Una de las afirmaciones más ampulosas, -por no decir sospechosas-, es aquella que pretende vendernos la idea de que toda crisis es una oportunidad de cambio.
Los signos se desgastan, decía Barthes; y la palabra, cual signo lingüístico, por exceso de consumo, pierde también su fuerza denotativa o connotativa; tal es el caso de esta afirmación sobre la crisis como oportunidad de mejora vital. Así ha de ser, siempre y cuando se cuente con los materiales esenciales para que así sea. Cuando en este labrar la vida, aremos con los bueyes que tenemos y confirmemos, en los hechos, la capacidad de cambio y de sembrío de algo nuevo.
Alguna vez oí decir al Presidente Lenin Moreno que una de las deudas de la revolución ciudadana, es no haber sido capaz de cambiar el ser nacional. Y viene a la memoria ese deber ser del hombre nuevo -que hablaba el Che- y que la Revolución Cubana hizo de aquella arenga transformadora, una realidad histórica.
El triste diagnóstico en un Ecuador que ha heredado un pasado de tal magnitud de descomposición ética -y politica-, confirma que no hemos sido capaces de cambiar el ser nacional. Un escenario propicio para el caldo de cultivo de la corrupción, hizo posible que su principal fuente de ingresos – el petróleo – fuera un pozo de ratas sedientas de dinero mal habido; y su principal sistema formador de valores -la educación- albergara, al menos a una minoría, de corruptores violadores de menores, niños, niñas y adolescentes.
En esta hora crucial en que el país observa sus propios escombros desde el borde de un precipicio, amerita hacer un inventario axiológico que determine con qué valores contamos y, en un FODA nacional, identifique oportunidades, fortalezas y debilidades que permitan salir del estanco moral en el que nos encontramos.
Esta tarea es competencia de algunas instituciones claves como los ministerios rectores de la Educación y de la Cultura, que determine un claro liderazgo en función de los cambios que impone la crisis. Para ello es necesario pensar más allá de la coyuntura, situarnos por sobre el bien y el mal, dominar con una mirada de largo alcance y profundidad, el horizonte de un futuro mejor. Y en esa tentativa comprender que una estrategia no es una mera agenda de actividades, sino un deber ser, un ideal por alcanzar. La política pública de los Ministerios de Educación y de Cultura debe ser capaz de construir escenarios en donde las cosas sucedan. En los cuales, un modelo de gestión tenga la capacidad de hacer que nuevas cosas ocurran.
Habrá que aprovechar las propias competencias de estas instituciones rectoras del cambio educativo y cultural que propicie el génesis del nuevo ser nacional. El proceso educativo, permanente e ininterrumpido, ubica al Ministerio de Educación en una posición privilegiada inmejorable; de igual modo, el Ministerio de Cultura tiene la magnífica oportunidad, desde una mirada esencial de intelectuales y artistas, superar cierta discontinuidad cultural de eventos aislados, hechos al apuro con poco presupuesto y con resultados relativos. La educación para el año 2018 absorberá el 25% del presupuesto nacional, cifra récord que debería inspirar la asignación de recursos destinados también a la cultura. El sistema educativo con más de cinco millones de estudiantes y 160 mil docentes es una maquinaria, cuyo engranaje requiere de una lubricante inyección de caudales para no rechinar en su acción estratégica y cotidiana.
Mas allá de los linderos de la crisis sobre violencia en el sistema educativo e irrespeto a los derechos de los estudiantes, esa cartera de Estado comienza a generar noticias positivas: la necesidad de una declaratoria de emergencia de los sistemas administrativos y operativos de la educación que permita viabilizar la obtención de recursos urgentes. Dicha declaratoria, permitirá al Ministerio de Educación dinamizar el operativo puesto en marcha -Mas Unidos, Más Protegidos- tendiente a restituir derechos y sanar las heridas físicas y espirituales de las víctimas de las agresiones denunciadas. Así mismo, agilitará la restauración de la confianza en el sistema educativo nacional mediante la reevaluación de su talento humano y recursos técnico administrativos.
Es el momento de impulsar iniciativas como el Plan Nacional de Lectura José de La Cuadra, en el que se encuentran inmersos ambos ministerios de Educación y Cultura, así mismo, la Feria Internacional del Libro que tendrá lugar en el mes de noviembre, escenario donde resignificar dicho plan que debe contar con una fluida comunicación informativa. Protagonizar campañas de Lectura Yo Leo y Campaña Nacional de Alfabetización Monseñor Leonidas Proaño, impulsadas por el Ministerio de Educación, como los instrumentos estratégicos cuyos resultados históricos cosecharemos a mediano y largo plazo.
La educación y la cultura son las gestoras de una nueva pedagogía de la dignidad. Ese solo desafío restaura la esperanza de retomar la revolución que permita cambiar el ser nacional. Debemos hacerlo, más temprano que tarde. La historia nos juzgará.