La tradición circense tiene mucho de aventura. Cuando hablamos de espectáculos rodantes enseguida viene a la mente el titiritero, de Serrat que, de feria en feria, siempre risueño, canta sus sueños y sus miserias. Pero las miserias parecían terminar para los artistas durante el gobierno anterior que, pese a la deuda cultural aún pendiente, estimuló de alguna forma la creación y la difusión de artistas individuales y colectivos, a través del sistema de fondos concursables.
Hoy, cuando la vigencia de las políticas culturales en el país sigue siendo una incógnita y el gobierno muestra otras prioridades, la suerte de los artistas populares es tan precaria como la paloma que sale de un sombrero de mago. Colectivos como Arte Social se las baten en bares, cafeconciertos y encuentros grupales de pequeños auditorios para mostrar su propuesta de un arte ahora, irónico del poder, sarcástico de la política y con cierto tufillo de desencanto.
En La Estación, la cafetería de CIESPAL, conversamos con Eli Benson, actor independiente que, frente a una taza de café echa a rodar por la mesa sus miradas sobre el arte de las tablas. Benson pertenece al colectivo Arte Social, un grupo de artistas independientes, multidisciplinario en las especialidades de teatro, circo y música que se une en función de proyectos específicos. Un concurso del Ministerio de Cultura que reconoció su proyecto El Circo por los Derechos, le permitió abrir puertas para recorrer el país con un circo, sin maltrato animal y preocupado por los derechos sociales, cuando aún las políticas públicas no hablaban del tema. Se integraron luego a la campaña Sonríe Ecuador, en el tiempo en que la Vicepresidencia de la República creyó en los proyectos artísticos como medio de concientización política.
-Fue una época muy interesante, hicimos caravanas por todo el país hablando de la alegría, empoderados de los derechos ciudadanos. Lastimosamente, eso se trocó por el Circo Social, en ese tiempo estaba de asesor Andrés Michelena y se le ocurrió, con Lenin Moreno, que había que hacer un circo social tipo Circo Soleil, ahí hubo una dicotomía, un problema bien serio al confundir el trabajo social con un espectáculo profesional. Es decir, no se puede a los niños, a la gente de la calle, esperar que de un momento a otro vayan hacer un espectáculo tipo Las Vegas, tal es así que ese proyecto no funcionó, se desmoronó solito, manifiesta Eli.
Aquel fracaso les afectó de algún modo, porque la gente confundía circo social con el colectivo Arte Social. No obstante, poco a poco fueron armando su propia impronta artística y política.
-El Arte Social fue un emprendimiento colectivo independiente y una necesidad para comunicar temas comunitarios, de su problemática cotidiana de las drogas, enfermedades como Sida, cosas así. El propósito era sensibilizar a la gente a través del arte.
A partir de ese momento, el colectivo Arte Social se plantea la profesionalización sin mayor apoyo estatal y con la frustración de proyectos que, desde el poder central, se iniciaron y no cuajaron como era de esperar. Benson dice que esa época el Ministerio de Cultura se dedicó “más a la institucionalidad, a la infraestructura, y se descuidó el material humano de artistas que tenían procesos super importantes desarrollados en las comunidades y se aislaron”.
-Nosotros hicimos una gira por la ruta del Spondilus, pero no se capitalizó el esfuerzo, fueron cosas muy de impacto, pero no hubo procesos sostenidos; y, ese sentido, sí era importante que el Estado logre capitalizar este material humano y sostenerle. A la final se terminaron peleando con una gran corriente de artistas.
Benson sugiere que una política cultural debe tener a dos cosas fundaméntales para lograr concebirla: el conocimiento académico y el conocimiento del arte. Y, sobre todo, un criterio justo en la distribución de los recursos estatales.
-La mayoría de los grandes actores no tienen un respaldo académico, algunos salieron fuera, pero la mayoría lograron este otro conocimiento desde la praxis y las experticias que se han ido desarrollando, pero eso está suelto ahorita. No hay politicas públicas para apoyar esos emprendimientos en todas las artes escénicas. Incluso se da recursos desequilibradamente. Aquello del festival de teatro de Loja, que cuesta tanto, es solo una campaña mediática, publicitaria. Loja se merece algo así, pero con seis millones si se los distribuye durante un año, logras recorrer el país con teatro gratis, carpas de circo, etc. Haces giras y puedes pagar sueldo a grupos de teatro para que generen obra. Nosotros quisimos hacer una obra de Ibsen, pero no pudimos por falta de recursos, y era importante en épocas en que de héroe terminas en villano.
Los intercambios directos, “aquella sensación que logra el artista desde un escenario con la gente y el llegar directo al público en vivo”, cambia la vida y la perspectiva estética de los artistas escénicos, confiesa Benson. El colectivo Arte Social, combina el teatro del circo con el teatro gestual y el teatro dramático, con obras montadas, formalmente, en el escenario convencional. El grupo recibió su formación académica en la Escuela de Teatro del Cronopio con el maestro Guido Navarro que trabaja con técnicas del teatro clásico, comedia del arte y bufón. Es un teatro de origen italiano contemporáneo que hace montajes de gran alcance visual como la Rendición de cuentas del Municipio de Quito -en la administración de Augusto Barrera- en el Teatro Bolívar, con actores histriónicos y músicos, circo, telas y confetis, con más de veinte artistas en escena.
