Más allá de las religiones, del dios único de algunas culturas o de los dioses varios de otras, la Navidad puede ser una ciudad de todos. Más allá de las guerras y las políticas de guerra, la Navidad puede ser un lugar para la paz: Belén, ciudad de Cisjordania, Palestina, donde habría nacido Jesús.
La historia de Belén es, debería ser, la historia de la paz, de la confluencia de culturas, del diálogo, de la tolerancia entre diferentes, pero Belén fue rodeada por murallas. La historia de Belén es la historia de encuentros y desencuentros entre murallas y caminos. La historia de la Navidad, es la historia de los encuentros después de los desencuentros. Entonces, a pesar de las murallas y de los desencuentros, Belén le canta a la Navidad, o sea a los encuentros…
Más allá de los idiomas, de las academias de la lengua y de Babel, la Navidad puede ser una palabra.
La historia de América Latina es como la historia de las palabras que a veces se queman en la boca de sus pueblos, o se desencuentran entre las montañas y el mar, entre las selvas y desiertos, entre los ríos y ciudades. La historia de la Navidad como la historia de las palabras es la historia de un camino perpetuo: el camino perpetuo de América Latina. Sin embargo, a pesar de saber que no llegará nunca al fin del camino, y tal vez por eso, América Latina le canta a la Navidad, o sea al camino perpetuo.
Así, en sus encuentros permanentes después de los desencuentros, en su viaje perpetuo persiguiendo sueños, los pueblos de Belén y de América Latina nos piden que cantemos a la Navidad, porque es otra forma de no rendirse jamás…