Con facha de estudiante aplicada, rigurosa, escribe como piensa y piensa mucho antes de escribir. Sandra Araya, escritora que pisa con pie firme en el -muchas veces movedizo- terreno de la literatura. Autora de la obra Orange (2014) y La familia del Dr. Lehman (2015), ganadora del Premio La Linares de novela breve y de la Bienal de Cuento Pablo Palacio (2010).
Hoy publica bajo la égida de Casa Éguëz, El Lobo. Una obra, cuyos textos -según la nota editorial- “se solazan en la sensación del miedo, no solo como un estado de crispación y angustia, sino más bien como un vértigo envolvente, cuyo peligro radica en dejarse seducir por la posibilidad de un exabrupto”.
Sandra Araya empezó escribiendo poemas a los trece años, y confiesa que eran “cosas que, en realidad, no valdría la pena leer, los guardo por un asunto sentimental. Escribía más por una cuestión de desahogo”
De lo que oprime a todos los adolescentes. La adolescencia es una edad bastante molesta, fea.
Esa adolescencia no cambia con el tiempo, siempre hay la constante de esa angustia
Uno va asimilando una manera de enfrentar esas mismas angustias que, de un día para otro, te acometen; creo que se hacen una constante y dejan de ser una sorpresa.
Hay cierta literatura que es un alarido patológico, dice Sartre ¿Pasaste por esa etapa?
No, tampoco así. Lo mío eran cuestiones de expresiones adolescentes, no era literatura en serio.
¿Qué leías en esa época?
Leo desde los ocho años de una manera constante, muy fuerte. No leía libros de aventura, leía cosas un poco más fuertes. Yo leí a Shakespeare a los 10 años, me gustaba el ambiente trágico, las comedias nunca me han gustado mucho. Leía todo lo que me caía en las manos. Leía más poesía de lo que leo ahora.
¿Te interesó la literatura latinoamericana?
Si, obviamente, si creo que hay una literatura que uno tiene que dejar ir con el paso de los años, sin perderle es respeto, pero dejarla ir. En esa época conocí a José Donoso, pero no lo valoré como lo valoro ahora que me parece un autor excepcional, el autor más olvidado del boom y es el mayor de todos. Cortázar me gustaba mucho, leí Rayuela e hice mi tesis de literatura con ese libro. Cortázar debes mirarlo con más objetividad y no de una manera tan apasionada.
¿Y los ecuatorianos?
Con la literatura ecuatoriana siempre tuve mis prejuicios, porque en la escuela te enseñan demasiado indigenismo y hacen un flaquísimo favor al enseñar con base en Huasipungo, que es la peor obra de Jorge Icaza. Los cuentos son mucho mejores y sus novelas póstumas. He seguido de cerca la carrera de Javier Vásconez y otros autores que he leído esporádicamente. Me impresionó la novela El Desterrado, de Fernando Valencia. Leí Pájara la Memoria, de Iván Éguëz, cuando tenía 16 años y me alucinó por su nivel de experimentación.
Y los movimientos literarios cono los Tzántzicos, ¿te interesarán?
No, porque los movimientos van muy unidos a la política y ésta ensucia mucho el trabajo artístico porque si se manifiesta de manera explícita, ésta queda en un panfleto, no en una obra.
Pero eso un tema estético, no político…
Si haces una obra pensando desde el punto de vista político y no desde lo estético, ya deja de ser una obra.
¿Cuál es la función del arte, cuál es su responsabilidad, si es que la tiene?
Esa es la gracia, no la debe tener, y eso de responsabilidad artística o social, me parece que está totalmente reñido con la creación.
¿Cómo justificar al artista?
Creo que se justifica a través de su obra, no como persona. Como personas, hay artistas que han sido pésimos seres humanos, Picasso no trataba bien a sus mujeres, pero su obra tiene muestras interesantísimas de una época y de una atmósfera.
La Nausea nada vale frente a un niño que muere de hambre ¿Qué te parece esta expresión de Sartre?
Está hablando su lado político, no desde su obra.
¿Cuándo comienzas a escribir en serio?
Entré a la carrera de literatura en la Universidad Católica con la idea de ser periodista, pero en realidad el oficio de periodista nunca me gustó, ni me convenció tampoco. Me interesó hacer algo que me diera de comer, porque decían que de la literatura te vas a morir de hambre, pero resulta que me tocó escoger la carrera y opté por literatura.
¿Cuándo escribes profesionalmente?
No sé si lo de profesional va con la literatura. Escribí “profesionalmente” cuando hice el cuento Detrás de una puerta, que ganó la Bienal Pablo Palacio en el 2010, y no se publicó, pero me di cuenta de que mi escritura no era tan mala.
¿Cuándo un escritor debe llamarse como tal?
Yo no sabría decírtelo, porque como estoy dentro del asunto sería una mirada muy poco objetiva. Se publica mucha tontería, se publican novelas que están bien escritas, pero que no tienen nada que decir, se publican borborigmos que dice que son poesía, se publica mucha mala leche bajo el tema de ensayo; entonces, decir qué es un escritor, creo que es complicado. Uno mismo se pone la etiqueta y está en tí si te la crees o no.
¿Cuándo ganaste el Premio La Linares, entonces te convertiste en escritora?
No, no creo. Yo ya había publicado una novela que tuvo una recepción bastaje buena, que tiene muchísimas imperfecciones. No creo que haya empezado a escribir “profesionalmente” con la Familia del doctor Lehman. Tampoco puedo llamarme una escritora profesional.
