sepultura a los muchachos.
El fatal destino de ambos adolescentes es el de millones de ecuatorianos que se juegan la vida migrando en condiciones de alto riesgo hacia los EE.UU. El concejal de El Tambo, José Pizha, supone que los muchachos abordaron la nave de Latam, con apoyo de un coyotero traficante de ilegales, situación que deberá ser confirmada por las autoridades. La falta de empleo condenó a un destino incierto a miles de emigrantes ecuatorianos nativos del sur del país que salieron hacia los EE.UU. en las pasadas décadas.
Según estadísticas históricas, hasta hace pocos años había por lo menos 170.000 ecuatorianos en situación irregular o sin papeles en ese país. Los datos que maneja el Departamento de Seguridad Nacional (Homeland Security), cruzados con cifras del Censo del 2010, realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), señalan que más de un millón de ecuatorianos vive en Norteamérica. De ese total, unos 1.200 son deportados anualmente. La situación se hace más evidente en el estado de New York, en donde de acuerdo al censo del 2010, se calcula viven alrededor de 300 000 ecuatorianos.
Los nombres de Luis y Marco, mártires de la pobreza, serán recordados como estigma en el seno de una sociedad que se dice incluyente, pese a los esfuerzos estatales por cambiar las condiciones de vida de sus habitantes. Su historia perdurará en la memoria colectiva de nosotros los ecuatorianos, no sin un sentido de culpa plural, difícil de resarcir.