Cuando decidí romper el velo de la rutina, me armé de expectativas por conocer nuevas tierras, vidas diferentes y otros cielos, por lo que acepté la invitación de recorrer las provincias fronterizas del sur: Loja y El Oro. Regresé colmada de entusiasmo por las excelentes reservas turísticas que tienen estos lugares.
Una vez en el aeropuerto de Catamayo, provincia de Loja, tuve la extraña sensación de que el avión había atravesado por un callejón estrecho escoltado por montañas; sensación que me anticipó que la geografía andina repleta de volcanes y nevados se cortó en este lugar y nuevos paisajes fascinarían mis ojos.
De hecho, a partir de este momento otra soberbia geográfica se presenta: me apresto a percibir la quieta presencia de bosques, cerros con curvas voluptuosas, colinas que descienden ondulantes hasta los bordes de las carreteras, espumosos ríos, valles, montañas, sonoras cascadas; en fin, un verde tras otro verde que en sus diferentes matices pintan un paisaje resplandeciente, bajo un cielo azul completamente despejado.
Para llegar a Loja, capital de la provincia, recorrí 650 Km, desde Quito, unas 9 horas en carro y 50 minutos en avión. La provincia tiene 16 cantones, de ellos 3 están en la zona andina y los 13 son de la cálida. A propósito de mi visita a Loja recordé una frase que siempre repiten los lojanos: “quien no conoce Loja no conoce mi país”.
Si me preguntan ¿qué es lo más hermoso de esta ciudad?, sin lugar a dudas, destacaría la hospitalidad y cordialidad de su gente. Recordemos que es un pueblo entregado al arte y la cultura, de aquí salieron mentes brillantes como las de Benjamín Carrión, Pablo Palacios, Ángel Felicísimo Rojas, Matilde Hidalgo, el grupo musical Pueblo Nuevo, Salvador Bustamante Celi, entre otros.
En el recorrido por la provincia pasamos por el parque Villonaco, una zona montañosa y ventosa, características que han servido para instalar “molinos de viento”; hoy en día llamados aerogeneradores, proyecto eólico, ubicado a 2.700 msnm para proveer de energía limpia y renovable a los habitantes de este sector.
Saraguro, “Tierra del Maíz”, es el nombre de un cantón y una etnia que habita en las provincias de Loja y Zamora Chinchipe. Pueblo que se caracteriza por llevar una vestimenta de color negro con blanco, incluido el sombrero. Todo este atuendo es confeccionado manualmente con lana pura de borrego. El color negro es utilizado para mantener el calor corporal ya que el lugar es bastante frío. Lo llamativo del atuendo de los hombres es el pantalón hasta la rodilla y el uso del cabello largo, hecho trenza, que en su cosmovisión significa fuerza y sabiduría.
Siempre admiré el traje de las indígenas: falda negra de pliegues, una faja para sostener la falda y una blusa bordada con vivos colores, un paño para cubrir la espalda asegurado con un prendedor de plata llamado tupo, collares de plata o mullos, tejidos con colores brillantes que lucen en sus pechos.
A decir de los historiadores esta etnia constituye la más interesante de América porque conservan la autenticidad de las comunidades incaicas. Cuando el Inca decidió conquistar estas tierras, trajo a esta región a una de las tribus más recias del altiplano: los mitimaes. La mayoría de los historiadores coinciden en afirmar que los Saraguros son mitimaes de la meseta Perú- Boliviana, centro del imperio del Tahuantinsuyo.
Luego de esta singular visita arribé al Parque Nacional Podocarpus, en este santuario verde tuve la extraña impresión de que el lugar se había vestido de fiesta para saludar mi llegada. Qué maravilla manifesté en silencio, al mirar este sitio que casi me deja sin aliento. Me conmuevo porque, ya, soy parte de este paisaje.
El nombre Podocarpus proviene de la presencia de romerillo o podocarpus, (arbustos verdes con muchas ramas). Podocarpus es el hábitat de más de 4.000 especies de plantas, 600 especies de aves y 200 especies de murciélagos. Uno de los lugares más relevantes son las Lagunas del Compadre, un complejo lacustre de 100 lagunas; además tenemos aquí cascadas, ríos cristalinos, cañones profundos; en fin, es una de las reservas naturales con mayor diversidad en el país. Cubre un área de 146. 280 hectáreas. Habita en el lugar el árbol nacional del Ecuador: sinchona o cascarilla cuya corteza era utilizada para curar la malario o paludismo.
