Lo triste de la traición es que no viene de tus enemigos, lamentó alguna vez Julio Cortázar y la frase del gran cronopio acertó como una verdad implacable en el alma del que fue traicionado por quienes amó, creyó y abrió las puertas de su espíritu. La traición es un desvalor humano que se practica con una sonrisa en los labios, pero suele haber puñales en las sonrisas de los hombres.
La traición es esa falta que quebranta la lealtad o que se debería guardar hacia alguien o algo. Consiste en renegar, ya sea por acción u omisión, con un dicho o a través de una deshonra. En su expresión consuetudinaria, dicen los especialistas, la traición constituye un delito que comete un civil o militar, cuando atenta gravemente contra la seguridad de la nación. En un inventario de acciones conspiradoras, la traición se sanciona incluso con la pena de muerte de aquel que se alzó contra el gobierno, se sublevó frente a las autoridades o realizó actividades terroristas. La traición más nítida, acaso la más alta, sucede cuando en tiempos de guerra un combatiente, -activo o pasivo-, coopera con el enemigo. El delito moral de traición suele ser la acusación más grave endilgada en el terreno de la confrontación bélica, que es la política ejecutada con otros medios. De hecho, la traición política es un acto punible, porque comienza con la defección de los principios y termina con la entrega al enemigo. No en vano, la acusación de traición es utilizada por los políticos para denostar a sus adversarios.
Muchos dirán que es dable la tracción, cuando está de por medio la justicia. Ninguna traición es justa, precisamente porque rompe el pacto de igualdad entre los hombres. La traición no es óbice para hacer injusticia; de hecho, quien traiciona comete el primer atentado de injusticia: no ser justo. La traición emerge del alma como la infidelidad contra uno mismo. El traidor supone ser fiel a sí mismo, pero estafa y se entrega a sus enemigos. En la vida encontramos diversas formas de traición, pero todas tienen el efecto de destruir la amistad, el amor, la complicidad en las relaciones humanas que tanto costó construir.
Un viejo proverbio chino dice que es fácil esquivar la lanza, más no el puñal oculto. En esta sencilla sabiduría milenaria, estriba una verdad incuestionable: la traición crece en el reino de las sombras, en la desinformación, en el lobby de pasillo, en el cubículo o en la alcoba de puertas cerradas. Puesto que, ningún búho tiene miedo de la noche, ninguna serpiente del pantano y ningún traidor de la traición. La traición es opacidad inversa a la transparencia, obnubila, pero enceguece. Y en eso tiene algo que ver con amores ciegos que condenan a la peor penitencia: Un hombre que ama no puede tener peor destino que estar rodeado de almas traidoras, aquellas que traicionan más por la debilidad del amor, que por un propósito firme de hacer traición.
En el turbio escenario de la pasión política, cuando ésta deja de ser un leiv motiv de lucha y se convierte en causa de felonía, la traición es el comportamiento de un hombre que dejó a su partido para suscribirse en otro, mientras que un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro, como sarcásticamente apunta el periodista Georges Clemenceau.
En la innoble política abundan los traidores que justifican sus actos con una frase cínica: Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo. El mundo necesita traidores, como dijo Bauvard; no obstante, el cinismo es la forma inicua de traición intelectual. El ser humano inteligente no suele traicionar, en la convicción de que sabe conseguir por otros medios aquello que los traidores consiguen con la traición. La traición, aun soñada, es detestable. Acaso el único lenitivo del traicionado, sea la sentencia del poeta que nos quiso hacer creer que la vida es un sueño, Pedro Calderón de la Barca, que dijo: siempre el traidor es el vencido y el leal es el que vence.
Será tal vez por eso que, en Ecuador, a la hora de hablar de amores y traiciones, amerita abrir los ojos y el corazón para ver y sentir en su exacto peculio, a los unos y a los otros.