Por Antonio Correa Losada
Como estudiantes que se cuadran para una fotografía, salen por la estrecha puerta de vidrio que el jefe de meseros trata de mantener abierta. Alguien tropieza y en una suerte de baraja de naipes el grupo desciende y se inclina sin caer del todo. Nueve hombres pasan un puente en el extraño oficio de perderse.
Durante años han armado sus sueños con letras y palabras. Son hombres de mirada de izquierda. Los une la amistad por las causas perdidas. Al medio día se encuentran para almorzar y se llaman así mismos “kavierníkolas*, los que se reúnen cada viernes.
Todos llegan sin nadie. El alto gordo y esmirriado que conserva una sonrisa de pájaro. El elegante de melena canosa. El que tiene la imagen de un búho taciturno y dice cosas en susurro. El que peina sus cabellos ralos y bigote blanco como un alcalde. El que mira con perspicacia desde su laguna verde o azul. El que con la pinta de un cantante llena la mesa con humor. El que lleva una trenza y levanta su celular en una luz roja de bengala. El que permanece apacible con su rostro de cuervo en la mesa reservada de La Petite Mariscal.
Poetas, escritores, en el atardecer de la ciudad parecen repetir las fábulas de Esopo. Levantan vasos de cerveza negra, copas de vino rojo y muestran los dientes modelados en porcelana. El tórax expandido por la edad. Alguien lleva su ego sin pudor, como la adolescente en el verano que levanta su falda en la habitación donde solo ronronea un ventilador de aspa.
Libros cerrados giran se descuadernan y despedazan en hojas sueltas contra el viento. La risa. La carcajada abierta. Hablan y la ironía centellea en un cubo de agua, de donde salen serpentinas que caen y reducen en moneda deleznable en lo que se ha convertido la política. Con apetito comen los platos de la cocina del país: locros de la Sierra, mariscos de Manabí, seco de chivo de Guayaquil. Al centro una rica ensalada de palabras servida en una amplia bandeja de colores.
Bajan por las escasas gradas del restaurante a la calle y como si los recibiera un reflector quedan expuestos al derroche de luz que atraviesa los Andes en verano.
Un grupo voluble que juega a tejer frases con pedazos de arcilla y de metal. Los escritores, los poetas, el pintor, los periodistas, y el ministro, los editores, el que ofrece terapias entran a la imprenta para revisar por segunda vez un dossier inacabado. Cada viernes las fotos de la reunión circulan en las redes sociales para envidia de todos.
*Los Kavierníkolas, grupo de escritores ecuatorianos que se reúnen cada viernes para almorzar en un restaurante de la Plaza Foch de Quito. Siempre atendidos por el jefe de meseros, Alejandro Rocha. Desde el 2016 lo conforman: Abdón Ubidia, Raúl Pérez Torres, Iván Égüez, Antonio Correa Losada, Edgar Allan García, Luis Zúñiga, Pavel Égüez, Ramiro Arias, Leonardo Parrini, Javier Eduardo Villacís. Tres de ellos vienen de Colombia (A. Correa), Uruguay (K. Lucas), Chile (L. Parrini). (Nota del Editor)