La educación, dice la teoría social, forma parte de la superestructura de la sociedad que refleja al ser nacional. La educación cambia o reproduce el cuerpo social, a través de contenidos y valores ideológicos y pedagógicos. No en vano, la educación es la primera responsabilidad de una sociedad consigo misma.
Que el debate de la sociedad ecuatoriana en este tiempo de incertezas esté centrado en la necesidad de mantener cero tolerancia contra los delitos sexuales cometidos en escuelas y colegios, es síntoma ineludible de que algo está mal en nuestro sistema educativo.
Que en el último año se haya producido un destape que pone en evidencia el cometimiento de estos delitos en años pasados, no significa que no existan en la actualidad, o que hayamos erradicado la violencia y el abuso sexual de las escuelas y colegios cometidos por docentes y estudiantes contra beneficiarios de la educación que, se supone, se educan para ser hombres y mujeres íntegros.
El atentado contra la integridad física y espiritual de la niñez y la adolescencia, con insensibilidad y silencio cómplice de autoridades, es un insoslayable síntoma de que algo huele muy mal en nuestra sociedad. Un hedor que emana de un sistema educativo heredado, síntoma de la descomposición de una sociedad que al mismo tiempo reproduce.
Que una comisión legislativa, creada hace más de seis meses, para investigar casos de violencia sexual denunciados en una institución denominada Aampetra -y otros colegios- no se reúna por falta de cuórum, es el síndrome de la desidia social frente a un tema de extrema gravedad y urgencia.
Que el informe de dicha comisión aun no se difunda, y que su borrador apunte a una total falta de respuesta institucional del sistema legal y educativo, es un incalificable acto de irresponsabilidad social.
Que un ex ministro de Educación, cuestionado por omisión frente a múltiples denuncias de delitos sexuales en establecimientos educativos, presida hoy la Comisión de Educación de la Asamblea Nacional, y que dicha comisión tampoco se reúna por falta de cuórum, es otro detalle de un entramado político que en nada contribuye al esclarecimiento de los hechos de violencia sexual en escuelas y colegios.
Que se acuse, temerariamente, de una supuesta utilización de estudiantes a autoridades distritales del sistema educativo, es otra señal de que la politización del tema forma parte del extravío social en el que nos encontramos frente al asunto en cuestión.
Que en el país aún existan quienes prefieren decir no a sus hijos, y negarles una poderosa herramienta constitucional para que no prescriban los delitos sexuales contra ellos, es una pésima señal que estamos dando como sociedad.
Que pese a la cero tolerancia y decisión contra la impunidad que han demostrado las actuales autoridades educativas ante la violencia sexual, no significa en ningún caso que hayamos eliminado esta lacra social de nuestras escuelas y colegios. Aún recién comienza el desafío y es obvio que falta tanto y mucho por hacer en materia de prevención, investigación y sanción de este delito, tan grave como todo crimen de lesa humanidad.
¿Qué nos queda a nosotros, padres, madres y maestros responsables de la integridad física y espiritual de nuestros hijos y estudiantes? Expresar nuestra exigencia social. Manifestar nuestra protesta familiar. Ejercer nuestro derecho a pronunciarnos afirmativamente porque nunca prescriban los delitos sexuales contra la niñez y la adolescencia en escuelas y colegios.
Una enmienda a la Constitución dictada por la voluntad popular -vía consulta o referéndum- daría fuerza y carácter constitucional a la imprescriptibilidad en el tiempo de delitos sexuales contra niños, niñas y adolescentes. Sin perjuicio de que exijamos, complementariamente, que se activen en la Asamblea Nacional todos los mecanismos políticos y legales para endurecer las penas contra los agresores sexuales.
Si la educación no cambia el ser nacional, no cambiaremos jamás como sociedad. Si la sociedad reproduce el estado de indefensión de nuestros hijos ante sus agresores sexuales, los padres madres y maestros tenemos la palabra y debemos actuar con radical decisión.