El telégrafo fue en el pasado el medio de comunicación que enviaba señales en código Morse, cuyo signos punto-raya-punto, etc., correspondían a un lenguaje descifrado por un señor de ciertos años en la piel y con gorro de ferrocarrilero. Por la línea del telégrafo transitaron la noticias más dramáticas del siglo XX y nos enteramos a través de las señales del mensaje de lo bueno, lo malo y lo feo de este mundo.
En la actualidad las señales que emite El Telégrafo -empresa mediática publica que ejerce el periodismo con ese nombre comercial en el Ecuador-, no son menos dramáticas. En la era digital el matutino estatal incurre en una polémica decisión, bajo una estrategia que a sus directivos debió quitarles el sueño: cambio de la línea editorial.
Bajo ese enunciado, el periódico del Estado ecuatoriano decide censurar, eliminando de su staff de colaboradores, a prominentes personajes de la vida pública, educativa y cultural del país. En carta dirigida a Erika Silva Charvet, Aminta Buenaño, Fander Falconi Benitez y Pablo Salgado, diario El Telégrafo les “agradece su valiosa y desinteresada colaboración…la nueva política editorial de este medio de comunicación no permite tener editorialistas que sean funcionarios públicos”.
No obstante, en desmedro de una elemental coherencia, El Telégrafo da espacio a otros funcionarios públicos -extranjeros- que en sus propios países son observados bajo actos de contubernio y corrupción políticos, como es el caso de Michel Temer, representante de un gobierno cuestionado por ilegítimo, según amplios sectores de la comunidad internacional. Temer, presidente de Brasil, escribe en el diario público ecuatoriano una editorial con una extensa perorata propagandística de los supuestos logros de su espurio gobierno.
Negarle a los lectores de El Telégrafo la mirada analítica de un hombre de la talla de Fander Falconi, economista investigador y experto en temas ambientales -por añadidura actual Ministro de Educación- es, lisa y llanamente, un despropósito. Como cerrar las puerta del diario público a Erika Silva Charvet -ex Ministra de Cultura-, que si llegó a ocupar ese cargo no ha de ser solo por su simpatía personal. O silenciar a Pablo Salgado, periodista especializado en temas de cultura, es un torpe atentado al derecho que tienen los lectores a mantenerse informados sobre los entretelones del mundo cultural. ¿Por qué se nos niega a los lectores, la orientación que pueden brindarnos, desde su prestancia intelectual, estos destacados ecuatorianos?
Como guinda del pastel, Erika Silva en carta dirigida a Fernando Larenas, director de El Telégrafo, responde: “Tomo nota de la nueva política editorial de El Telégrafo que no permite tener editorialistas que sean funcionarios públicos. Y puesto que usted supone que yo lo soy…la verdad es, sin embargo, que desde el 31 de octubre del presente cuando renuncié a mi cargo de Analista en el Consejo de Evaluación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de la Educacón Superior, ya no soy funcionaria pública, particular que le comunico pues podré continuar colaborando con el periódico”
¿Qué temen los estrategas de los medios públicos?
¿Temen, acaso, a la cultura? El propagandista nazi al oír la palabra cultura, se echaba la mano al cinto. Los estrategas mediáticos públicos, echan mano al discutible argumento de que un funcionario público no puede escribir en un medio público, porque “estos deben tener autonomía de sus órganos de gobierno frente al poder político y mercantil”. Es tan falaz el argumento enunciado que, si se lo aplica a los funcionarios públicos que trabajan en el propio diario El Telégrafo, ninguno puede escribir a partir de hoy en sus columnas de opinión, incluido el propio Director, Fernando Larenas.
La analista ecuatoriana Patricia de la Torre, afirma: “La banalidad se instaló en los medios públicos”. ¿Se trata de trivializar? Fernando Larenas propone “hablar de las inquietudes que tiene la sociedad” en el periodico público. En entrevista para un canal privado, el director de El Telégrafo señala: “pasamos muchos años dedicados solamente a lo político no salíamos del ámbito político, nos planteamos ir mucho más allá de lo político”, y, a renglón seguido reafirma: “Procuramos meternos en el periodismo profundo”. Como conclusión de su propia afirmación, Larenas manifiesta que “el periodista estaba sin capacidad de proponer, lo que ahora tiene es la posibilidad de hacer una propuesta”, nos obstante que, “la noticia siempre va a ser subjetiva, el comentario va a ser subjetivo”.
¿El fin justifica a los medios públicos?
El Telégrafo echa mano a una declaración de principios que dice: “los medios públicos son hechos, controlados y financiados por el público y para el público”. Eso, lejos de ser así, suena a slogan de dudosa propaganda. ¿Quién del público lector “controla” al medio público El Telégrafo? Simplemente nadie. Es hora de enfriar la cabeza y adoptar ecuánimes decisiones públicas. En el país de los diálogos, el justo es rey.