Un clásico tema musical de ese grande compositor e intérprete de la Nueva Canción chilena Víctor Jara, decía : Usté, no es ná, no es chicha ni limoná, se lo pasa manoseando, caramba samba, su dignidá. Y cantaba con ese tono y sabor del dialecto chileno que se traga ciertas silabas y la letra s del plural.
Ha pasado medio siglo de esa canción tan reveladora de ciertas costumbres políticas de entonces y que hoy se ponen de moda en el país del eclecticismo. ¡Vaya palabreja! Sí, el eclecticismo es una actitud de pensamiento y acción que recoge diversas teorías y conceptos y, como fanesca de semana santa, las expresa en la vida diaria. Esta disciplina surge en la Grecia antigua dos siglos A.C. y recogía ideas de Platón y Aristóteles con las que formaba un sol fanescón presocrático. Los romanos, tiempo después, fueron asiduos eclécticos, Cicerón fue su principal representante.
En la actualidad, los cicerones están a la orden del día. Guardando las proporciones históricas, los eclécticos de ayer, son los oportunistas de hoy que no distinguen entre la chicha o la limonada, a quienes lo mismo da la diestra que la siniestra. Son los que están pasando de agache, como dice el pueblo que sí se define.
En su «posmoderna» actitud de hoy, los eclécticos justifican la defección a sus principios argumentando que ya no hay diferencias entre explotados y explotadores, que es una cuestión semántica o románica de trasnochados teoricismos marxistas. Que la lucha de clases ahora es conciliación de clases, diálogo amparado en la física cuántica. En ese campo de lo no medible donde habitamos los seres humanos. Y como estamos hechos de polvo de estrella, no somos seres social ni políticamente responsables. Como cuánticamente ya no hay certezas sino posibilidades, la política se vuelve un albur. Entonces, como canta el tango Cambalache: Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador…¡Todo es igual! Todo cabe dentro de la actitud ecléctica frente a la vida. Da lo mismo.
Y así de ese modo los periodistas ya no toman partido, se valen del partido ajeno que sí toman. Y escriben sobre pajaritos, cuando deberían escribir sobre buitres. Los políticos hacen sus cálculos cuánticos hasta el infinitum y se valen de los periodistas para hacer política mediática. Y los medios justifican los fines y los principios son traicionados, total todo es igual. Vamos todos contentos con el alma en los labios y en los labios una sonrisa ecléctica, sin el menor rubor en la cara.
“Vivimos horas feas -dice Carol Murillo- y si se permite imponer los fines del debate público a un Gobierno y unos ‘seguidores’ que se inspiran en la más escabrosa tradición de cuidar el statu quo a costa de quedar bien con el infierno y el paraíso”. Claro, eso es precisamente lo que vivimos feamente, el eclecticismo de quedar bien con el infierno y el paraíso, sin ser chicha ni limoná.
En el país de los moralistas exprés, lo más inmoral es pasar de agache, practicar la ficción política, sin norte ni sur, como denuncia Murillo. Mientras tanto, el país se debate en la incerteza del eclecticismo, de no saber elegir, dónde todo vale y nada vale, donde todo puede suceder y no sucede.
Si de algo sirve volver a los principios, es para sincerar la política, de nombrar las cosas por su nombre y mojarse el poncho, de nombrar a la chicha, chicha y a la limoná, limoná. Que todo no es igual. Que no hay que manosear, caramba samba, la dignidad.