Alguna vez leí una frase hindú que decía: “lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido”, a la luz de esta frase decidí romper el velo de la rutina y armé viaje hacia la India, país lleno de misterios y contradicciones, ubicado al sur del Asia, con 1.300 millones de habitantes y las temperaturas más altas del mundo.
Me colmé de expectativas por conocer nuevas tierras, vidas diferentes, bajo otros cielos y, regresé sorprendida de las inmensas reservas de espiritualidad y devoción religiosa de aquellas gentes.
Me desconcerté ante el profundo amor y respeto a todas las especies de animales a los que los hindús les otorgan facultades especiales como, por ejemplo: la vaca, a quien la consideran “sagrada” porque simboliza la fecundidad y la maternidad. Además, por el hecho de ofrecer su leche y el abono para fertilizar sus tierras agrícolas.
Me maravillé frente a su cultura. Especialmente su música que regó mí espíritu de paz y armonía. Sus danzas clásicas consideradas como “arte sagrado” por su identificación espiritual. Para la gran mayoría de hindús, en toda actividad artística está presente la existencia de Dios.
Y qué decir de su artesanía expresada en sus famosos tejidos, reconocidos en todo el mundo por la gama de colores y motivos , elaborados con algodón, seda pura, pashmina y cachemira, los que pueden ser utilizados en cualquier hora del día y ocasión.
Hermosas joyas y vajillas de metal bañadas con oro y plata, esculturas de madera, de piedra y de mármol muestran a un pueblo imaginativo y creativo.
Empero, lo que me quebró y me llenó de dolor fueron sus contradicciones sociales. Por un lado, la opulencia evidenciada en sus templos majestuosos y palaciegos junto a viviendas miserables cuyos habitantes de caras morenas y facciones finas derraman devoción hacia Dios y sus deidades, muy a pesar de no contar con sus necesidades básicas satisfechas.
En fin, todo, en la India me dejó desconcertada y sorprendida, cambió radicalmente mis ideas sobre los seres humanos, la sociedad y la vida.
Y el cambio se dio por las vivencias que tuve en el campo espiritual, una dimensión del ser humano que en Occidente se la soslaya. Sentí esta visita como un paréntesis en mi vida, una especie de catarsis a una vida apegada a la rutina material.
Invitada por el Maestro espiritual, Paramadvaiti Swan, de la Orden Vaishnava, llegué a la ciudad más sagrada de la India, Vrindavan o “Ciudad de las Viudas”, lugar donde apareció Krishna, Dios universal, hace 5000 años.
En Vrindavan, ciudad sostenida en el tiempo, (me parecía que regresé al siglo XVII, por su infraestructura y su nivel de vida), viví experiencias espirituales inéditas que me llevó a comprender que esta dimensión en el ser humano, permite mantener una relación estrecha con el Divino creador más allá de la religión que se profese.
Al respecto, la espiritualidad según los entendidos es el lenguaje entre el ser humano y el Creador, un diálogo que da paz interior porque no hay amenazas ni culpas. Aquí pervive el: “ya pasó, levántate y sigue adelante que Dios te acompaña”. Esto porque la espiritualidad alimenta la confianza en sí mismo sin miedo alguno.
Escuché en las decenas de templos que visité, las diferencias entre la espiritualidad y la religión: la primera une, la segunda es causa de división. La religión da promesas después de la muerte, en tanto la espiritualidad brinda iluminación de encontrar a Dios en el interior de cada persona, en esta vida, en el presente, en el aquí y en el ahora.
Conocí sobre los alcances de la meditación, una actividad muy común en la sociedad oriental, que nos permite introducirnos en nuestro mundo interior para “descansar” de la vertiginosa vida moderna. Aseguran sus practicantes: “cuando decides meditar, estás encaminándote al reino de la luz y del amor porque sólo en lo profundo de tu corazón, encontrarás el equilibrio y la felicidad que has estado buscando”.
“La meditación hace que tus emociones y tu mente guarden silencio para que puedas escuchar la voz de tu alma, la voz de ese ser maravilloso y divino que eres en verdad. Al hacer este contacto descubres que tu alma y el alma de los otros seres son un pedacito de Dios; de ahí que, el amor aflora en ti como algo natural y tu vida comienza a cambiar”, afirman los adeptos a esta práctica.
