Por sus obras los conoceréis dice una sentencia bíblica y otra popular responde: dime con quien andas y te diré quién eres. Entre dimes y diretes han transcurrido cien días del gobierno de Lenin Moreno y ni bíblicos ni populares imaginaron lo que podía pasar, pese a que el licenciado presidente el mismo día 24 de mayo libró su propia batalla independentista contra su conciencia y dijo: mi partido es el Ecuador. Ese primer gesto de desconocimiento público de su militancia y de independencia frente a Alianza País, no debió sorprender a nadie. El licenciado había afirmado hace un tiempo que “la revolución ciudadana no había cambiado el ser nacional”, lo dijo en referencia a la fracasada gestión cultural del gobierno anterior del que él formo parte. No hizo falta ser muy ducho -entre los que estábamos esa mañana de la transmisión del mando presidencial en la Asamblea Nacional-, para adivinar lo que sentía Rafael Correa, demacrado y afectado físicamente por la situación, al punto que del recinto parlamentario salió a internarse en el hospital del IESS.
Así comenzaron los cien días de Lenin y siguieron con señales ineludibles de que el presidente buscó el diálogo con los antiguos opositores al gobierno que él representó. Ya en la práctica, el mandatario se reunió con representantes del bucaramismo y entregó empresas energéticas públicas al manejo de sus coidearios. Luego se reunió en Guayaquil con Jaime Nebot y, concluidos los abrazos y sonrisas protocolarias, escuchó la petición del edil de derogar la ley de plusvalía que afecta -según dijo el alcalde guayaquileño- a los dueños y corredores del patrimonio inmobiliario. Por esos mismos días, en un gesto surrealista, el banquero Lasso ofreció a Lenin un documento que contiene el plan económico de la banca privada para que el nuevo presidente haga uso de él y gobierne conforme sus designios.
En lo político, simultáneamente, Lenin inició una campaña contra la corrupción y bajo ese propósito pidió al vicepresidente Jorge Glas -señalado en vinculación con hechos corruptos-, que no se defienda en los medios de comunicación y, mejor, se dedique a trabajar para lo que fue elegido. Pero, a renglón seguido, le retiró las funciones que le había asignado a su vicepresidente dejándolo sin protección, ni uso del avión presidencial.
Mientras esto ocurría en Carondelet, en las redes sociales ardía Troya con un encendido intercambio de tuits entre Correa y Moreno: mediocre le dijo el uno, mafioso le respondió el otro. Así, el país fue testigo de la pelea interna del movimiento oficialista que tomaba ribetes de escándalo mediático. Pero, como dice el eslogan transformado por el pueblo: lo peor está por venir.
En el discurso y, luego, en las sesiones de diálogo, hay momentos memorables como el de aquella mañana en la que Lenin recibió en pleno a la banca y escuchó decir a Antonio Acosta, que forma parte de los miles de ecuatorianos que no votaron por Lenin, pero que ahora está muy contento con su gestión. El presidente lo interrumpe para decir que mejor que no haya votado por él, porque ahora odia un poco a quienes lo hicieron. Comenzaba a cristalizarse con toda transparencia el consenso entre el gobierno y la derecha económica representado por los miembros de la banca.
Consenso obtenido algunos días despues del 24 de mayo, en que se proyectaron las matrices de lo que sería el nuevo gobierno, y pudimos prever un escenario nada halagüeño para la unidad del movimiento del que Lenin es su presidente. Esa posición de Moreno no debió sorprender respecto al rol que juega en Carondelet.
Y lo que estaba por venir, vino. El nuevo gobierno da giros en materia política y trata de diferenciarse del gobierno de Rafael Correa, gesto de autoafirmación que es legítimo. No obstante, sí sorprende con quien se alió. Lo hizo con quienes utilizan políticamente el tema de la corrupción y tratan de convencer al país de que antes había un sistema armado para los corruptos y que la Constitución del 2008 creó ese sistema y apuntaló la corrupción. La concordancia se produce con quienes sostienen la idea de que todo progresismo y gobierno de izquierda, que hace planteamientos de cambio social que afecta sus intereses, corresponde a una política errada y genera corrupción. Se puso de acuerdo con aquellos que dicen que toda obra del gobierno anterior está mal hecha, incluidas las Escuelas del Milenio, reconocidas internacinalmente como soluciones educativas de nuevo tipo.