Y al fin, ¡sueño cumplido! llegué a Vilcabamba, el “Valle de los Longevos”, ubicado a 30 minutos de la ciudad de Loja, sitio mundialmente reconocido por la longevidad de sus habitantes (muchos sobrepasan los 100 años) a causa de las aguas de sus ríos que están nutridas de magnesio y hierro, su clima benigno, dieta con poca grasa y el sosiego instalado, dicen sus gentes.
Hoy en día, llama la atención la gran cantidad de familias estadounidenses y europeas que se han asentado en el lugar; situación que la ha “modernizado” y la ha “contaminado” de formas de vida extrañas. En todo caso, su particular ambiente colonial con casas tan antiguas como sus gentes le dan a Vilcabamba un encanto especial: la siento tranquila y olorosa a una mezcla de jardines floridos.
Nuevamente estoy ante la presencia de una naturaleza abrumadora: estoy en el bosque de Puyango, situado en las provincias de Loja y El Oro, a 500 msnm, con un calor oprimente (sobre los 25 grados), el área comprende 2.658 hectáreas. Su importancia radica en ser un yacimiento de fósiles marinos y madera petrificada.
Puyango, es un remanente de bosque seco tropical en Ecuador. Según las investigaciones Puyango fue antiguamente un mar, éste se secó poblándose con bosques y animales, que luego de cientos de años debido a grandes cataclismos quedaron sepultados bajo tierra. Posteriormente, por los movimientos geológicos flotaron a la superficie constituyéndose en pruebas de un pasado remoto. Los fósiles encontrados más recientemente datan de unos 60 millones de años y los más antiguos llegan a los 500 millones.
Lo que me dejó perpleja son sus árboles petrinos, de dos metros de diámetro y 25 de altura, y la gran cantidad de troncos petrificados que tienen la consistencia de piedras. La guía Mirian Córdova nos da a conocer que en América existen tres tipos de estos bosques: en Arizona – Estados Unidos, Argentina y Ecuador.
En definitiva, Puyango es una Reserva Natural donde se puede admirar vida terrestre y marina convertidos en piedras, que conviven con la fauna y flora actual; así con más de 130 especies de aves y especies de flora endémicas. Prácticamente, el parque es un libro abierto para quienes buscan nuevos conocimientos en la naturaleza.
Ya en la provincia de El Oro, para un merecido descanso no hay nada mejor que hacerlo en el Hillary Resort, situado en el cantón Arenillas. Aquí el turista que gusta recibir todos los servicios y entretenimientos en el mismo sitio tiene una oportunidad perfecta.
Tuve la fortuna de llegar a la ciudad de Zaruma, Patrimonio Cultural del Ecuador, ubicada en una colina. Zaruma exhibe un Centro Histórico repleto de casas patrimoniales, de principios del siglo pasado, unas calles estrechas de formas caprichosas y empinadas, que le dan un toque muy especial. Las edificaciones fueron construidas en madera, bahareque y teja, en las que sobresalen hermosos balcones de madera.
La zona de Zaruma y sus alrededores, desde fechas inmemoriales fue considerada zona minera por la cantidad de oro y otros metales que subyacen en sus entrañas; acá han llegado cantidad de hombres de todas partes del país y del mundo en pos de este y otros minerales.
En esta provincia, una de las primeras minas que se explotó oro fue la llamada “El Sexmo”, en la época de la conquista española, 1536. Tuvimos la oportunidad de conocer y realmente me conmovió la existencia de estos lugares tan lúgubres, donde miles de compatriotas y extranjeros se jugaban la vida por alcanzar este metal. Empero, considero pertinente visitarla para conocer una huella de nuestra historia.
No pasaré por alto la gastronomía tan exquisita de estas provincias: degusté de la rica cecina, el repe, la fritada, el molloco, el tigrillo, las humitas y tamales, el sango, miel con quesillo, quesadillas, el café zarumeño y del cantón Quilanga en Loja, los bolones de maní, la papachina, el Canta Claro, el Mallorca y el Reposado.
En fin, la visita fue una jornada plena de vivencias, una especie de catarsis, que permitió hacer de esta experiencia un recuerdo irrepetible. Además, la oportunidad de transmitirles a ustedes mis impresiones y a su vez invitarles a conocer Ecuador.
Fotografías Eva Rocío Villacis