Stand up comic, teatro de la escasez
El colectivo realiza performance e instalaciones con acrobacias en telas, malabares, telones, maquillaje grande, con una propuesta de sensibilizar al público.
-No creo mucho en las protestas, es como caduco. Arte Social nunca vio el arte por el arte en sí mismo, sino por una visión y compromiso social. Nos iniciamos haciendo trabajo comunitario y eso era mal visto en el círculo de artistas, eramos vendidos, o ese teatro no servía porque no estábamos en escenarios formales. Ahora todo el mundo hace arte para llegar al público, porque el teatro formal se ha vuelto muy elitista -como el Teatro Sucre-, para un determinado público. Aquí en Ecuador, un joven ve por primera vez teatro a los 16 años, si es que lo ve, y eso es muy triste. Eso indica que somos del tercer mundo, porque la gente no lee libros y el hecho de que tan tarde llegues al teatro a ver lo hermoso que es su dinámica social, es grave.
Benson señala, categóricamente, que en Ecuador falta “formar públicos”, para que el teatro le cambie la visión de la vida. Técnicamente -citando a una dramaturga mexicana-, Benson dice que en Ecuador existe “el teatro de la escasez”, y que es muy difícil acceder a centros de formación como la Universidad de las Artes.
-No existe una cultura de teatro en el país, en ese sentido sucede un fenómeno social importante con Malayerba, o El Teatro del Cronopio, por ejemplo, que a nadie le interesa. Ahora funciona Enchufe TV, que ha generado personajes mediáticos. Hay un más a menos, hay un vacío. Ahora te ponen una cámara y ya, no profundizas en nada.
El circo -dice Benson-, incluye a todas las artes, un buen payaso utiliza a las mejores técnicas en su actuación, y desde esa estética se propone llevar un buen producto al público, con vestuario, maquillaje y montaje de calidad. En la actualidad, Eli Benson realiza un dúo con el actor José E. Pacheco, ambos dialogan, en tono humorístico, diversas sátiras políticas que cuestionan la realidad nacional.
-Tú puedes armar una carpa de circo y se llena, porque el circo es mágico, llega el circo y la gente se transforma, pero en ese espectáculo, el contenido habla sobre el buen trato, el respeto, las buenas prácticas urbanas, con sentido educativo. Lo interesante es lograr que ese contenido sea parte de los personajes, porque ahí es real, ahí es verdad. La gente va a ver una verdad, aunque sabe que es una mentira. Ahí logras la catarsis a través de la identificación.
José Enrique Pacheco cuenta que comenzó hacer teatro muy niño, y se ha mantenido vinculado al arte desde lo popular y desde lo académico.
-Con Eli nos encontramos, entonces en esta búsqueda de lenguaje teatral, en la Escuela del Cronopio y luego nos topábamos en algunos escenarios del circo de los derechos. Yo siempre he sido así, no de otra manera, y bueno, hemos hecho espectáculos teatrales y de circo. Nuestra formación como cómicos nos llevó actuar juntos, buscando un nuevo lenguaje en el stand up comics desde hace seis años. Hay muchas formas de humor, el ecuatoriano tiene desarrollada la sal quiteña, entonces hemos tenido esa facultad de llevar la sátira dentro de uno. Muchas veces bromeamos sobre cosas duras o difíciles. Ahora que estoy viniendo en Guayaquil me dicen, ¿por que te burlas, si nos está llendo mal? Yo les digo: al mal tiempo buena cara.
Pacheco cree que reírse es tan importante como respirar, porque la risa es rupturista y libera de cosas. El humor bien utilizado es difícil, porque hacer humor inteligente es complicado, en la simpleza esta la inteligencia, concluye el actor
-Me encanta hacer stand up, porque puedo reírme de mí, hablo de mi gordura, hablo de visión política, mi visión social de una manera libre y me río de eso y la gente se ríe conmigo porque yo soy gordo, y eso me fascina.
En La Estación, presentaron un stand up comic, estilo de comedia donde el intérprete, actor y humorista, se dirige directamente a una audiencia en vivo. A diferencia del teatro tradicional, el comediante interactúa con el público en algunos casos, estableciendo diferentes tipos de diálogos.
-Es algo muy viejo en Europa y los EE.UU. y se viene dando en Latinoamérica. Aquí en Ecuador es nuevo, pero ya es una tendencia. Es un humor de observación, muy personal que logra que la gente de identifique y te ríes de lo que pasa, de lo que ves en la televisión, en la política, lo que pasa con tu pareja. En esta vorágine de globalización mediática está de moda el stand up comic, porque ha logrado unir la inmediatez. Es una forma de hacer “comedia de pie” y se inició en Londres en los bares y se convirtió en un género.
El género se remonta a los tiempos de Roma y Grecia antigua, cuando el bufón se paraba en sitios públicos para hacer parodias y burlarse del monarca de turno. Estandaperos como Eli y José, tienen mucho de bufones griegos o romanos, en pleno Quito posmoderno, donde andan constantemente buscando escenarios para mostrar su arte espontáneo, irónico y humorístico. Solo les basta un sombrero, una leva, una camisa y una mirada penetrante para ver la realidad que no se logra ver desde las altas esfera del poder.