Por Jorge Nuñez Sanchez
Me gusta la Navidad. Cuando ella llega suceden cosas esperadas y, no por ello, menos sorprendentes. Por ejemplo, el viejo agnóstico que me habita saca a pasear al pequeño niño católico que fue alguna vez y juntos nos vamos a visitar nacimientos en La Magdalena y Chimbo, a comprar chucherías y dulces en los mercados de Ambato o a ver los adornos navideños del vecindario de Quito.
Otras veces nos ponemos a escuchar villancicos cantados por los pibes Trujillo o por Niyireth Alarcón o por María Tejada. Entonces, el pequeño católico le cuenta al viejo descreído lo lindo que era ir a la Misa del Gallo, a medianoche, y ponerse a soplar su pito de pajarito, para luego volver a la cama, de la mano de su padre, y acostarse mansamente, en espera de la visita del Papá Noel. Y lo feliz que era despertar por la mañana y correr hasta la ventana, donde, junto a los zapatitos viejos, estaban los encantadores juguetes nuevos.
En la Navidad, los que no tenemos fe religiosa nos reconciliamos con la de nuestros padres y abuelos. Es un reencuentro con nuestro pasado, pero también con la cultura de nuestro país y nuestro pueblo. Es una noche de paz o, al menos, con voluntad de paz.
Es la fiesta en homenaje a un niño pobre, hijo de inmigrantes, que nació en un pueblito desconocido, en un pesebre pajizo y rodeado de animales. Una fiesta que debería ser de la humildad y la solidaridad, pero que el capitalismo ha convertido en una fiesta de la opulencia y el derroche.
En fin, pese a todo, me sigue gustando la Navidad, aunque ya no voy a la Misa del Gallo ni a ninguna otra, salvo a las misas de difuntos, a donde voy de mala gana y solo para despedirme de los que se van.
Pero esta Navidad, noche que debiera ser de paz, tiene también sus lados tristes y hasta atroces. A nuestro alrededor hay niños pobres, como Jesús, que no tienen ni un muladar para guarecerse en estas frías noches quiteñas. Y allá, en Belén, la guerra sigue enfrentando a los pobladores nativos de Palestina y a los ocupantes israelíes, baja la provocación de Donald Trump, ese instigador del odio racial.
Pese a todo lo malo, lo falso y lo mercantil que nos rodea en días como estos, esta Navidad soñaré con la paz y seguiré anhelando un mundo mejor para todos los niños y viejos del mundo, cristianos o no, y para todas las gentes de buena voluntad. La paz sea con ustedes, amigos lectores.