Cuando hace 130 años, el padre del arte objeto -Marcel Duchamp- dejó sin objeto al arte, los críticos quedaron sin aliento. Nacía una extraña sensación de sin sentido en los rasgos de una estética que privilegió los objetos diarios, prosaicos, como sujetos de creación artística. Un siglo y cuarto más tarde, de la mano de Duchamp, el llamado arte contemporáneo impuso el designio de los readymades, y con ellos, un discutible paradigma sobre lo que se entiende por belleza. De padre notario, nacido en Blainville-Crevon un pequeño pueblo francés, Duchamp provoca la exaltación de lo coyuntural, del ahora mismo y aquí, lo precario y moderno, contrario a la fermentación simbólica de las obras a través del tiempo.
Milita en el movimiento cubista y surrealista y desde esa trinchera estética, Duchamp rompe con los fundamentos conceptuales del arte, en cuanto al asunto y la técnica. Prueba de ello es su célebre cuadro Desnudo bajando una escalera, con el que en 1912 inaugura una corriente que cuestiona el rol del artista que “debe agradar al público y donde los pintores comenzaban a amasar sus ventas, nada más”. Duchamp replantea la relación con el público que “lo daña todo, que apoya al artista y luego lo abandona”. Entonces propone la ruptura “con la institucionalidad”, ironizando los preceptos establecidos y la propia presencia del autor de la obra, como sugiere en El gran vidrio, cuadro donde el pintor borra la propia huella del autor y “elimina” la presencia matriz de su mano ejecutora.
Había nacido una expresión ajena al hombre, un arte sin historia. En la exacerbación de ese intento, Duchamp propone, en 1913, su Rueda de bicicleta, una instalación sin apariencia de obra artística, cuya cinética cuestionaba el carácter estático de objeto artístico. El sumun de la tendencia duchampiana alcanza el clímax cuando el artista compra un urinario, lo firma como La Fuente y envía al comité organizador de la primera muestra de la Sociedad de Artistas Independientes. Obviamente, la “obra” fue rechazada por considerársela un insulto. Con el tiempo es revalorizada como un clásico de Duchamp y “obra clave del arte contemporáneo”.
En el fondo del tema subyace una cuestión esencial: ¿Todo lo que hace un artista, puede ser considerado arte?
En reciente visita a Quito, Avelina Lesper, crítica y analítica de arte, respondió con un rotundo no. La académica mexicana cuestionó con vehemencia los ready mades, durante un ciclo de conferencia que dictó en Casa Égüez. Lesper enfila fuegos en contra de lo que llamó el falso arte, y señala que -a diferencia de la tentativa de Duchamp- las obras dependen, en primer lugar, del quehacer del artista. Si una obra está carente de narrativa que abra al espectador a una experiencia emocional, no hay teoría que justifique que aquella obra es arte. Del mismo modo, la crítica acrítica y complaciente con el arte contemporáneo, es tan falsa como el simulacro artístico de un tiempo sin referentes humanistas. Una postura que está esperando a que la obra sea validada por otro pensamiento que lo preceda, por determinadas teorías, o por el espacio, el precio, el mercado o la fama: eso no es crítica y no lo necesita el arte, dice Lesper. El fraude para Lesper, consiste en hacernos comprar algo que no tiene ninguna factura artística, que no tiene presencia de talento, inteligencia y sensibilidad como arte, y que la gente lo esté comprando o admirando en los museos y haciendo ver como arte.
La vaciedad del arte contemporáneo -que menciona Lesper- está llena de ideología, abocada a destruir al individuo. Si hay una manifestación que le permite existir al hombre como individuo, es el arte. Un sistema que busca que un ready made preconfeccionado, que describe el arte realizado mediante uso de objetos que, no se consideran artísticos, pueda ser llamado arte, constituye una ideología dedicada a la destrucción del ser humano.
Marcel Duchamp en tanto, físicamente desaparecido, fantasmagórico continúa deambulando por las salas de arte contemporáneo, en las que instalaciones, performance y ready mades, sugieren una idea de arte funcionalizado a la medida del hombre contemporáneo. Una existencia en la que el sin sentido y la vaciedad, suelen ser sustituidos por un objeto de arte sin arte.