Quienes piensan que hablar de bloqueo o guerra fría contra Cuba es una metáfora de puro simbolismo, están equivocados. En primer lugar, porque en el Pentágono no habitan juglares, sino estrategas militares que responden las líneas directrices de políticos conservadores, racistas y enemigos de la isla como Donald Trump y algunos senadores republicanos. En segundo lugar, porque esos políticos no se muestran dispuestos a concebir un mundo diverso, sin hegemonías geopolíticas o intervenciones militares en defensa de lo que ellos entienden por democracia.
En un diálogo entre sordos, de códigos indescifrables, las relaciones bilaterales entre Cuba y los EE. UU, entran en un estado de observación, una terapia intensiva, diríamos, de no ser porque ahora ya no existen remedios paliativos para acabar con un bloqueo político económico y militar de medio siglo contra Cuba. Sino que amerita la urgencia de aplicar decisiones de fondo, cortar por lo sano y poner fin a un bloqueo que ha fracasado, porque Cuba sigue resistiendo y haciendo sentir su voz al mundo. Y también están ahí los Estados Unidos, con diez presidentes que fracasaron en el intentó de hacer claudicar a los cubanos en sus principios revolucionarios, a sangre y fuego, a costa de hambre y aislamiento, sin lograrlo.
No hay peor error que el que no enseña, ni se reconoce como lección, para superarlo. Donald Trump está pisando sobre las huellas dejadas por sus antecesores en el camino del enfrentamiento con Cuba. En lugar de intentar una convivencia pacífica, con elemental sentido de inteligencia política y de humanismo en las relaciones internacionales, Trump decide seguir el rastro de Nixon, Reagan o Bush, por mencionar a los más recalcitrantes mandatarios norteamericanos obsesionados con acabar con el proceso revolucionario en la isla. En lugar de reiterar el camino emprendido, con dificultades, por Barack Obama, de generar un nuevo estilo de relación con los cubanos, Trump instigado por senadores republicanos y cubanos exiliados en Miami, renueva la política del mal vecino.
¿A quién beneficia un retroceso de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos?
Esa es la pregunta que se hace hoy la diplomacia cubana. Frente a la inminente posibilidad de congelamiento de relaciones entre La Habana y Washington, hoy se esgrime como pretexto un supuesto ataque acústico contra funcionarios estadounidenses en Cuba, con afectaciones a la salud de algunos de ellos.
En los precisos momentos en que el 72º periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU se pronuncia por el fin del bloqueo contra Cuba, la retórica anticubana vuelve a estar de moda tras la llegada a la Casa Blanca de un Gobierno republicano. La renovada estrategia busca echar por tierra un proceso de acercamiento diplomático iniciado entre ambas naciones el 17 de diciembre de 2014, cuando el presidente Obama reconoció el “fracaso de la política de bloqueo hacia Cuba”.
El analista cubano, Jorge Legañoa Alonso, en una síntesis acerca de lo que ha significado el mejoramiento de relaciones cubano norteamericanas, señala: “el gobierno norteamericano sacó a la Isla de la espuria lista de países patrocinadores del terrorismo en la cual nunca debió haber estado pues no tenía el menor sustento; el 20 de julio de 2015 se restablecieron las relaciones diplomáticas tras más de cinco décadas de alejamiento; los presidentes Barack Obama y Raúl Castro conversaron telefónicamente, se reunieron en Panamá y Nueva York, y el mandatario estadounidense viajó a La Habana en marzo de 2016.”
El inventario de la política de buenos vecinos entre ambos países, destaca las “seis rondas de reuniones de la Comisión Bilateral; más de una veintena de acuerdos en materias diversas como el cumplimiento de la ley, protección de la flora y fauna, la delimitación de la zona oriental del golfo de México, el reinicio de los vuelos regulares, de los viajes de cruceros a Cuba, y la llegada del correo postal directo”. A esto hay que sumar el acuerdo migratorio integral que eliminó la política de los pies secos-pies mojados para tratamiento distinto a migrantes ilegales cubanos. Como corolario de esta nueva relación, son 284.937 estadounidenses que visitaron la isla desde el 2016 hasta mayo de este año.
En los últimos tres años, Cuba y los EE.UU, han demostrado que es posible y necesaria la convivencia pacífica; y en esa perspectiva, el anunciado cierre de embajadas estimulado por Trump es “un desatino” que contradice la política del buen vecino.
En este contexto de regresión de las relaciones bilaterales cubano estadounidense, se está utilizando un pretexto para profundizar la crisis diplomática. Un supuesto uso de armas sónicas cubanas habría causado daño, por agresiones acústicas, a la salud de ciudadanos norteamericanos en la isla. El “incidente” habría tenido lugar en el 2016 y, nuevamente, hace una semanas.
Si no fuera por la incidencia política de esta historia, pareciera un guión de ciencia ficción, pero no es así. El libreto está escrito -según análisis de Legañoa Alonso- por senadores republicanos y “un pequeño grupo de la ultraderecha y sus voceros, encabezados por el senador de origen cubano, Marco Rubio y los congresistas Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz-Balart”. Hace apenas unos días, cinco senadores, Tom Cotton, Richard Burr, John Cornyn, James Lankford y Marco Rubio, pedían al secretario de Estado Rex Tillerson “la expulsión de todos los diplomáticos cubanos en Washington y el cierre de la legación de ese país en Cuba”, en represalia al ataque de los funcionarios gringos en la isla.
Lo cierto es que, hasta el momento, no existen evidencias encontradas que confirmen las causas y el origen de las alegadas afecciones de salud de diplomáticos de EE. UU y sus familiares; por tanto, la intención de los cinco senadores no tiene asidero en la realidad. Expertos estadounidenses niegan esa posibilidad, como Joseph Pompei exinvestigador del MIT y experto en sicoacústica, quien señala que “daño cerebral y conmociones, no es posible. (…) Alguien habría tenido que sumergir la cabeza en una piscina repleta de poderosos transductores ultrasónicos”.
El alemán Juergen Altmann, experto en armas acústicas y físico de la Universidad Técnica Dortmund, de Alemania, confirmó: No conozco ningún efecto o dispositivo acústico que pueda producir una lesión cerebral traumática o síntomas similares a una conmoción. En tanto, un experto cubano reconoció que, “en la nación antillana no existe el equipamiento o la tecnología que pueda ser utilizada con fines similares a los descritos como ataques acústicos”.
En definitiva, todo parece indicar que el supuesto ataque sónico cubano contra funcionarios norteamericanos en la isla no tiene sustento científico, sino político. A tal punto que, el propio portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert reconoce: “la realidad es que no sabe qué o quién ha causado el incidente”. Por tanto, la investigación continúa abierta en los Estados Unidos y Cuba, dos países instigados por intereses republicanos y de cubanos en el exilio, a sostener la política del mal vecino.