La meditación es el primer paso que lleva al yoga, otra práctica milenaria, 5.000 años AC, originaria de la India, que cultiva y disciplina a la mente. Disciplinar la mente es su objetivo primordial: “una mente confusa crea monstruos imaginarios, pensamientos descontrolados, desdicha, especulaciones mentales, lo que roba la felicidad interior y conduce a vivir en constantes conflictos, con uno mismo y los demás”.
La práctica constante del yoga permite conservar la salud física, lograr ecuanimidad mental y emocional. Todo esto si se tiene una mente sosegada, plena de armonía y paz.
Lamentablemente, en Occidente la práctica del yoga ha sido distorsionada y comercializada. Nosotros limitamos su práctica a la ejecución de posturas del cuerpo, inclusive se publicita: “yoga para adelgazar”, cuando lo realmente preponderante es la purificación y control del cuerpo para el desarrollo espiritual. A través de ejercicios físicos se elimina toxinas, se regula procesos metabólicos, se aumenta la elasticidad, se revitaliza diferentes órganos; es decir, se persigue estar siempre sanos.
En todo caso, hablar del yoga es muy complejo pues tiene una variedad de escuelas e interpretaciones. Unas escuelas le dan importancia a la meditación, otras a la respiración, otras a los aspectos filosóficos, sicológicos y científicos.
Tuve la gran oportunidad de ver a niños escolares, de 5 a 12 años, en una demostración de esta disciplina. Algo fabuloso su elasticidad, el dominio de sus movimientos, el equilibrio, la sincronización; en fin, las coreografías creadas alrededor de esta práctica definitivamente interesantes.
Visité hermosos templos que en la India los hay por cientos, la mayoría tiene historias de larga data, sus murales exhiben pinturas de hechos históricos acaecidos varios siglos antes de Cristo, que nutrieron la mitología hindú y su religión: el hinduismo.
En los templos, la lectura del Libro de los Vedas, (Libros del Conocimiento) es una constante, estos libros sagrados escritos por mentes iluminadas, hace miles de años, son objeto de una reverencia profunda por parte de los hindús, pues en ellos está la filosofía de su religión, himnos a sus deidades, plegarias devocionales, poemas épicos y canciones tradicionales. Su lectura, es tan importante que los hindús afirman: “borra todo pecado y crea virtudes”.
Sin embargo, quizás lo más emocionante de mi visita a este país fue la convivencia con un grupo de devotos de Krishna, alrededor de 80 jóvenes y adultos, de diferentes lugares del mundo, con quienes escuchábamos los mensajes, cargados de esperanza y amor, que transmitía el líder espiritual Guruceta.
Cuando nos reuníamos, se agitaba un grupo variopinto, a juzgar por sus diferentes idiomas, colores de piel, formas de actuar, condiciones etarias. En fin, todos transmitiendo energía y vitalidad en pos de utopías como el querer llevar adelante “la revolución de la cuchara” y defender a todos los seres de la naturaleza.
La “revolución de la cuchara”, es decir la posibilidad de que todos los habitantes de la Tierra se conviertan en vegetarianos para evitar el sufrimiento de nuestros “hermanos menores”: los animales.
Esta actitud es fuente de incomprensiones y discriminaciones de parte de la sociedad en general. Sin embargo, los adeptos a este régimen alimenticio, con sus convicciones muy en alto, encaran con valentía y perseverancia estas dificultades.
La defensa del ambiente es otro de los temas por los que batalla gran parte de la juventud actual. Nadie en su sano juicio puede cuestionar esta lucha. Empero, cuando la misma asume tintes politiqueros, su visión se distorsiona.
Mi profundo respeto y admiración a los jóvenes que bregan por estos ideales. No son otra cosa que nuevas sensibilidades sociales que están encaminadas a lograr una convivencia armónica con la naturaleza.
Hice grandes amistades con gentes de mi edad y por qué no contar que también con jóvenes, que, sin pretensiones absurdas, aceptaron mi compañía. A todos ellos mi afecto, su nombre y su recuerdo estarán grabados en mi memoria y corazón. Y desde luego, sus luchas están en mi alma como estandartes.
Fotografias Eva Rocío Villacís