Existencialmente, ¿en qué momento sientes que tienes un rol que cumplir escribiendo?
Más que un rol que cumplir, es una necesidad, cuando realmente siento que estoy comprometida con el proyecto que estoy llevando a cabo. Cuando le estoy haciendo correcciones, cuando no me gusta una frase, cuando suprimo y yo misma funjo de editora de mis obras, ahí siento que me lo estoy tomando en serio como oficio, cuando lo estoy haciendo, no cuando está publicado, sino en el proceso y cuando lo leo después y me encuentro en el rol de lectora y digo: ah, tomaste la decisión correcta. Yo quiero escribir cosas que a mí me gustaría leer en calidad de lectora.
¿Cómo compatibilizar ese perfeccionismo formal con tu proceso vital, con tu angustia o alegría para escribir?
Tiene que ver con las ganas de no quedarme con las ganas. Es decir, saber que lo pude haber hecho mejor y no lo hice. La negligencia para mí es algo muy feo, es algo poco ético como una forma de vida. Me tomo bastaste en serio el oficio, cuando lo estoy llevado a cabo y trato de hacerlo en todas las cosas.
¿Dónde está tu pasión, la pasión sería tu perfección?
La pasión podría ser la perfección, la búsqueda de la mayor satisfacción posible al momento de plasmar en la obra lo que tu viste. Cuando tengo una obra en la cabeza quiero que cuando el lector la lea, sienta exactamente lo que yo sentí cuando estuve presenciando esa escena. La protagonista de La familia del Dr. Lehman, está acosada por voces, mi pretención era que lector sintiera estas voces en medio de la nada aplastado por el sol.
Hasta ahí suena organoléptico, pero no emotivo…
Bueno, esa es percepción tuya.
¿Hay emotividad en lo que escribes?
Si claro que la hay, no creo en las musas, ni en la inspiración, hay un trabajo de por medio.
¿Cómo eliges los temas?
No los elijo, surgen a raíz de las preocupaciones que una tiene con respecto a la vida, cuestiones que te llaman la atención la inmovilidad, la rutina, la familia que es un tema sobre el cual siempre estoy preguntándome.
¿Qué te preocupa de la familia?
Siempre me ha preocupado las dinámicas en distintas familias, reconocerte o no, como miembro de una familia porque no hay cercanía de pensamiento. La familia es el primer entorno en el cual uno tiene contacto con otros congéneres.
¿Has tenido sentido de pertenencia familiar o te sientes personalmente sola, esa es una virtud?
Yo no creo que sea una virtud, ni un defecto. Depende de los días y depende de lo que consideres familia. Prefiero hablar de familia que hablar de comunidad, de patria o de país, esos son temas totalmente ajenos para mí.
¿En el libro El Lobo, cuál es la unidad temática de los relatos?
Tienen en común esos textos esta visión un poco extraña de la infancia donde la felicidad está conjugada con la extrañeza y los momentos que pueden ser pavorosos, cuando los analizas a cierta distancia. Yo creo que el mundo de los niños es bastante aterrador, cuando lo vemos con los prejuicios de los adultos. En este libro traté de buscar sensaciones que a mí me pasaban cuando era niña, percepciones mías, tratando de ser lo más fiel posible a ese personaje que es una niña.
¿Qué opinas de los concursos, sirven para algo?
Me parece que algunos pueden están amarrados, pero si se manejan limpiamente, me parece que sí pueden ser un espaldarazo bastante bueno para ganar algo económicamente y algo de confianza.
¿Qué rol le confieres a la crítica?
La crítica en Ecuador no existe, nace más de cuestiones personales que de la crítica, y eso es algo que deberíamos dejar de lado. Hay buenas personas y hay malas personas y puedes escribir bien o mal. Creo que en nuestro medio la crítica no es bien recibida.
¿La crítica debe acercar la obra al público, o que?
Comentar el libro como comentas en una reunión social una película, o un libro, dar tu punto de vista de la obra, más allá de que si la persona que escribe te desagrada o no. Es una valoración estética, pero es subjetiva.
¿Cómo ves la literatura ecuatoriana?
De qué hablamos cuando decimos literatura ecuatoriana, de autores nacidos aquí y que están habitando aquí, o de temas nacionales. Regionalizar la literatura no es algo que me guste mucho. Hay gente que está viviendo aquí y está escribiendo cosas muy interesantes, sobre todo diversas, ya no hay una homogeneidad para nada, hay diversidad lo cual me parece interesante porque estamos enunciado diversas cuestiones. Valorizar por temas no me parece lo correcto. Si ese tema está bien escrito y el personaje es consistente, ahí me parece que esa obra es muy válida para dar una visión desde varios puntos de vista de una sociedad en la que todos los días ya no podemos reconocernos en ella, porque es muy diversa.
La non fiction vino a cambiar el sentido a la ficción. ¿Cómo es la relación entre la ficción y la realidad?
Creo que parte de esta nueva sociedad en la cual nos estamos sumergiendo, es precisamente tratar de entender una dicotomía que nunca tuvimos clara. Dónde llegaba la ficción y dónde empezaba la realidad, entonces creo que ahora se está jugando, por lo menos, conscientemente con eso. Antes se lo hacía inconscientemente y se pecaba de mentiroso. Ahorita el juego es consciente, y me parece válido, porque estás jugando con la dicotomía y la problematizas desde el momento en que empiezas a jugar con ella.
Fotografías Leonardo Paarrini