En una evidente decisión política qué incrementa las tensiones militares en Oriente Medio, el presidente de los EE.UU., Donald Trump, haciendo caso omiso a la hostilidad que vive la región, reconoce a Jerusalem como la capital de Israel, no obstante que ésta es ciudad sagrada para judíos, musulmanes y cristianos. La “indignación popular” convocada en jornadas de rechazo a la medida estadounidense, no se hace esperar por parte de líderes palestinos y grupo musulmanes.
Se ha dado en llamar “el beso de la muerte” al proceso de paz en la región, aquello que observadores consideran “una inaceptable provocación norteamericana”. Y que convierte a los Estados Unidos en el primer país en reconocer a Jerusalem como capital oficial del Estado Judío de Israel, creado en 1948. Más aun, cuando los palestinos consideran a Jerusalem oriental como la capital de su futuro Estado y uno de los territorios “más ferozmente disputados del mundo”. Trump ordenó el traslado de la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén y reiteró que su decisión no significa «una salida de nuestro fuerte compromiso para facilitar un acuerdo de paz duradero», entre israelíes y palestinos. El movimiento de Trump tiene como objetivo complacer a sus votantes cristianos y judíos conservadores en los EE.UU. El paso que Trump ha dado asestará un golpe al proceso de paz en la región y dañará la reputación de Washington ante el mundo.
Ciudad sagrada y desangrada
La ciudad de Jerusalem acaso sea la más célebre del planeta, como lugar de expresión de la fe y fanatismo religiosos de tres culturas: la judía, cristiana y musulmana. Entre sus muros se localizan la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa de los musulmanes, el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones de la religión judía y el Santo Sepulcro de la religión cristiana. Jerusalén ha sido conquistada, destruida y reconstruida una y otra vez, y con cada capa de tierra se revela una pieza distinta de su pasado. A menudo fue el foco de historias de división y conflicto entre los pueblos de distintas religiones, unidos controversialmente por la veneración que sienten por la ciudad sagrada.
Según la crónica, “el barrio musulmán es el más grande de los cuatro y contiene la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa en una explanada conocida para los musulmanes como Haram al Sharif, o el Noble Santuario”. En tanto, la mezquita “es el tercer sitio más sagrado del islam y está bajo la administración de un fondo de donaciones islámico llamado Waqf”. Según la creencia musulmana, el profeta Mahoma viajó allí desde la Meca durante un viaje nocturno y oró por las almas de todos los profetas.
Apuntes biográficos señalan que “los cristianos tienen dos barrios, porque los armenios también son cristianos y su barrio, el más pequeño de los cuatro, es uno de los centros armenios más antiguos del mundo. Su comunidad ha conservado la propia cultura y civilización particular dentro del Templo y monasterio de San Jaime. Dentro del barrio cristiano está la Iglesia del Santo Sepulcro, uno de los lugares más sagrados de los cristianos en todo el mundo. Está ubicada en un lugar que es central para la historia de Jesús, su muerte, crucifixión y resurrección. De acuerdo con las tradiciones cristianas, Jesús fue crucificado allí, en el Gólgota o monte Calvario, su tumba se encuentra dentro del sepulcro y este fue también el lugar de su resurrección”.
Por su parte los judíos tienen su hogar en el Kotel, o Muro de las Lamentaciones, uno de los cuatro muros de contención del monte Moriá erigidos para ampliar la explanada donde fueron edificados el Primer y Segundo Templo de Jerusalem. Dentro del templo estaba el Sanctasanctórum o «Santo de los Santos», el lugar más sagrado del judaísmo. Los judíos creen que esta era la ubicación de la primera piedra donde se construyó el mundo y donde Abraham se preparó para sacrificar a su hijo Isaac.
Haber privilegiado una de las tres culturas cohabitantes de la ciudad de Jerusalem, es un error de cálculo geoestratégico o una deliberada acción política que traerá inéditas consecuencias para el futuro de la paz en la región. Los evidentes vínculos del sionismo internacional, coludidos a los intereses norteamericanos en la zona del medio Oriente, hacen prever una creciente escalada de violencia en el marco de una política imperialista de corte belicista que, a todas luces, busca privilegiar los intereses judíos por sobre las aspiraciones de paz de los pueblos palestinos y musulmán.