Si bien el deterioro del movimiento Alianza PAIS puede afectar la gobernabilidad, también es cierto de que nadie está dispuesto a patear el tablero y, contrariamente, estudian cada movimiento del ajedrez político. El presidente necesita de votos en la Asamblea Nacional para llevar adelante sus reformas, por tanto, tampoco debería estar dispuesto a la ruptura del bloque parlamentario. Si embargo, Lenin ha amenazado con realizar una consulta popular para “dirimir” el conflicto político. En los cien días se profundiza la desinstitucionalización del país. No hay institución en la cual confiar, -por ejemplo las cortes-, circunstancia congruente con la judicialización de la política, es decir, por consenso político juzgo y condeno al otro, sin pruebas y sin el debido proceso judicial.
En lo económico durante estos cien días se observa menos conflictos, pese a que aun el gobierno no gobierna en materia económica, pero si hay signos de lo que está por venir. Para analistas como Juan Paz Y Miño los anuncios hechos, “desde la perspectiva del análisis objetivo, no son muy halagüeños”. El gobierno, justo en el momento de cumplir cien días, ha llegado a un consenso con empresarios y se anuncia la revisión de aranceles para permitir mayor apertura en las importaciones, se revisará impuesto a la renta anticipado y el impuesto a la salida de divisas, y el sistema de contratos de trabajo. Todas esas medidas “dan una visión del neoliberalismo contemporáneo”, y son salidas que revierten la desconcentración de la riqueza, afectando a un principio clave de la revolución ciudadana. Sin embargo, hay cambios que no se preveían: informes internacionales dan cuenta de que hasta el 2014 Ecuador tuvo estabilidad, desarrollo económico, progreso social, redistribución de la riqueza, pero todo cambia desde el 2001. Hoy existe un proceso de recuperación, y la CEPAL en su último informe de América Latina, reconoce que Ecuador crecerá menos del 1%, pero ha comenzado el despegue, según sostiene Paz y Miño.
Si bien es cierto, este es “otro gobierno” y éste se autoafirma en lo político con su propio estilo, no es menos cierto de que en lo económico pide prestado a la bancocracia sus lógicas, su política y sus intereses, en definitiva. Ecuador en estos cien días está viviendo una reconfiguración de las fuerza sociales, y eso ocurre cada vez que el frío e impersonal mundo del capital, ve afectado sus intereses por políticas redistributivas como las aplicadas por el gobierno anterior.
El gobierno actual inicia sus segundos cien días con varias interrogantes, más allá de la lista de peticiones y acuerdos entre los dialogantes. Frente a la iliquidez que afecta al país ¿de dónde el gobierno sacará la plata, acudirá a nuevo endeudamiento, ahora frente a los prestamistas de siempre? Estos cien días concluyen con algunas encrucijadas; o se redistribuye la riqueza, aplicando las fórmulas del gobierno anterior: mantener los impuestos al patrimonio y a la herencia de los más ricos, aumentar la inversión estatal en obra social, etc.
Caso contrario, el gobierno oye los cantos de sirena de la derecha económica en el sentido de quitar aranceles a las importaciones de productos, abrirnos al capital extranjero, liberar los mercados y buscar tratados comerciales con EE. UU. O adoptar la “flexibilidad laboral”, que es otro punto que requieren los empresarios para operar con menos gastos fijos, lo cual ha sido probado que es ineficaz.
Los expertos evalúan estos cien días señalando que la liberación de aranceles deberá ser para materias primas y capitales destinados a la industria nacional y su crecimiento. Estudios académicos demuestran que las políticas aperturistas indiscriminadas, agravan los problemas sociales. Los temas económicos bajo anuncios neoliberales, golpean a las clases desposeídas y son una “masacre social”, porque agudizan la pobreza al concentrar la riqueza. Han sido cien días que estremecieron al Ecuador. Al cabo de este tiempo el gobierno enfrenta una disyuntiva de fondo: o derroto al capitalismo o me uno a él. Lenin tiene una opción: es él, el mismo, o es la misma derecha se siempre.