En Ecuador, la politica ha dejado de ser de ideales para convertirse en una política de programas. La derecha, -en caso ecuatoriano-, tiene la capacidad de ejercer el pragmatismo político, sin abandonar un ápice sus principios. Esa derecha representada en el país por actores agrupados en las cámaras empresariales, bancos, academias privadas, y organismos de representatividad popular como GADs y otros, muestra la voluntad de participar en la readecuación de fuerzas políticas que este momento vive el país, tomando claramente la iniciativa e imponiendo la agenda del diálogo.
La derecha política, cuando se ve derrotada en el terreno electoral, no desespera, se repliega y empieza a desestabilizar a su enemigo instalado en el gobierno, con todo su poder económico. Dramáticos son los casos históricos de Chile, en los años setenta; Argentina, Venezuela y Ecuador, en la actualidad. La derecha política se reorganiza y toma la iniciativa de recuperar el poder, bajo la modalidad de “restauración conservadora”, “golpe blando”, o coexistencia dialogal con su enemigo de clase, como pretende en Ecuador. Y esos representantes de la oligarquía económica, banqueros, empresarios, etc., adoptan las acciones necesarias para emprender el asalto y recuperar el poder. ¿Cómo entender que Lenin Moreno se siente en una misma mesa a escuchar las lisonjas de los banqueros? Por dos motivos aparentes: la audacia de los banqueros y la debilidad del gobierno que lo propicia en busca de apoyo económico.
En Ecuador, la politica ha dejado de ser una política de ideales para convertirse en una política de programas. Esta es una hipótesis válida para nuestro país, porque toma en cuenta el interés de la gente por la politica cuando ésta afecta a sus intereses concretos y cotidianos. Sugerir el levantamiento del subsidio a los combustibles, supone el más brutal paquetazo económico con una inflación desatada y “justificada”, como en años anteriores, por la eventual alza de la gasolina. Pedir que se levanten los impuestos a los más ricos y reducir los ingresos fiscales que se podrían destinar a obra social, es una “masacre social” programada desde el escritorio de un potentado. Así de simple. Solicitar la derogación de la ley de la plusvalía al patrimonio inmobiliario de los más acaudalados significa dejar chipe libre para la especulación con los costos de la propiedad de la vivienda. Pensar en quitar los aranceles a los productos importados para ponerlos a competir desigualmente con la producción nacional hasta hacerla añicos, es un crimen económico. Todas estas “promesas”, que se pueden hacer realidad en septiembre, afectan al pueblo y lo hacen interesarse por la politica, no es la corrupción la que preocupa al pueblo, no es el hecho de quién empuja la silla a quién, no interesa la tertulia intelectual a los pobres del mundo, le importa el pan de cada día, su techo sin goteras, los cuadernos necesarios para mandar a sus hijos a la escuela, es decir, le interesa la vida real y no virtual de la política maquinada desde las esferas del poder mediático.
¿Qué hace que la gente llana se interese por la política y responda con acciones de tal o cual naturaleza? Lo permite la participación ciudadana en democracia representativa, pero lo que permite la movilización popular real y efectiva ante el poder, es la afectación a los intereses concretos. Cuando la politica golpea el bolsillo, el pobre golpea la mesa. Como dice la canción de Silvio Rodríguez: lo más terrible se aprende en seguida. Basta que un gobierno comience aplicar medidas antipopulares que afecten la economía ciudadana, los intereses de los sectores medios y bajos, y esos mismos sectores comenzarán a oponerse, luego opinar y finalmente a protestar en las calles con movilizaciones masivas, como las que derrocaron a Bucaram o Mahuad, en Quito, décadas pasadas.
Por eso la derecha ya no discute principios -solo lo hace en campaña electoral hablando de libertad y democracia, etc. Ya en la lucha real por recuperar el poder, se vuelve más pragmática que siempre y habla de medidas específicas y tangibles, expresadas en programas coyunturales. La derecha se vuelve táctica, sin descuidar la estrategia. Ejemplo de ello es la campaña que iniciaron sectores conservadores del país por una consulta popular. Referendo que, supuestamente, ganarían dando paso a reformas de fondo del sistema político ecuatoriano. De ese modo, pretende resolver a su favor la readecuación de fuerzas políticas que se da en estos instantes en el país. Eso ocurre cuando la derecha trata de vincular el Estado a sus intereses. Las fuerzas sociales que están movilizándose; empresarios, movimientos sociales, políticos, partidos, tratan de que el aparato estatal ahora funcione a su servicio. Pescar a río revuelto con el propósito inconfesable de coquetear con el Estado para que éste redefina sus políticas públicas, en función de sus intereses de clase. En esta intentona, se ve que va ganando el sector privado, el espíritu de los representantes de las cámaras y bancos privados que dijeron en la cara al presidente Moreno que no votaron por él, pero que ahora están complacidos con su presencia en Carondelet.
Bien hace en reflexionar Juan Paz y Miño, al preguntarse ante el llamado a consulta popular que amenazó hacer Moreno: “¿Quién ha posicionado las ideas fundamentales?” Y se responde: la derecha. Una consulta, cuya pregunta está diseñada a imagen y semejanza de los intereses de los sectores de la oligarquía económica del país: consultar qué camino económico debemos seguir para reforzar la actividad privada; consultar cómo desbaratar el estado correísta, consultar cómo poner fin a los candados legales que encadenan el libre albedrio económico para implantar un ejercicio de mercado sin regulaciones. Es tan transparente el programa -y principios puestos en práctica- por la derecha, que hasta el momento lleva la total iniciativa política de hacer una consulta popular en esos términos. Y en esto embarcó al gobierno, porque el presidente Moreno ha dicho que no le temblará la mano para hacer dicha consulta al pueblo.
Mientras tanto, en la izquierda y sus matices, nadie propone en que términos hacer la consulta. Alianza País demuestra ir perdiendo iniciativa política y, en la práctica, impedir la consulta. Si la idea del referendo crece como espuma, el pueblo debería responder en esa consulta popular: quiere o no que el Estado mantenga regulada la actividad económica privada, a fin de impedir medidas que afecten el bolsillo de los pobres. Consultar si se está de acuerdo, o no, con mantener e incrementar impuestos a los más ricos para obtener recursos destinados a la obra social en salud, educación, vivienda, cultura, etc. Consultar, claramente, si se está permitido al sector empresarial aplicar la flexibilizacion laboral, que tantos damnificados sociales dejó en años pasados y, consecuentemente, consultar qué otros derechos ciudadanos debe impulsar el Estado para combatir la pobreza, la inequidad económica y lograr una más justa redistribución de la riqueza.
El cuento de pedir peras al olmo se ha puesto de moda. Que no se alteren nuestros queridos lectores, la realidad más “cuerda” se transforma a partir del sueño más loco. Pedir hoy lo imposible es apenas una forma de intentar lo viable. Si tomamos en serio el diálogo nacional -al que no hemos sido invitados, por cierto-, debemos generar espacios para preguntarnos qué país estamos perdiendo y qué país nos están tratando de imponer. He ahí nuestra consulta popular de hoy.