El triangulo es la figura geométrica perfecta. Cada vértice equidista del otro, cada arista puede ser su contrario, la base o la cabeza y viceversa. El triángulo siempre apunta al infinito, a lo atemporal y metafísico. El triángulo es ontológicamente ideal, sin nimiedades ni excesos en su abstracción esencial. ¿Será en la realidad, un dechado de virtudes?
El triángulo amoroso hace referencia a tres sujetos, o dos, ligados con independencia a un tercero en relaciones de amistad, pasionales o familiares. Un buen ejemplo es la novela La mujer justa, de Sandor Márai que narra el apasionante triángulo del que son vértices los esposos Marika y Péter y la amante, Judit, y en la que el autor se pregunta: ¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres humanos?
A diferencia del triángulo amistoso, el del amor es incompatible entre sus miembros, porque contradice un factor de exclusividad. Existen triángulos competitivos, en que sus miembros compiten entre sí, y el triangulo del objeto dividido en que un tercero divide su atención entre los dos primeros. En uno prima una actitud amorosa; en el otro, una actitud politica. Cierto es que el amor y la política tienen en común las reacciones triangulares. Es realmente dable, sin embargo, no idealmente recomendable. La política y el amor comparten la pasión, pero difieren en la lucha por el dominio, en las relaciones hegemónicas que la politica suele ejercer en la confrontación por ostentar el poder.
Hace algunos días un amigo me dijo preocupado: Lenin se encuentra en un triángulo político y todo triangulo termina mal. Me dejó la bala pasada y decidí dispararla en este artículo.
Cuando el gobierno de Lenin Moreno decidió aplicar el diálogo como política de Estado, lo hizo pensando en dialogar con todos, sin distingo de procedencia, porque concibió su actitud dialogante como la máxima expresión de democracia. Así dialogó con los banqueros, con la prensa opositora, con los trabajadores organizados, con los indígenas, hombres y mujeres de diversos sectores sociales, y en particular, con las organizaciones politicas electoralmente contrincantes en las elecciones de abril del 2017. Entrados los meses de su gobierno, la vida nos demostró que la democracia es más compleja que sentarse a conversar con Dios y con el Diablo.
Y ese conversatorio -como bien apunta el analista Sebastián Vallejo-, Lenin buscó «una democracia de consensos, más que una democracia de propuestas». Marcar diferencias formales o de contenido con el gobierno correista no significa, necesariamente, recuperar la democracia. Implica solo un cambio en la correlación de fuerzas políticas y un reordenamiento en las lógicas institucionales del Estado, cambiar el componente político del Consejo de participación ciudadana, cooptar ciertas instancias claves de control estatal, establecer alianzas coyunturales con determinados actores, etc. No obstante, queda pendiente por confirmar si esas geometrías del poder recaerán, incluyentes, sobre los ciudadanos.
En esa línea de acción el gobierno ha practicado un triángulo político que incluye a la izquierda a la derecha y al propio gobierno, en un intento por establecer una relación triangular de equilibrio, cuando lo que se necesita es una relación de armonía. ¿Será posible dicha armonía en un campo minado de intereses clasistas, ideológicos, grupales y unipersonales? Mas aun cuando los consensos no son en el aire, sino en el terreno de las cosas puntuales. Es decir, ¿qué concedo a Dios y que concedo al Diablo, cuando ambos me van a pedir definiciones y concesiones concretas? Será suficiente derogar la ley de Plusvalía, o la de Comunicación, dejará contentos a los empresarios solo disminuir impuestos a la comercialización, acabar con las tasas grabadas a la fuga de capitales o flexibilizar a su favor las relaciones laborales?
¿Será bastante mantener un área social preocupada de las necesidades populares en salud, educación e inclusión social, un plan Toda una Vida -que no está suficientemente bien posicionado y comprendido-, será solo necesario mantener los subsidios a los servicios básicos y una amplia cobertura en seguridad social? Es necesario proponer alternativas.
No basta con desmantelar las estructuras del pasado, acabar con la pasada y presente corrupción, desdibujar la política pretérita sin caer de bruces en el primer día de lo mismo. Habrá que reconstruir diálogos, ya no solo apelando a un estado de ánimo común contra el correísmo, sino buscando una línea plural de acción ideólogica. Los acuerdos coyunturales se agotan y trizan en sí mismos, es necesario pensar en trayectos más amplios y a largo plazo. En esa línea hace falta al gobernante gobernar, es decir, mostrar un claro plan de gobierno con visión nítida que permita avizorar hacia dónde vamos, presidente. Ya no es tiempo de gobernar a tientas, porque aquello conduce a la improvisación -madre de todos los fracasos-, un lujo que hay que evitar.
El gobierno actual debe superar el influjo del anterior, desde una obra monumental que deberá ser concluida, mejorada y multiplicada sin recelos. Amerita en estos momentos cruciales, hacer que la vida sea normal, con mayores certezas y sin sobresaltos. Afinar el diseño de una política más fina, más enfocada en los intereses regionales, locales, personales incluso de cada ecuatoriana y ecuatoriano. La política de las grandes abstracciones llegó a su fin. Hoy es el primer día de la política con dedicatoria a cada elector que confió en un proyecto que debe prevalecer, como el interés superior del pueblo.
¿Cómo armonizar en la práctica politicas públicas populares con políticas públicas elitistas? Es necesario buscar espacios donde el gobierno se encuentre cara a cara con la ciudadanía, sin intermediarios ni recaderos. Habrá que reinventar mecanismos de auténtica participación ciudadana directa que acerquen al Estado con la sociedad civil. Promesas convertidas en eslóganes leídos en un teleprompter, no generan democracia participativa.
Es el momento de las definiciones, de las tomas de partido, de la política separada por una línea equinoccial. Es la hora de demostrar que “mi partido es el Ecuador” y ver hasta dónde es posible hacerlo armónicamente, sin exacerbar los ánimos de Dios y del Diablo. Y peor del pueblo. En teoría, solo es posible con más políticas democráticas y formas democráticas de vivir esas políticas. Ahí veremos hasta dónde tiene sentido seguir en un triángulo político.