El crimen perpetrado con premeditación y alevosía en la humanidad de Emilia B, inocente niña de nueve años en la ciudad de Loja, estremece el corazón y la conciencia nacional.
La ciudadanía se pregunta ¿qué hemos hecho mal para vivir en la sociedad de la violencia indiscriminada y el miedo institucionalizado? La respuesta no es tan simple, pero tampoco imposible y hay que buscarla en las formas de convivencia que nos damos los ecuatorianos, bajo la égida de un “proceso revolucionario” que construyó escuelas, pero no valores, que inauguró hospitales, pero no curó los males espirituales, que dio bonos solidarios, pero no solidarizó con las víctimas de la violencia que se les escapó de las manos a los responsables de garantizarnos una sociedad de paz, convivencia armónica y seguridad ciudadana.
¿Qué deuda cultural nos dejaron impaga en la esencial tentativa de cambiar el ser nacional y la utopía de una nueva sociedad? ¿Qué sistema educativo hemos heredado, con elementos delincuenciales en sus aulas, y la complicidad de un aparato judicial que no actuó con la probidad, celeridad y eficacia ante miles de denuncias de violencia contra nuestros niños, niñas y adolescentes?
No es fácil reconocer que nos hemos equivocado como sociedad del silencio, ante la violencia que generó una cultura de vulneración de derechos, de invasivo atropello a la intimidad, de miserable agresión contra seres indefensos. El delincuente no nace, se hace. Y se forma, educa y recluta en la escuela del delito callejero, en la universidad carcelaria del crimen organizado, en la cátedra del desprecio a la vida propia y ajena.
Hoy la UNICEF nos señala con el dedo como la sociedad de los violentadores de niños y niñas, y nos pone en el tapete internacional como uno de los países con mayor índice de violencia contra la niñez y la adolescencia. Y nuestras instituciones aun no dan una convincente respuesta a esa alerta internacional.
Las versiones policiales identifican, como una de las probables causales del crimen de Emilia, una asociación ilícita para la trata de personas que opera en la bucólica y cultural Loja. No obstante, aun la Fiscalía no desentraña el móvil certero del execrable crimen de la menor lojana. Como dato inquietante, hoy apareció muerto en su celda uno de los implicados victimarios de la menor; se habla de suicidio pero aún no hay certeza forense.
Es hora de un mea culpa. ¿Queremos una sociedad menos violenta, más segura y solidaria? La respuesta está en el orden social que debe garantizar condiciones materiales y espirituales de vida, para no engendrar delincuentes en potencia. Un poder legislativo y judicial que reforme las leyes y enrudezca las penas de la criminalidad contra niños, niñas y adolescentes, incluida la máxima pena y la perpetuidad de la condena. Un sistema cultural y educativo que revolucione valores subyacentes en una sociedad machista, homofóbica y excluyente.
Emilia, al costo de su preciosa vida, tiene el poder de legarnos el estremecimiento de la conciencia y el corazón con su horrenda y absurda muerte. No invoco su nombre en vano. No me revelo sin causa contra sus asesinos, cómplices y encubridores de este crimen de lesa inocencia. En su nombre, exijo ejemplarizadora justicia.