Por Orlando Pérez
Una de las condiciones del pensamiento básico es reproducir lugares comunes, clichés, estereotipos o estigmas que luego constituyen el modo de entender la realidad, un acontecimiento y/o el drama de una persona o una familia.
En los últimos años, desde un afán estrictamente político, se usó la palabra pasquín indiscriminada e irreflexivamente. Con ello, al parecer, se buscaba anular o bloquear cualquier respeto y consideración con un diario, medio de comunicación o simple “panfleto” con el que no coincidían los adversarios.
Incluso, aquellos periodistas llamados independientes (¿independientes de qué?) usaron la palabra para deslegitimar a su competencia. ¿Estudiaron ellos en las universidades donde la semiótica, la semántica, la gramática o la simple ortografía les obligaba a ir al origen de las palabras y su uso más adecuado para expresar de mejor manera un pensamiento, un insulto o un agravio? Parece que no.
Así como los copos de nieve o las bolas de granizo se disuelven, ahora parecería que los pasquines, en la boca y en la pluma de los políticos de pensamiento básico desaparecieron. Ya no hay pasquines en Ecuador. ¡Qué bueno! ¿Qué bueno?
Si solo nos atuviéramos al origen de la palabra (Préstamo, del italiano anticuado pasquino -actual pasquinata-, derivado de Pasquino, nombre de una estatua de gladiador en Roma, en la cual solían fijarse escritos denigratorios o sátiras.), pues el uso dado, perversamente en muchos casos, no tiene mucho sentido. Pero si vamos un poco más allá, desde el significado, mucho peor: “Escrito anónimo de contenido satírico o crítico que se coloca en un lugar público”.
Sin embargo, a la luz de la coyuntura o nueva etapa política, los pasquines – a los que aludían los periodistas y los políticos- se hicieron “humo”. Ya no hay y por lo tanto la tinta y la saliva se quedaron en los tinteros y en la boca de aquellos que se ensañaron porque tenían, no solo el pensamiento básico, que ya es mucho decir, sino esa arma para fastidiar. Aquellos “académicos” de la comunicación que rondaban frecuentemente los medios para denostar contra las normativas y la prensa pública ya no son invitados, se han quedado colgados y, con mucha pena, sus teorías perdieron vigencia.
Por lo mismo, para perseverar en cierta pedagogía, bien vale la pena considerar estos asuntos en el debate público de modo que esos supuestos analistas tengan mejores herramientas de análisis, así como toda esa “fauna” de especialistas en todo y nada bien puede revisar todo lo escrito y publicado alrededor de los pasquines nacionales durante los últimos años para saber cuánto pesaron en la conciencia de mucha gente, pero sobre todo en la memoria política.