A la casa del poeta llega la muerte borracha, ábreme viejo que ando buscando una oveja guacha. Estoy enfermo, después perdóname vieja lacha. Ábreme viejo cabrón ¿o vai a mostrar I’hilacha? por muy enfermo questís tenís quiafilarme I’hacha. Déjame morir tranquilo, te digo vieja vizcacha…
Ha muerto el antipoeta chileno y a sus 103 años, Nicanor Parra de cara a la muerte, habrá declamado los versos del célebre antipoema. Advino su muerte en la casa suya de la comuna de La Reina, un barrio alto de la ciudad de Santiago, luego de dejar el hogar frente al mar en el balneario Las Cruces.
Nicanor Parra es hermano de la Violeta de Chile, sureño de nacimiento y chillanejo por adopción. Antipoeta, anticomunista y anticapitalista redomado, es matemático y físico de profesión. Hijo de profesor primario y madre tejedora, Parra logra reconocimiento a su obra al recibir el Premio Nacional de Literatura, Premio Cervantes 2011, y Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en el 2012.
En su longeva vida hay muchos hitos. En 2017 debió cargar con el robo de sus cuadernos originales, donde escribió un sinnúmero de anotaciones diariamente entre los años 90 y 2000, además de la desaparición de una fotografía que Pablo Neruda le regaló personalmente. Desde niño Nicanor fue estimulado por su padre y su madre para dedicarse al arte popular. En su adolescencia leyó a poetas modernistas europeos y chilenos, como Manuel Magallanes Moure y comenzó a escribir sus primeros versos, siguiendo el barroquismo sentimental y retórico de los autores que lo influenciaron.
En 1932 se fue de su casa para mudarse a Santiago. Ingresa al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en 1933 donde estudia matemáticas y física. Publica su primer cuento Gato en el camino, un irreverente texto en verso libre. Por esa época, además, comienza a interiorizarse de la obra de artistas a los que no tenía acceso desde Chillán: poetas chilenos y españoles contemporáneos, traducciones de los surrealistas franceses y otras vanguardias europeas como el dadaísmo.
Aparecen antologías con algunos de sus poemas, Ocho nuevos poetas chilenos (1939) y Tres poetas chilenos (1942). En 1943 viaja a Estados Unidos para estudiar un postgrado en mecánica avanzada en la Universidad Brown. Regresa a Santiago de Chile en 1937 y publicó su primer poemario, Cancionero sin nombre, obra que le hizo merecedor de elogios de la poetisa Gabriela Mistral y por la que obtuvo al año siguiente el Premio Municipal de Santiago.
Dice la crónica que “las experiencias vividas en el extranjero, en países más desarrollados y con culturas tan distintas a la de Chile, fueron fundamentales para la gestación de su segundo poemario, Poemas y antipoemas (1954), donde el autor irrumpió con el nuevo concepto de «antipoesía», el cual se oponía a toda la poesía tradicional entonces imperante en su país, encabezada por Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha. En las décadas de 1950 y 1960 sigue viajando e interiozándose de otras culturas, además que sus obras empezaron a traducirse a otros idiomas. El corolario de su gran avance se dio cuando la influencia de su propuesta estética sobre la cultura nacional le valió obtener el Premio Nacional de Literatura en el año 1969”.
“Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa”, proclamaría en referencia a su obra política y contingente, a sus antipoemas posmodernos seguidos de poemas ecológicos y otros de tradición oral, popular y local. Con textos trascendentes, Parra echa mano a recursos del humor, al arte callejero, a la cultura popular y democratiza la poesía, acercándola a lectores de distinto nivel social y cultural.
En los años setenta fuimos testigos de su confrontación con la izquierda política chilena, cuando aceptó una invitación de la Primera dama norteamericana a tomar un té en la Casa Blanca y luego declaró Cuba si, yankees también. En los patios del Pedagógico de la Universidad de Chile en Santiago, lo vimos someterse al juicio de los estudiantes, sentado bajo un cartel que decía: A los jóvenes son los únicos que rindo cuenta.
Nicanor Parra en diversas entrevistas de prensa fue construyendo su imagen como un anti poema. En 1987 declara en Madrid que la cultura chilena es casi clandestina, por sus relaciones cada vez más distantes con el Estado, pero que la cultura en Chile seguía viva, sin ser derrotada. En ese entonces pensaba que la libertad era una condición para que la creación fluya, pero que bajo condiciones de represión la cultura se hace más fuerte.
Durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, Parra decidió, para evitar las represalias y la censura, alejarse un poco de la antipoesía para desviar su atención hacia el ecologismo político. Después del retorno a la democracia en Chile, en 1990, se reactivaron los reconocimientos en su nombre. Hacia 1992 realizó una exposición visual junto al poeta Joan Brossa en Valencia y diversas instituciones y personas particulares intentaron postularlo al Premio Nobel de Literatura en tres ocasiones, los años 1995, 1997 y 2000, sin gran éxito. Eso sí, en 2001 fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de España.
Acerca de la poesía comprometida, Parra creía en una poesía ecomprometida, es decir, identificada con la supervivencia y la autorregulación del espíritu. Que las ideologías tradicionales -capitalismo y socialismo- resultaban ser hermanas gemelas porque ambas han llevado al planeta a una situación de desastre al reducirlo “a las formas de artefactos, automóviles, refrigeradores, teléfonos, etc., transformándolo en chatarra”.
Alineado a una nueva cosmovisión de corte ecologista, Parra se declara ecopoeta y reclama mayor lucidez para ver los problemas globales, puesto que las miradas tradicionales no son suficiente para procesar los datos de la vida.
Su obra se puso a tono con esa cosmovisión y el poeta escribe ecopoemas que dan cuenta de una nueva relación entre el hombre, la sociedad y la naturaleza.
Ya no pedimos pan
Techo ni abrigo
nos conformamos con un poco de aire
El error consistió
en creer que la tierra era nuestra
cuando la verdad de las cosas
es que nosotros somos de la tierra
Al partir a sus 103 años de edad, el antipoeta es una leyenda altisonante que confiesa: “me inclino por una música que ya no se escucha en ninguna parte, me refiero a esa música llamada silencio”.
Que si el esfuerzo vital de un siglo valió la pena o valió la alegría, Parra dice sentirse gratificado y relativamente comprendido: Se me ha concedido más de la atención que merezco. Me gustaría volver a repetir el numerito, si me propones volver a nacer y repetir todo lo vivido pensando en la filosofía del eterno retorno, mi respuesta sería: con mucho gusto.
La mañana del 22 de enero, en el tórrido e implacable verano santiaguino, Nicanor habrá dicho a la muerte en su lecho de centenario antipoeta: Déjame morir tranquilo, te digo vieja vizcacha…